Zoilamérica está convencida de que hay un patrón, un nexo que vincula el calvario que vivió en su niñez y juventud con las protestas en Nicaragua que dejaron 448 muertos. Fue abusada sexualmente desde los once años, violada a los quince, manipulada, perseguida y sojuzgada por su padrastro durante dos décadas. Sufrió en silencio, sin contar con el apoyo de nadie, ni siquiera de su madre, hasta que en 1998 denunció ante la Justicia al Comandante Enrique, como se hacía llamar Daniel Ortega en los años de la Revolución Sandinista. Por entonces parlamentario, antes y después presidente, Ortega se salió con la suya y la causa fue archivada rápidamente. Pero el tiempo puso las cosas en su lugar. “En 1998 revelé un rostro que nadie conocía de él. Tuvieron que pasar veinte años para que ahora se conozca al verdadero Ortega”, confió a PERFIL desde su exilio en Costa Rica, donde vive junto a sus hijos.
A los 51 años observa a la distancia las violentas represiones a los jóvenes, que protestan contra el gobierno de su padrastro y de su madre, la vicepresidenta Rosario Murillo. Socióloga y militante por los derechos humanos, Zoilamérica desciende del mítico general Augusto Sandino, tío de su abuela e inspirador de la revolución que derrocó al dictador Anastasio Somoza en 1979. Para ese entonces, los abusos de Ortega eran parte de su vida cotidiana. Hoy, su mirada es capaz de trascender su historia y analizar la crisis política de su país. “Con la población se han ensayado los mismos métodos de abuso que sufrí. En 1998 dije que debía haber coherencia entre lo público y lo privado. La ética de lo personal y de lo político quedó en evidencia en mi señalamiento de Daniel Ortega como abusador sexual”, explica.
Su relato conmueve, con voz pausada sostiene que Nicaragua “decidirá hasta dónde llevará cada etapa de su historia”, y revela su esperanza en los jóvenes que lideran las protestas. “Luego de tanto tiempo en el que me habían vencido la impunidad y la complicidad de un sistema que había cerrado todas las posibilidades legales, luego de ver cómo ese sistema político asimilaba a un abusador sexual como presidente, este movimiento, más que sorprenderme, me resultó conmovedor. Nicaragua está rompiendo el silencio. La conciencia del país está viva. El pueblo decidió un “basta ya”, dice del otro lado del teléfono.
—¿Por qué la crisis estalló ahora y no antes?
—Estamos ante un régimen político cuyas herramientas principales son las del control y la manipulación. Haberse asentado en un origen revolucionario, en un cambio democrático, implicó que la sociedad necesitara el mismo tiempo que necesité yo para romper el silencio del abuso sexual. El propio régimen, en su torpeza en el manejo de la crisis, echó luces sobre su verdadera naturaleza dictatorial. La pérdida de vidas humanas y la represión son algo que Nicaragua no puede seguir tolerando. No estamos enfrentando a dos personas, sino a un sistema de ejercicio del poder.
—¿Por qué vinculas los abusos sexuales que sufriste a manos de Ortega a lo que pasa hoy en tu país?
—Se ha ensayado con la población los mismos métodos de abuso que sufrí. En primer lugar, la manipulación, algo que rodea a las mujeres que vivimos abusos. En segundo lugar, la estrategia de la complicidad. En Nicaragua se construyeron supuestas lealtades que eran actos de complicidad en la concentración del poder de Ortega. Finalmente, se sucedieron formas de persecución para no dejar que lo cuestionaran por algo tan grave. Hoy, varias investigaciones periodísticas reconocen que él cometió delitos sexuales contra otras mujeres, otras niñas y muchachas. Nicaragua ha vivido un gran abuso de poder manifestado en estos actos de manipulación, de silencio, y de tejer un sistema cómplice para sostenerse en la impunidad.
—¿Quién es el cerebro en el gobierno: Ortega o Murillo?
—Ambos han coincidido en una patología de control del poder. Tienen una convergencia de una visión mesiánica, en la que únicamente ellos han sido determinados por el Dios que defienden. Por otro lado, comparten una actitud perversa de justificar cualquier acto que hacen. Los dos tienen responsabilidades iguales y están caminando hacia el abismo.
—¿Crees que ella lo chantajeó con apoyar tu denuncia?
—Rosario Murillo ganó una dosis de poder fundamental sobre Ortega al guardar el secreto y al erigirse en su principal cómplice. El tuvo que entregar una dosis de poder significativa a cambio de esto. Pero no se trata de un chantaje, porque si lo fuera él no estaría de acuerdo. Ortega encontró en ella la llave para meter mi verdad en un baúl y, a cambio, ostentar el poder.
—Tu testimonio ante la Justicia incluyó una multiplicidad de agresiones sexuales, incluso en presencia de terceros. ¿Por qué nadie lo denunció antes ni se solidarizó con vos?
—Los que estaban alrededor llegaron a considerar normal su ejercicio del poder, el someter el cuerpo de una niña y convertirla en esclava sexual. Nadie se atrevía a hablar porque había que permitir la conducta del líder. Nos afectó entregarle a Ortega el nombre de la Revolución. La Revolución llegó a significar tanto que la personificamos en él. Todos tuvimos que hacer un camino de reconocimiento para darnos cuenta de que el poder de la Revolución no estaba en una sola persona, sino en nosotros mismos.
—¿Qué final deseas para Ortega: que vaya al exilio o que sea detenido?
—Nicaragua ha aprendido la lección: mientras no se juzguen los delitos, mientras haya impunidad, existe la posibilidad de que estas personas sigan haciendo daño. Estamos ante un abusador, necesitamos detener el abuso de la forma en que lo permitan los mecanismos internacionales. Cada vez es menos posible una salida que pase por la impunidad. Hay que penalizar a Ortega. La única manera de detenerlo es a través de la Justicia.