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Lexicón

Mandarina

De Pekín a Tánger

Mandarina
El último emperador | Bernardo Bertolucci, 1987

El árbol que produce mandarinas es originario del sudeste de Asia. No sabemos por qué motivos la fruta no formó parte del bagaje de Marco Polo cuando volvió a su hogar, por lo que Europa tuvo que esperar hasta el siglo XIX para saborearla. En ese momento fue recibida a través de dos caminos distintos. Algunos países la conocieron recién llegada de China, y posiblemente fue un mercader imaginativo el que asoció el naranja intenso de su cáscara al color que solían vestir los lejanos mandarines, esos burócratas de alto rango en el complicado sistema imperial chino. De allí su nombre: primero «naranja mandarina», porque la fruta era muy parecida a la familiar naranja, y luego simplemente mandarina. Su característico dulzor amargo tuvo éxito entre los europeos, y pronto quisieron cultivarla un poco más cerca. A la planta la favorecen los climas cálidos y secos, por lo que se establecieron grandes plantaciones en lo que hoy es Marruecos. De allí llegaban a los consumidores por barco, a través del puerto de Tánger. Por eso en algunos países la fruta recibió el nombre de «naranja tangerina», que luego se simplificó a tangerina. Esto es lo que ocurre en inglés y en portugués. Los hablantes de nuestro idioma parecen preferir la primera opción, con la curiosa excepción de Uruguay: como las frutas que llegan allí provienen del vecino Brasil, el tercer productor mundial luego de China y España, el nombre tangerina está muy extendido.

 

(En la imagen: el último emperador chino sube las escaleras sin saber que cincuenta años más tarde terminará siendo jardinero en un parque de Pekín. En El último emperador, de Bernardo Bertolucci, 1987.)

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