Recep Tayyip Erdogan es la figura política turca que ha permanecido en el poder durante más tiempo desde los tiempos del fundador de la República de Turquía, Mustafa Kemal Atatürk. Hoy se celebran las elecciones más trascendentales de los últimos años, ya que después de dos décadas de hegemonía política bajo el sello del Partido Justicia y Desarrollo, Erdogan, con sus aliados nacionalistas del MHP, en la Alianza del Pueblo tiene que hacer frente a la Alianza Nacional. Esta gran coalición opositora está liderada por Kemal Kılıçdaroglu, líder del histórico Partido Republicano del Pueblo (CHP), partido fundado por el propio Kemal Atatürk, y está constituida por la denominada “Mesa de los Seis”, que incluye, además del CHP, dos exaliados de Erdogan (el ex primer ministro Ahmet Davutoglu y el exministro de Economía Ali Babacan), además del Partido IYI de Meral Aksener, producto de la ruptura con el partido nacionalista del MHP, y el Partido de la Felicidad, heredero del Partido de la Virtud, donde Erdogan hizo sus primeros pasos en la política.
¿Por qué se conformó una diversa coalición de seculares, progresistas, conservadores y nacionalistas? Claramente, el objetivo principal de la coalición es derrotar a Erdogan para posteriormente abolir el sistema presidencialista y retornar al clásico modelo parlamentario turco. Si bien la campaña de la oposición no se ha centrado en atacar directamente la figura de Erdogan, lo cierto es que una parte de su legado se verá afectada si Kılıçdaroglu llega al poder.
Tres elementos son particularmente interesantes para entender la seriedad del actual desafío político al hombre más fuerte de la política turca desde Atatürk.
En primer lugar, la polarización alrededor de Erdogan es una de las claves para entender la política turca de los últimos años. Con un dinamismo y carisma popular, Erdogan no se ha movido del centro de la escena política, consiguiendo sobrevivir a un intento fallido de golpe de estado en 2016 y avanzar con una reforma constitucional que estableció un sistema presidencialista “a la turca”, además de impulsar una agenda revisionista con un desarrollo sorprendente de la industria militar y mantener un delicado (y a veces polémico) balance en sus vínculos entre Rusia y Occidente. Desde que Erdogan llegó al poder en 2003, nunca perdió una elección como candidato, aunque nunca superó el 53%, a pesar de que en la última década los procesos electorales, si bien fueron libres, no fueron justos para la oposición. De todos modos, en un contexto menos complejo económica y políticamente, el oficialismo perdió las principales ciudades, Estambul, Ankara e Izmir, a manos de la oposición en 2019, un antecedente alentador para la opositora Alianza Nacional.
En segundo lugar, la fragmentación opositora colaboró con la hegemonía de Erdogan pero la división dentro del campo conservador, donde si bien Erdogan es el principal referente, voces disonantes se atrevieron a enfrentarlo, como Davutoglu, el principal estratega de la política exterior neo-otomana y miembro del AKP hasta 2019. La construcción de coaliciones opositoras a Erdogan no es algo nuevo. Desde su postulación a presidente en 2014 ha sido una constante electoral, aunque sin demasiado suerte. Un factor fundamental para su supervivencia política fue el apoyo del ultranacionalista MHP al AKP, tanto en las acciones militares turcas en el sudeste del país contra el PKK a partir de 2014 como en el proceso de reforma constitucional, le dio oxígeno electoral a un Erdogan que terminó dando un giro hacia posiciones más nacionalistas y revisionistas. En tercer lugar, la economía turca se ha deteriorado fuertemente en los últimos años. Oficialmente, en 2022, la inflación superó el 60%, aunque estimaciones no oficiales duplicaban la cifra. Más allá de las críticas por el retroceso democrático de los últimos años, la figura del líder turco ha sufrido un lento deterioro tanto por las condiciones económicas del país como por el manejo de la cuestión de las migraciones dentro de un entorno regional marcado por crisis endémicas o guerras civiles, como los casos de sus vecinos iraquíes y sirios, respectivamente. Esto es particularmente desafiante para el sector más joven de la población, donde las oportunidades de crecimiento económico y social se ven dificultadas, al mismo tiempo que las actitudes se han vuelto menos conservadoras en ese segmento de la sociedad turca, pese a la narrativa oficial que coloca a las tradiciones familiares y religiosas en un lugar fundamental de la estructura social. La posibilidad de que sea elegido un candidato de origen religioso aleví como Kılıçdaroglu, que representa una expresión heterodoxa del Islam en un país predominantemente sunita, puede marcar un cambio profundo en el futuro turco.
Turquía se encuentra frente a una coyuntura crítica donde deberá elegir si continúa revalidando el liderazgo conservador popular de Erdogan o si opta por un profundo cambio hacia un modelo plural en términos políticos y sociales, representado en la figura de Kılıçdaroglu. El mundo está atento a una elección con un gran impacto geopolítico que puede tener un fuerte impacto en los vínculos con Occidente como en el posicionamiento del país de los estrechos en el turbulento juego de ajedrez euroasiático.
*Profesor Pro-Titular, UCA