MEDIOS

Colombia y el péndulo inmóvil

Asombra comprobar cómo, a pesar de los constantes usos y abusos, la palabra cambio sigue funcionando como señuelo electoral.

Callejuela de Colombia 20220611
Colombia | RICARDO GÓMEZ ÁNGEL

Hace unas noches soñé que Colombia patentaba ante no sé qué agencia internacional su invento del Péndulo Inmóvil, así como en otras épocas patentamos con gran éxito la innovación del poeta sin poema, el puente sin río y el crimen sin autor.

¿Cómo así? ¿Nos está tomando el pelo? -o “tocando los huevos”, como diría un amigo argentino- preguntarán ustedes.

Y sí, claro. Ya sé que la esencia del péndulo consiste en desplazarse del centro a la izquierda, para volver al punto de partida antes de pasar a la derecha. Y así en una repetición infinita, a no ser que alguna fuerza externa lo interrumpa.

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Bueno, ya empezamos a entendernos.

La ilusión de volver a la vida civil no pasó de ser eso, una quimera

Sucede que nuestro péndulo es distinto: lo suyo es la ilusión del movimiento, la impostura, el disfraz (o la post verdad, como dicen las modas al uso).

En realidad, contra la apariencia de movimiento y cambio caras al discurso de lo nuevo, muchos de nuestros estados mentales continúan en tiempos de la colonia.

El pasado 30 de abril, por ejemplo, tropecé con una procesión de laicos que, en lenguaje sibilino, desde luego, como corresponde a nuestra pasión por el rodeo, acusaban de criminales a las mujeres que defienden y ponen en práctica su derecho al aborto y, de paso, a los magistrados que con su jurisprudencia amparan esas decisiones.

En Colombia, el país de la “democracia ejemplar”, pasan estas cosas...

Cuando les pregunté por qué esos movimientos denominados Pro Vida no se expresaban también contra los asesinatos de líderes sociales, los despojos de tierras y las muertes de niños por desnutrición optaron por hablar del clima.

En el país con “la democracia más sólida y antigua de América Latina” pasan esas cosas.

A propósito de solidez y antigüedad, abro un libro de Historia de Colombia y compruebo que el péndulo sigue en su sitio. Desde los tiempos que sucedieron a las guerras de independencia los partidos políticos no han dudado en desterrar y asesinar a sus ovejas descarriadas cuando sus acciones van más allá de los simples formalismos democráticos y se vuelven más incómodas de la cuenta.

Pienso en Sucre, en Uribe Uribe, en Gaitán, en Galán, en Guadalupe Zapata: no por casualidad después de su asesinato sólo se detiene a sospechosos de ser los autores materiales, pero nunca se habla de los que dieron las órdenes. Es decir, de los auténticos poderes que mueven los hilos en el teatrino.

“Tenemos derecha ilustrada e izquierda con motosierra”

Si eso pasa con sus disidentes, sabemos de sobra lo que han hecho con los opositores: Pizarro, Bateman, Pardo Leal, Jaramillo y el partido Unión Patriótica en pleno. En últimas, su conquista fue la paz de los cementerios. Para todos, la ilusión de volver a la vida civil y participar en ella con los instrumentos legitimados no pasó de ser eso: una quimera.

No podía ser de otra manera. El campo de la política es nuestro más ilustrativo ejemplo de inmovilidad. En las llamadas Democracias occidentales la constante -al menos en lo formal- ha sido la cíclica alternancia de mandos en el ejecutivo, dependiendo de algunos contenidos programáticos, la incidencia de factores globales y, sobre todo, del cansancio de los electores.

Demócratas y republicanos en Estados Unidos, Partido Popular y Partido Socialista Obrero en España, laboristas y conservadores en Gran Bretaña se turnan en un modelo que debió haber inspirado a liberales y conservadores en Colombia para crear la figura de El Frente Nacional, como salida a la violencia que ellos mismos habían atizado.
Para mejorar las cosas, en nuestro país ofrecemos valores agregados: tenemos derecha ilustrada y derecha con motosierra. Izquierda institucionalizada e izquierda con cilindros bomba.

Las campañas y los candidatos se fabrican hoy en las agencias de publicidad

Puestos en América Latina el panorama no cambia: México, Costa Rica, Brasil, Argentina, Chile y Uruguay han elegido -y a veces reelegido- apellidos que representan una idea de sociedad, si eso quiere decir alguna cosa en estos tiempos: Fox, Peña Nieto y López Obrador en México; Bolsonaro  y Lula en Brasil; Bachelet y Piñera en Chile, Kirchner y  Macri en Argentina, así como Mujica y Luis Lacalle Pou en Uruguay, son sólo algunos ejemplos.

¿Y por qué se saltó a Colombia si somos la “democracia ejemplar”? preguntarán ustedes.

Pues porque somos los inventores del Péndulo Inmóvil. Tomemos la pasada Semana Santa: las homilías de los jerarcas religiosos tronando con su lenguaje escurridizo contra el candidato ““ateo y expropiador” al tiempo que alababan al “defensor de los valores y la familia”, me hicieron pensar en Monseñor Builes, que en plena ordalía de la violencia entre liberales y conservadores, desde su púlpito en Santa Rosa de Osos -un baluarte del espíritu ultramontano- exhortaba a sus feligreses a luchar contra “la cizaña liberal y atea”.

Exaltados por ese verbo incendiario, cientos de campesinos analfabetos determinaban en su propia conciencia que matar liberales no era pecado.

Como tampoco es pecado hoy desaparecer, asesinar, desplazar y desterrar en nombre de “los altos valores de la patria”. No llamar a las cosas por el nombre es otra de las manifestaciones de nuestra inmovilidad.

“Tenemos argumentos de sobra para patentar el Péndulo Inmóvil”

Mas que quietud, lo de nuestro péndulo es fosilización. El espíritu conservador -en sentido filosófico y partidista- cristalizó en una sociedad que hizo suya la idea del protagonista de El Gatopardo, la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “Cambiar todo para que todo siga igual”. Es decir: la pura ficción del movimiento.

En ese sentido asombra comprobar cómo, a pesar de los constantes usos y abusos, la palabra cambio sigue funcionando como señuelo electoral. Lo de “Nuevo” alude sólo al reemplazo de unos rostros por otros más jóvenes pero elegidos a través de la vieja maquinaria consistente en apropiarse de los recursos del Estado, es decir, de la sociedad, para beneficiar intereses particulares.

Esas cosas nos ayudan a entender en parte la violenta reacción de un sector significativo de la sociedad colombiana contra cualquier tipo de transformación, por modesta que sea. De ahí nuestra devoción por los caudillos y redentores que, por definición, son los garantes de la inmovilidad del péndulo.

Como las campañas políticas y los candidatos se fabrican hoy en las agencias de publicidad, en los medios y en las redes sociales, los expertos en mercadeo político apelan a símbolos primarios, que toquen la entraña y muevan los impulsos ancestrales de los electores potenciales. No sé si exista entre nosotros un símbolo con más poder unificador y representativo que el sombrero, esa prenda que se modifica según las idiosincrasias regionales, pero en el fondo sigue siendo la misma: Aguadeño, Vueltiao o llanero. Da igual. Debe ser porque parece igualar a terratenientes y peones, latifundistas y campesinos pobres. En otras palabras, crea la sugestión de ser una prenda democrática, igual que los ataúdes, pero más optimista.

“Tampoco es pecado hoy desaparecer, asesinar, desplazar y desterrar”

Por eso hace veinte años, los publicistas montaron al caudillo de turno en un caballo y lo vistieron con poncho y sombrero. Ya conocemos los resultados. Y por eso en la actual campaña no tuvieron que forzar mucho la imaginación para ataviar al candidato Gutiérrez con su respectivo sombrero y lo ofrecieron en el mercado como “El presidente de la gente”, otra frase vendedora a pesar del desgaste.

De inmediato, sin necesidad de ideas ni programas -esas antiguallas- empezó a subir en las encuestas aupado por las redes sociales y por nuestros ancestrales temores ante cualquier tipo de transformación.

Igual que hace cien, cincuenta, veinte, diez, cuatro años. Como pueden ver, tenemos argumentos de sobra para patentar nuestro Péndulo Inmóvil.

 

Este artículo se publico originalmente en la revista La Cola de Rata (https://www.lacoladerata.co/cultura/colombia-y-el-pendulo-inmovil/)