El zombi es el personaje más reciente de la troupe del horror que incluye a vampiros, hombres lobo, momias y al inefable Frankenstein. Tal como lo imaginamos ahora —ropa de vestir hecha andrajos, carne corrompida, andar autómata, hambre de cerebros— es un invento de las películas clase B de los sesenta y los setenta, en especial las del director estadounidense George Romero. Pero su origen es más antiguo. El culto vudú surgió en el caluroso y empobrecido Haití de la amalgama de las tradiciones africanas de los esclavos, la fe animista de los pueblos antillanos y la religión cristiana de los europeos conquistadores. Cercana a ese culto, aunque no totalmente parte de él, está la creencia de que un brujo, haciendo las invocaciones mágicas correctas, es capaz de revivir un cuerpo muerto y convertirlo en su esclavo para siempre. Ese gólem tropical es el zombi. Sobre el origen de la palabra no hay consenso, pero parece provenir de algún dialecto de África Occidental, donde puede significar desde fetiche hasta demonio o fantasma. Incluso algunos mencionan la influencia de la palabra española sombra. El zombi, lo mismo que el muñequito con alfileres que hace daño a distancia, se mantuvo escondido en el folclore haitiano durante décadas, hasta que a principios del siglo XX los antropólogos empezaron a investigar la cultura popular de las Antillas. Las novelitas de terror lo adoptaron enseguida. Lo que sigue lo sabemos todos: películas, cómics, videojuegos, series de televisión, y hasta un desfile anual para que todos cumplan el sueño de pasear por su ciudad cubiertos de maquillaje sanguinolento.
(Imagen: un grupo variopinto de zombis asalta al espectador. Dawn of the Dead, de George Romero, 1978.)