INTERNACIONAL
Elecciones en Estados Unidos

Por qué ganó Donald Trump

Las razones detrás del triunfo republicano y por qué no es tan mala noticia para Argentina y el mundo.

Donald Trump, candidato republicano, durante el debate frente a Hillary Clinton.
Donald Trump, candidato republicano, durante el debate frente a Hillary Clinton. | AFP
Cuando Estados Unidos despierte este miércoles, después de un sueño intranquilo, se verá convertido en un país tercermundista, bastante más pobre por la caída de los mercados, y con Donald Trump como presidente electo de un mundo que ya no es tan libre. Y mientras algunos se abalancen a comprar oro y yenes, y otros paquetes de fideos, todos se preguntarán cómo llegamos a esto, como si le hubiese pasado a otro.
Lo fácil sería apelar a la excepción, forzar la estadística, decir que fue una sorpresa, que nadie lo vio venir. ¿Nadie lo vio venir? Muchos predijeron una victoria del magnate republicano. Muchos esta semana; otros meses atrás, como Michael Moore, algunos hasta el año pasado, cuando todavía ni siquiera había empezado a competir en las primarias. Era lógico, de alguna forma, en un año de cisnes negros: el Brexit, el No a la Paz en Colombia, el bajo precio del petróleo y, si nos estiramos unos meses, los atentados terroristas en Francia y los triunfos de Macri y Vidal. Si todos los cisnes son negros, si todo lo nuevo es nuevo, no estamos ante una acumulación de excepciones, sino que llegamos a un nuevo continente y enfrentamos un cambio de paradigma.
  
¿Por qué gana Trump? En primer lugar porque fue el mejor de dos muy malos candidatos, como señaló en sus últimas columnas Jaime Durán Barba, que pasó a ser una de las personas que más razón tuvo en el mundo 2015 - 2016. Hillary era una muy mala candidata: una abogada exitosa que ejerce cargos públicos desde 1983, como primera dama, senadora y Secretaria de Estado. Era el establishment, la vieja política, una cara gastada y conocida respaldada a su vez por todo el resto del establishment y la vieja política. Que encima tiene el tupé de estar bien preparada y saber de lo que habla, en una época, la de la postverdad, en la que el conocimiento puede ser casi una afrenta. Y sobre todo, con el atuendo y la actitud de una tía en Navidad que protesta porque los chicos tiran pirotecnia y su marido toma de más.
  
Trump, en cambio, argumentaría, era un gran candidato. Es un outsider y se vende como tal (al menos como todo lo "outsider" que puede ser un empresario en una plutocracia con lobby institucionalizado como la estadounidense). Nunca ejerció un cargo público, por ende no se lo puede criticar por sus políticas, a diferencia de Hillary. Las acusaciones de falta de experiencia no lo afectan: promete "soluciones" que van a funcionar, tautológicamente, porque él va a hacer que funcionen. No como las "soluciones" de los "políticos tradicionales" que, diría él, no funcionaron. En ese marco discursivo, que nadie pudo desarmar, Trump puede proponer un muro en la frontera con Mexico, cobrarle a los miembros de la OTAN o expulsar a los musulmanes a Marte, de cualquier manera le van a creer. Así le hizo bullying, con apodos denigrantes, a todos sus rivales republicanos. Y así le ganó los debates a Clinton, aunque la lógica indicara que nunca debería haberlos ganado, aunque los medios hayan asegurado que, de hecho, los perdió.
  
Párrafo aparte para el rol de los medios, que en Estados Unidos se dividen en, por un lado, un puñado de satélites conservadores nucleados en torno a la cadena Fox; y del otro grandes conglomerados liberales filodemócratas de las ciudades costeras. Los dos, pero sobre todo los segundos, son grandes responsables en estas elecciones. A Trump se lo tomaron primero como chiste, porque era gracioso, y después como burla, porque daba rating. En ese juego, que bordeaba la pulsión tanática reprimida, le regalaron horas de aire, de publicidad gratuita, al mismo candidato al que después llamaron a no votar, poniendo caras de serios y comprometidos. Todo bajo un manto de supuesta imparcialidad y rigurosidad que nunca fue tal. Deberán revisar sus modelos, al igual que los encuestadores, en los próximos cuatro años. No les faltará oportunidad, con un presidente que promete ser tan polarizante como lo fue el kirchnerismo en Argentina.
  
¿Por qué gana Trump? Porque Estados Unidos es un país que ya está polarizado. No tanto por los medios y la política, aunque jueguen un papel importante, sino en lo social. Parte del país vive en ciudades grandes, desarrolladas, laicas, con servicios, tecnología, programas sociales, discursos progresistas, donde el feminismo es cada vez más hegemónico. Y la otra parte, la mayor parte, vive en ese océano de rojo que está en el medio de los mapas que vemos por TV. Esa es la parte que empezó a desdibujarse con la posindustrialización de los 90's, cuando gobernaban los Clinton, y terminó de caerse del mapa en 2008, con la gran crisis de Wall Street, el mismo Wall Street al que el establishment le perdonó todas las deudas. En toda esa franja ahora hay desempleo a pesar del rebote de Obama, atraso a pesar de la globalización, pandemias de drogas (anfetaminas y opiáceos) a pesar de la guerra contra las mismas. En esos pastizales secos, ¿cómo no va a prender el fósforo del discurso de Trump? Hillary va a esos mismos estados y les dice a los mineros que va a reemplazar sus trabajos, los pocos que quedan, por energías renovables. Trump les promete el "american dream". Ninguno tiene razón, porque saben que la tecnología y la automatización va a hacer que la mayoría de los trabajos sean redundantes en 20, 30, 50 años. Pero para ese entonces los dos van a estar muertos, y en el medio algo tienen que prometer. Gana el que promete mejor.
  
Hillary pierde porque no enamora a nadie. No arrastra a los millenials como sí lo hacía Bernie Sanders, que tampoco tenía demasiadas chances. No tiene el carisma de Obama, y para peor tiene olor a naftalina. Todos los que la apoyaron lo hicieron con peros, desgarrados, mencionando sus defectos antes que sus virtudes. La votaron porque era el mal menor, y el mal menor no siempre te gana una elección. Trump puede parecer aberrante, ignorante, violento, misógino, y probablemente lo sea. Pero también es inconmensurablemente atractivo para su electorado. El viejo truco del "tipo común" (aunque no lo sea), algo prepotente, que "dice las cosas como son" y denuncia las mentiras de los políticos tradicionales. Trump es nuevo y peligroso, aunque no lo sea, pero eso es lo que vende. "Nuevo y peligroso" puede vender cualquier cosa. "Nuevo y peligroso pueden volver sexy hasta a un colorado andropáusico de 70 años. Y a la larga eso es lo que importa en una elección presidencial, que es un concurso de popularidad televisado con algo de política en el fondo. Trump puede decir cualquier barbaridad, como lo de agarrar a las mujeres por sus partes íntimas, y en su mundo va a seguir funcionando y no tiene que pedir disculpas. Trump tiene el atractivo del morbo, porque algunos hombres quieren ver el mundo arder y él ya tiene una antorcha.
  
Cuando la noticia se haga tolerable, después de mirar al abismo y que el abismo nos mire a nosotros, nos daremos cuenta de que una presidencia de Trump no sería tan terrible. No lo sería para los estadounidenses, por el sistema de balances y contrapesos republicanos: miren si no lo que le costó a Obama aprobar su reforma al sistema de salud, o nombrar un juez en la Corte Suprema, o hacer pasar los presupuestos. Trump estará condicionado por su propio partido, que en muchos casos lo desprecia, controlando ambas cámaras legislativas. Solo tendrá algo de libertad de acción en cuanto a política exterior, y no sería raro que el establishment republicano intente limitarlo en ese ámbito también. Si no lo hiciera, la atención estaría puesta principalmente en Rusia, China y Medio Oriente, además del famoso muro, por lo cual Argentina no sufriría demasiados cambios. Tendremos que seguir, mientras nos preguntamos qué les pasó, a los estadounidenses, ahora que son tan parecidos a nosotros.