Javier Milei dijo en su discurso de ayer en America Business Forum en Miami, Estados Unidos, que siempre privilegia las acciones éticas por sobre el utilitarismo político, porque “nada que sea injusto puede ser eficiente”, y todo lo que sea eficiente es por tanto justo, evidenciando un dogmatismo metafísico peligroso.
Además, el Presidente invierte causa y consecuencia. ¿Cómo puede medirse el valor ético de una acción si no es por el bienestar general de una sociedad? Más aún, su dogmatismo elimina la atávica discusión entre medios y fines tan expresada en la realpolitik donde se argumenta malos medios para lograr buenos fines y los debates de las ciencias sociales sobre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Como siempre con grandes confusiones intelectuales en alguien que luego se define como bilardista.
Y tácitamente se suma a la declaración del super millonario Peter Thiel, socio de Elon Musk y fundador de PayPal, sobre que “la democracia y la libertad son incompatibles”, agrego yo para completar ese pensamiento porque la felicidad de la mayoría reduce la libertad de la minoría. En palabras de Milei en otras intervenciones, "ocho zorros y una gallina votan que va a cenar esa noche, y obviamente pierde la gallina", como una metáfora de los que hace la democracia en la decisión de a quién cobrarle impuestos, cuando por la lógica de la pirámide social hay menos integrantes en la cúspide que en la base.
Ayer, nuestro presidente brindó nuevamente una de sus clases donde expresa sus lineamientos teóricos y su ideología. El discurso fue a la vez una suerte de balance de mitad de mandato ante referentes del empresariado estadounidense. Esta vez, defendió con fuerza el capitalismo como el sistema más justo y moral. Rechazó la idea de que el libre mercado deba complementarse con intervención estatal y afirmó que el capitalismo no solo es eficiente, sino también la manifestación de la libertad individual y el motor del progreso humano. Además, volvió a apuntar contra el “comunismo”, asociándolo al kirchnerismo y Zohran Mamdani, recientemente electo alcalde de Nueva York.
A pesar de que la nueva derecha agita constantemente el fantasma del comunismo y el colectivismo, hoy no está en discusión la propiedad privada de los medios de producción, la dictadura del proletariado ni nada por el estilo. Incluso Mamdani, que se dice abiertamente “socialista democrático”, es de la social democracia, y no del socialismo del siglo XXI que plantea cuando lo compara con el caso de Venezuela. El alcalde electo se limita a un programa que, en todo caso, podría ser calificado de “estado de bienestar”, impuestos a las grandes fortunas y subsidios al transporte, por ejemplo.Y el kirchnerismo, por su parte, se asume como una fuerza capitalista y democrática. Este uso vago y equívoco de la terminología política ya debería darnos una pista de lo exagerado y poco riguroso que es Milei en sus definiciones.
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Tras esta polarización entre comunismo y capitalismo, la palabra ausente en el discurso de Milei es “democracia”. Bajo una polarización entre sistemas económicos, lo que se oculta es que el libertarianismo anarcocapitalista piensa a la democracia como un obstáculo para la irrupción irrestricta de las leyes del mercado, que establecerá por sí mismo ganadores y perdedores, generando la sociedad más perfecta posible, en su concepción.
De todos modos, es llamativo el énfasis en criticar la noción de que el crecimiento económico debe depender de la intervención pública para corregir desigualdades porque perpetúa un modelo de dependencia estatal. Llama la atención estas palabras en un presidente que viene de recibir un salvataje multimillonario del Tesoro de Estados Unidos.
El mandatario sostuvo que la legitimidad del capitalismo no proviene únicamente de su capacidad para generar riqueza, sino de su raíz moral: la defensa del derecho del individuo a su libertad y propiedad. Y advirtió que las regulaciones y políticas que limitan el libre mercado no solo atentan contra la eficiencia económica, sino también contra la dignidad humana. En uno de los momentos clave de su discurso fue cuando citó al economista Jesús Huerta de Soto, y dijo: "Nada que sea injusto puede ser eficiente".
A continuación, Milei habló de que lo que guía su plan de acción, y es una norma para todas sus reuniones de Gabinete, los valores éticos y morales están por encima de lo que dicta “el utilitarismo político”. Cree que cuando se hace lo que es éticamente correcto no hay obstáculo posible al progreso del país. El asunto sería poder decidir qué es lo justo y éticamente correcto. Ya veremos que el utilitarismo se guía, justamente, por lo que considera justo para la mayoría. “Los valores éticos y morales están por encima del utilitarismo político”, sostuvo el mandatario.
Milei contrapone lo que él llamó “utilitarismo político” a lo éticamente correcto. Seguramente se refiere al ejemplo típico del mal político que, buscando el objetivo de conservar el poder, hipoteca el futuro de la población con planes a corto plazo. ¿Pero no es exactamente eso lo que hizo Milei con los préstamos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y otros organismos internacionales para mantener el dólar artificialmente intervenido?
Además, justamente el utilitarismo es una doctrina que intenta establecer qué es la justicia para una sociedad. Por lo que utilitarismo y ética no están contrapuestos, sino todo lo contrario. Formulado inicialmente por Jeremy Bentham a fines del siglo XVIII, sostiene que una acción es moralmente correcta si produce la mayor felicidad o bienestar posible para el mayor número de personas. Bentham definía la “utilidad” como la suma del placer generado menos el sufrimiento causado.

John Stuart Mill, uno de los padres del liberalismo, amplió esta doctrina en "El utilitarismo", publicado en 1863, al afirmar que todas las decisiones humanas, tanto individuales como colectivas, deben orientarse por el principio de la mayor felicidad común. Esta teoría ética pertenece al consecuencialismo, ya que juzga la moralidad de los actos por sus resultados. A diferencia del egoísmo, el utilitarismo valora por igual los intereses de todos los individuos y se asocia al principio moral de “tratar al prójimo como a uno mismo”. Además, se preocupa por las consecuencias a largo plazo y por el impacto de las acciones sobre generaciones futuras, no solo sobre quienes viven en el presente.
Milei podría justificarse desde el utilitarismo con la idea de que, si su programa condujera a un bienestar ulterior, sería éticamente correcto, habría que medirlo por los resultados intergeneracionales, el sufrimiento de los actuales por la felicidad de los futuros. ¿Pero dónde entra la crueldad en esta ecuación? El utilitarismo parte de la solidaridad y toma el sufrimiento del prójimo como propio, al sumarlos todos para establecer un índice de bienestar general. Jamás podría jactarse de “ser cruel”, como lo ha hecho nuestro presidente.
Algunos minarquistas utilizan argumentos utilitaristas para justificar un Estado mínimo. Los asociados con la escuela austríaca de economía argumentan a favor del Estado mínimo en base a que produce los mejores resultados sociales en términos de utilidad general, bienestar o eficiencia económica, basándose en la investigación económica estadística. El anarcocapitalismo, todavía más radical, ve al Estado como un obstáculo ante el despliegue total de las leyes del mercado, que a la larga generarían la mejor sociedad.
La diferencia fundamental entre ambas visiones está en el fundamento moral. El anarcocapitalismo y el minarquismo se basan en principios deontológicos: ciertos derechos (vida, libertad, propiedad) son inviolables, sin importar las consecuencias. En cambio, el utilitarismo es consecuencialista: no hay derechos absolutos, sino que las normas se valoran según los resultados que producen. Un utilitarista podría apoyar impuestos o regulaciones si benefician al conjunto de la sociedad, mientras que un anarcocapitalista los consideraría coercitivos y, por tanto, inmorales.
Hace un mes tuve la suerte de entrevistar por segunda vez a Peter Singer, el filósofo australiano reconocido como el pensador contemporáneo más influyente del utilitarismo por sus aportes a la ética aplicada y la bioética, y un referente del consecuencialismo. En su pensamiento, sostiene que la ética debe ser una guía práctica para reducir el sufrimiento y promover el bienestar de todos los seres sintientes. Plantea algunos debates controvertidos sobre la selección genética, el aborto y la venta de órganos.
Desde su enfoque consecuencialista, considera que “si permitir la venta de órganos salva vidas, es algo que debemos considerar”, siempre bajo condiciones de consentimiento y equidad, algo similar a lo que ha planteado Milei en alguna ocasión aunque sin regulaciones. De conjunto, su pensamiento reafirma que la ética no debe ser abstracta, sino una herramienta racional y compasiva para orientar nuestras decisiones en un mundo complejo e interdependiente.
El filósofo considera que vivir éticamente implica “elegir, entre todas las posibles, las acciones más significativas que podamos realizar”, y que la función más urgente de la ética en el siglo XXI es asegurar “que dejemos el planeta en condiciones habitables para nuestros hijos y nietos”.
Si embargo, donde se ve la diferencia es en su consecuencialismo, justamente. Aunque defiende firmemente la libertad individual, al igual que Milei, se diferencia al sostener que algunas regulaciones pueden ser necesarias cuando las consecuencias de la acción o la omisión generan daño evitable.
De igual modo, sostiene que el Estado puede intervenir frente a discursos que incitan al odio, distinguiendo entre la libre expresión de ideas y los intentos deliberados de provocar violencia o discriminación. En su visión utilitarista, las regulaciones se justifican cuando contribuyen a reducir el sufrimiento y proteger el bienestar colectivo sin anular el principio de autonomía personal. “Algunas restricciones de la libertad individual son necesarias”, aseguró en Periodismo Puro. Aún para alguien que defiende la libertad a ultranza, la intervención del Estado está justificada en algunas circunstancias.
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Milei, en cambio, invierte causa y consecuencia. En su concepción, los planteos éticos generan bienestar per se. Para los utilitaristas, es el bienestar general, justamente la medida de qué acción es éticamente correcta o no. Desde la antigüedad, diversos pensadores han considerado la felicidad como el fin último del ser humano. Aristipo y Epicuro defendieron el hedonismo, y Aristóteles la eudaimonía como bien supremo. No se trata de un estado pasajero de placer o bienestar emocional, sino de una vida plena y virtuosa, en la que el ser humano realiza su función propia: el ejercicio racional del alma conforme a la virtud. Así, alcanzar la eudaimonía implica desarrollar las virtudes éticas e intelectuales mediante la práctica constante, equilibrando los deseos y las emociones bajo la guía de la razón.
Para Aristóteles, la eudaimonía no depende únicamente de factores internos, sino también de ciertas condiciones externas, como la salud, la amistad, la libertad y un grado suficiente de bienes materiales. Además, Aristóteles defendía el “término medio” como principio que guía la virtud moral, entendida como un punto de equilibrio entre dos extremos viciosos: el exceso y el defecto. No se trata de una mediocridad o tibieza, sino de una elección racional que busca el justo balance en cada situación concreta.
Por ejemplo, el valor es el término medio entre la cobardía y la temeridad; la generosidad, entre la avaricia y el derroche. Este equilibrio no es igual para todos, sino que depende de las circunstancias y del juicio prudente de cada persona. No parece que un presidente que se jacta de ser Cruel, y acusa de inmorales a cualquiera que le hace un planteo esté muy equilibrado en términos aristotélicos.
Pero hay otro elemento a tener en cuenta. La ética, la filosofía moral, así como la filosofía política, están centradas en la práctica. Y los seres humanos hemos encontrado en la práctica política un sistema que, si bien puede no ser perfecto, es la mejor aproximación a la expresión de la voluntad general: la democracia.
En una entrevista, Milei incluso negó pronunciarse sobre la democracia y recurrió al Teorema de Arrow -o paradoja de Arrow- para evitar responder directamente sobre sus convicciones democráticas, como hizo durante un debate con Juan Grabois. Este teorema, formulado por Kenneth Arrow, plantea que es imposible diseñar un sistema de votación que refleje perfectamente la voluntad colectiva cuando existen tres o más opciones, lo que algunos libertarios utilizan para cuestionar la legitimidad del “Estado de bienestar” y la “racionalidad de las masas”. El antecedente teórico remite al marqués de Condorcet, quien en el siglo XVIII sentó las bases de la agregación de preferencias, y a ejemplos modernos, como el sistema electoral argentino con sus distintas etapas de votación.
Aplicando el método de Condorcet, que mide los enfrentamientos individuales entre candidatos, se desprende que, en las últimas elecciones, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta habrían superado a Milei, y que este solo habría vencido a Sergio Massa. Según ese modelo, Rodríguez Larreta habría resultado ganador final por ser la opción “menos rechazada”. Este ejemplo ilustra la paradoja de Arrow: el resultado electoral no necesariamente refleja la preferencia colectiva más representativa, sino el efecto del sistema de eliminaciones vigente.
Pero Arrow mismo relativizó su teorema al reconocer que los seres humanos no deciden de manera aislada y pueden actuar con empatía o interés por los demás. Henri Poincaré también advirtió que las demostraciones matemáticas carecen de valor práctico si se basan en supuestos irreales. Estas observaciones invitan a reflexionar sobre los límites del formalismo matemático en la política y sobre la necesidad de incluir variables éticas, históricas y sociales en la comprensión de la democracia. Y, en todo caso, si la democracia no es el mejor sistema para avanzar en la equidad y el bienestar general, ¿cuál es? Milei no lo dice…
Por último, vamos a referirnos al balance económico de su gestión. Milei afirmó que la Argentina atraviesa “meses muy duros”, pero defendió que el rumbo elegido “es el correcto y será irreversible”. Recordó la victoria legislativa de su espacio como un “triunfo histórico” que desmintió a la política tradicional y reafirmó el apoyo ciudadano a su gestión. Dijo haber recorrido el país para pedir a los argentinos que no se rindieran y sostuvo que el respaldo electoral representa “un pacto sagrado con la gente”, el cual le da al Gobierno legitimidad para avanzar con las reformas económicas pendientes.
El mandatario aseguró que su administración “no transa con el déficit” y que “el superávit es innegociable”. Subrayó que su gobierno “dejó de emitir hace más de un año” y que el Banco Central está capitalizado, destacando que los mercados respondieron positivamente a las políticas oficiales. “El mercado argentino tuvo su mayor suba histórica en un día, su mayor suba histórica en una semana y sigue subiendo”, indicó. En contraste, evocó el “riesgo KUKA”, término con el que identificó al kirchnerismo, y advirtió que su sola posibilidad “le pone al país una base de riesgo altísima”.
“El mercado Argentino tuvo su mayor suba histórica en un día", aseguró, e insistió en que su gestión implementó un plan de estabilización “exitoso con consenso social, pero sin consenso político”, y responsabilizó a la oposición por haber intentado “un golpe económico desde el Congreso”. Denunció que ese sector “rechaza hacer lo que la Argentina necesita”, y que sus ataques dañaron la confianza, el crédito y la inversión.
Pero, al menos en términos concretos, no parece que el plan de Milei haya logrado un éxito tan concreto como el que afirma el Presidente.

El gráfico muestra la evolución del Índice de Precios mensual acumulada sobre base cien al inicio, durante los primeros dos años bajo distintos planes antiinflacionarios en Argentina.
Durante el Plan Austral, en junio de 1985, representado por la línea negra, se observa una estabilización durante los primeros 8 meses, igual en todos los planes excepto el de Milei, y luego un crecimiento exponencial del índice que alcanza 315 en esa fecha.
En cambio, bajo la Convertibilidad, en marzo de 1991, la línea roja refleja un período de estabilidad con un aumento muy lento de los precios, llegando a 146. Tras la salida de la Convertibilidad, en abril de 2002, la línea verde indica un crecimiento moderado del índice, que llega a 123. Finalmente, en diciembre de 2023, la línea negra punteada muestra un nuevo incremento acelerado, con un valor de 266, retomando así la tendencia exponencial.
O sea que el plan antiinflacionario de Milei se comportó peor que todos los anteriores y recién comienza a resultar mejor que el Plan Austral en el mes 22, cuando el Austral comenzó a derrumbarse. Claramente, es mucho peor que el plan de Domingo Cavallo y el de Roberto Lavagna. También podríamos decir que, hasta ahora, es peor que el de Juan Vital Sourrouille.
La comparación económica entre planes de estabilización históricos muestra que la estabilidad que Milei proclama no es lo exitosa que percibe. Y más allá de la comparación con los anteriores planes antiinflacionarios Milei sostiene que privilegia la acción “ética”, porque la ética trae buenos resultados. ¿Pero cómo se evalúa éticamente un plan que aumenta la desigualdad y destruye la economía y sociedad de un país?
Los planes de Sourrouille, Cavallo y Lavagna trajeron aumento de consumo, crecimiento económico, reducción de la pobreza, reducción del GINI y aumento de la inversión. El plan antiinflacionario de Milei no produjo nada de esto.
Si su modelo fracasa en garantizar bienestar general, la pregunta inicial de si se puede no creer en la democracia y ser utilitarista encuentra así su respuesta: no. El utilitarismo requiere la inclusión de todas las voces y el reconocimiento del otro como sujeto de igual valor. Sin respeto a la democracia no hay cálculo posible del bien común, y no hay posibilidad de evaluar éticamente las acciones de un gobierno.
Producción de texto e imágenes: Facundo Maceira
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