El lunes 27 se cumplirán 75 años desde el helado día de enero de 1945 en que el Ejército Rojo, en su avance imparable hacia Berlín, mientras atravesaba Polonia, encontró que el infierno había abierto una sucursal en la Tierra. En los mapas se leía Oswiecim. Pero el complejo industrial que producía muerte se conoció como Auschwitz. Los Nazis, para presumir que eran el pueblo más culto del mundo, inspirados en el “Los que entráis aquí, abandonad toda esperanza” de Dante Allighieri, ornaron la entrada su averno con su “Arbeit macht frei (el trabajo libera)”. Ni las peores pesadillas de Virgilio y Dante pudieron siquiera acercarse a Auschwitz.
Es imposible pensar que el hombre pudo someter a un semejante a esas experiencias. Para ello, los Nazis debieron primero teorizar, practicar, enseñar e imponer a una sociedad que sus víctimas no eran humanas. Si eran peores que animales o cosas, era posible infligirles ese tratamiento. Auschwitz no empezó a principios de los ’40 para apurar una solución final al problema judío, sino que en 1919, Hitler ya lo había expresado por escrito en una carta al oficial Gemlich, cuyo original se exhibe en el Museo de la Tolerancia del Centro Simon Wiesenthal, en Los Angeles.
Lo verdaderamente preocupante fue el proceso que permitió que esa trasnochada idea se transforme en una política de Estado. Y en el silencio e inacción del resto de los pueblos del mundo. Como dice el viejo chiste, querido lector, tengo buenas y malas noticias. En 2006, la Asamblea General de la Naciones Unidas estableció el 27 de enero como “Día Internacional de Rememoración de las Víctimas del Holocausto”, impulsando así a los estados miembros a recordar y educar.
Los que se fugaron y sobrevivieron al horror de Auschwitz
En 2000, por impulso del entonces Primer Ministro Sueco Göran Persson, junto a Tony Blair y Bill Clinton, a 55 años del mismo evento que tratamos hoy, se suscribe la Declaración de Estocolmo que crea la hoy llamada Alianza Internacional de Rememoración del Holocausto (IHRA por sus siglas en inglés), organismo integrado por representaciones de países democráticos cuyo objeto es recordar, educar y prevenir reiteraciones de la Shoá, reafirmando su carácter único e universal.
Este organismo, hoy con 34 países miembros plenos (Argentina es el único en América Latina) y aproximadamente una decena de observadores (Uruguay y El Salvador en esta región) ha aprobado en 2016 una definición práctica de antisemitismo, herramienta útil por demás para combatir este cáncer. La semana pasada el mundo fue testigo de la alta representación de los países miembros en Jerusalén, invitados por Yad Vashem, la institución más reconocida internacionalmente en temas de Shoá, mostrando un compromiso ineludible con el recuerdo y el Nunca Más.
Para octubre de 2020, la misma Suecia organizará una conferencia en la ciudad de Malmö, a 20 años de la Declaración de Estocolmo, para reconfirmar dicho compromiso, en la que se espera una alta participación internacional a nivel de estados. Es muy común escuchar: “Yo no tengo nada contra los judíos, pero…” . Gramaticalmente, PERO es una conjunción adversativa. Y claramente lo que sigue luego en la frase es una adversidad. La citada definición práctica de la IHRA es un detector de PEROS, para que aquellos que aún no pudieron darse cuenta que llevan consigo una cuota de antisemita, la asuman. O los estados la detecten para poder combatirla. Ya una buena cantidad de naciones y organismos internacionales han adoptado la definición práctica como método de lucha contra el antisemitismo. En América Latina, la Unversidad Nacional de Cuyo, Argentina, fue pionera en adoptarla en ocasión de resolver un sumario sobre una denuncia de antisemitismo efectuada por el Centro Simon Wiesenthal durante 2019. El recuerdo a los que perdieron la vida (o lo que quedó de ella después) y honrar a los sobrevivientes era una cuenta pendiente que todas estas medidas tienden a reparar. Pero no es suficiente. Es aquí cuando vienen las malas noticias. ¿Cómo nos encuentra el mundo a 75 años de la “liberación” de Auschwitz?.
Así es Yad Vashem, el Museo del Holocausto que visitará Alberto Fernández en Jerusalén
Francia, el país europeo con la mayor comunidad judía se ha tornado peligrosa para nuestra comunidad. La última manifestación de tal antisemitismo se ha dado al liberar al asesino de una judía ortodoxa, que al grito de Alá es Grande, luego de golpearla, la tiró desde un balcón, causándole la muerte. Los jueces entendieron que actuó bajo efectos de drogas y no era responsable de sus
actos. En la políticamente correcta Suecia conviven neonazis y jihadistas. Se odian mutuamente. Pero ambos han logrado que por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, las sinagogas de Malmö no puedan celebrar las fiestas judías por falta de garantías estatales. El Reino Unido votó por gran mayoría que Jeremy Corbin no pueda ser su Primer Ministro. Un líder que transformó el laborismo, un partido que históricamente se nutrió de judíos en sus filas, en un nido de antisemitas y glorificadores de terroristas.
Alemania mantiene un discurso sobre su responsabilidad para contra el antisemitismo, pero èste está más presente que nunca desde el fin de la Guerra. Hasta algunos políticos han sugerido que los judíos no utilicen kipá. No debemos dejar de lado que España ha investido como vicepresidente a un antisemita declarado, sostenido por Irán, como Pablo Iglesias, que ha declarado que “el holocausto fue un problema meramente burocrático”. Del otro lado del Atlántico, el sueño americano comienza a mostrar graves perturbaciones. Manifestaciones neonazis, ataques mortales a centros de cultos y a ortodoxos en las calles. Representantes abiertamente antisemitas en el Capitolio y un condimento más grave aún: judíos norteamericanos que en su necesidad de mostrarse muy patriotas reniegan de sus raíces y repudian a Israel para que otros los acepten más. Casi como los alemanes en la antesala del nazismo, quienes necesitaban mostrarse más teutones que hebreos.
Sumemos a todo esto la actividad de Irán negando la Shoá y propugnando la destrucción de Israel, el progresismo internacional que se pone del lado de quienes no dudarían un segundo en destruirlos, repitiendo consignas cuyo sustento no han indagado y preocupados por los derechos humanos solo cuando en contra de Israel se trata, haciendo extensivo su repugnancia hacia los judíos… El PERO del que hablábamos antes.
Cuenta la historia que cuando Lisboa fue destruida por un terremoto, un tsunami y la peste, todo sucesivamente en el mismo año de 1755 el Rey, abrumado por la magnitud de los acontecimientos no atenía a reaccionar. Entonces delegó en quien se convertiría en el máximo héroe nacional, el Marqués de Pombal, el poder para actuar. Este dejó para la historia su testamento político ante semejante adversidad: “Enterrar a los muertos y dar de comer a los vivos”. Ese legado, aplicado qué lecciones debemos aprender a 75 años de la liberación de Auschwitz se traduciría como Honrar a los muertos y atender a los vivos. Por lo visto, en 75 años, el mundo se ocupó solamente de lo primero. Es hora de vernos a los ojos y ocuparnos de los vivos también, para que el día de mañana no necesitemos fijar otra fecha para compungirnos.
(*) Director del Centro Simon Wiesenthal para América Latina.