Tal vez estemos llegando al final de aquello que se inició en la crisis económica del 2008, un período similar al que Albert Einstein llamó “presente extendido”: estábamos “atrapados” en un estado de flujo entre el pasado y el futuro donde los cambios que se sucedían no parecían tener efecto, aún cuando estaban presentes. Un catalizador como la pandemia brinda la oportunidad para acelerarlos acercándonos a ese futuro del que solo podemos conocer -por ahora- sus contornos.
Ejemplo: el uso y almacenamiento de nuestros datos han provocado desde hace tiempo diversos tipos de discusiones, junto con varias acciones como la Regulación General de Protección de Datos (GDPR) de la Unión Europea (UE), pero nunca había pasado que cerca del 40% de la población mundial produjera datos en una condición de crisis generalizada y, al mismo tiempo, tuviéramos la capacidad de recolectarlos, analizarlos y utilizarlos, lo cual generará un ciclo de conocimiento que será de utilidad económica y política en los próximos tiempos y con implicancias individuales y sociales.
Las aplicaciones que antes eran utilizadas como forma de divertimento ahora son una alternativa de monitoreo legítimo acerca de nuestros movimientos e interacciones, como lo demuestra el acuerdo de “cooperación” alcanzado entre Google y Apple uniendo la división entre usuarios de IOS y Android. La sociedad de vigilancia sostenida encontró la forma de legitimar un camino abierto previamente por cientos de aplicaciones que explotaban el lado lúdico y aprecio por la gratuidad de la sociedad.
La pandemia cambió la vida de los seres humanos para siempre
Entender transformaciones múltiples mientras sus impactos se suceden provocan, por un lado, visiones optimistas acerca de las posibilidades de abundancia que nos prometen las nuevas tecnologías en un futuro cercano; por el otro, surge un pesimismo mayor por un escenario que se presenta sombrío como consecuencia de la ansiedad que genera una conciencia de transformación social divergente o fracturada. Nadie sabe qué es lo que va a pasar, y, sin embargo, creemos tener la solución única para ambos escenarios: El Multilateralismo.
En este sentido, los llamados a la “multilateralidad”, un sistema creciente de relaciones coordinadas entre múltiples Estados siguiendo una serie de principios de conducta con capacidad de realizar acciones concertadas para alcanzar objetivos específicos, es una prédica más relacionada con el siglo XX que con el actual. El multilateralismo supone actores racionales con una identidad similar. En un mundo de preeminencia estatal, ésa era la herramienta correcta. La gobernanza internacional no va a pasar por esta clase de acuerdos.
La primera razón es el incremento exponencial de actores con intereses contrapuestos en el sistema internacional. La multiplicación de centros de poder, lo cual es conocido como “apolaridad”, según Robert Haass, y la creciente entropía, definida por Randall Schweller como el lento pero constante reemplazo del orden por un creciente estado de desorden, marcan la dinámica del mundo. Ni en el cielo, ni en el infierno; estamos en algún punto indefinido. Si antes el poder era definido por la capacidad de construir, hoy lo es mediante la capacidad de bloqueo o entorpecimiento que a nivel internacional se aprecia en las constantes acciones de deslegitimación del accionar rival.
Las pandemias vienen con un pan bajo el brazo
Segundo, en un período de transición, se reafirma la persecución de fines particulares y no la conformación de un orden universal. Las tecnologías que otorgan ventajas geopolíticas no generan incentivos para cooperar. Un incremento de las asimetrías de información que aumentan las de poder afectan tanto el campo de la riqueza y la seguridad de los países. Resumiendo, un mayor número de jugadores, distintas lógicas y pocos incentivos para actuar juntos. La competencia por el 5G, el Internet de Todo, la Inteligencia artificial, la biología digital son competencias sobre quien comandará el futuro.
De ahí el surgimiento y promoción de una “gobernanza ágil”, que pueda articular diferentes lógicas, objetivos y acciones en pos de navegar una transición que se presenta atípica comparada con otras del pasado, ya que aún cuando existen patrones reconocibles, los problemas que enfrentamos solo pueden ser resueltos entre actores estatales con un peso decreciente junto con actores corporativos transnacionales con un peso creciente en los asuntos internacionales y una sociedad civil interesada en nichos específicos.
De a poco cobra relevancia la gobernabilidad de “múltiples partes interesadas”, la cual viene operando desde hace años en el caso más exitoso de gobernabilidad híbrida (Estados y actores privados): Internet. Este esquema ha permitido al ciberespacio crecer exitosamente demostrando que actores con racionalidades diversas pueden trabajar de manera convergente logrando una gobernabilidad dinámica. Los peligros derivados de su expansión como la manipulación de datos, diversos usos criminales, y abusos a la privacidad, son una realidad que se trabaja en conjunto como lo demuestran diversas iniciativas desde el mundo privado que involucran a los actores estatales. Los países periféricos con sus complejos tecnológicos podrían encontrar en este tipo de gobernanza una alternativa de protección de sus intereses y los de sus sectores privados, cada vez más conectados con espacios de acción externos.
La gobernanza de múltiples partes se guía siguiendo el enfoque conceptual por el cual todo aquello que no está expresamente prohibido, es permitido. La gobernanza multilateral es distinta, ya que supone que todo aquello que no está expresamente permitido se encuentra prohibido. En este sentido, su afán regulatorio y de control aparecen como herramientas defensivas de los Estados. Los regímenes de control de armamentos, en especial los nucleares, se rigieron por esta lógica, pero pedir que el mundo siga parámetros del siglo pasado frente a la facilidad con la que proliferan nuevos desarrollos nos demanda pensar en marcos que funcionen bajo lógicas de auto-restricción más que por el control o sanciones.
EE.UU. acusa a China y Rusia de debilitar su liderazgo en Latinoamérica con fakes news
Rusia y China impulsan acuerdos multilaterales, ya que poseen una esfera privada densamente supervisada, mientras que Occidente promueve una gobernanza de múltiples partes, ya que su esfera privada tiene una autonomía mayor y las regulaciones van por detrás de ellas. Aunque parezca contradictorio, pensar “en grande” en los próximos años demandará un trabajo de mayor intensidad en las esferas diplomáticas y de seguridad, ya que los acuerdos se harán entre núcleos reducidos de actores, con visiones afines, alrededor de temas específicos que pueden eventualmente vincularse con múltiples áreas de cuestión, como lo simboliza el acuerdo por un uso ético de la inteligencia artificial impulsado por el Vaticano y que cuenta con el apoyo de Microsoft e IBM, el Cybersecurity Tech Accord o la misma búsqueda de una vacuna para la cura del Covid-19. Mientras que el multilateralismo yace con respirador artificial, aparece una posibilidad de recuperación mediante el surgimiento de acuerdos multinivel colaborativos, como comienzan a estructurarse entre quienes se consideran accionistas responsables del orden internacional en construcción.
*Profesor de Relaciones Internacionales (UCEMA-UBA)