En la Argentina gobernada por Javier Milei el sistema político dejó de ser un abanico múltiple y se convirtió en un campo de dos polos nítidos: quienes acompañan la “revolución libertaria” y quienes se le oponen. En el medio, prácticamente no queda aire para una tercera vía. No es sólo un fenómeno discursivo: es el resultado de una arquitectura de poder, una estrategia comunicacional y una dinámica institucional que empuja a todos los actores -políticos, sindicales, empresariales y mediáticos- a tomar posición sin matices.
La estrategia del binarismo
Milei no gobierna desde el centro ni aspira a construir consensos amplios. Su identidad política -forjada en televisión y redes sociales- se basa en la confrontación permanente con la “casta”, una categoría que engloba desde el peronismo hasta el radicalismo, los gremios, la Justicia, los gobernadores y buena parte de los medios. El mensaje es simple: estás adentro o estás afuera. La lógica binaria funciona tanto para la fidelización de su base como para disciplinar a sus aliados eventuales. Cualquier actor que intente ubicarse en una zona templada termina, tarde o temprano, siendo señalado como parte del problema.
Reformas sin medias tintas
La agenda económica libertaria profundiza esta dinámica. El programa de Milei -ajuste fiscal extremo, desregulación masiva, privatizaciones, flexibilización laboral y recortes del Estado- está diseñado como un paquete integral. No admite acompañamientos parciales: o se respalda el shock o se queda del lado del freno. Esa arquitectura de reformas impide la aparición de un espacio gradualista, una alternativa de centro o un “liberalismo moderado” que intente dialogar con todos. En términos políticos, apoyar “en parte” es equivalente a obstaculizar. En términos simbólicos, equivale a traicionar el mandato de ruptura.
El Congreso como escenario de transacciones, no de coaliciones
La debilidad legislativa de La Libertad Avanza, paradójicamente, contribuye a reducir el espacio para una tercera vía. En lugar de construir una coalición estable, el Gobierno opera sobre acuerdos tácticos y efímeros con sectores del PRO, parte de la UCR y bloques provinciales. Las negociaciones son quirúrgicas, no programáticas. No hay una mesa de articulación política que pueda convertirse en un centro renovador; hay una oficina que administra votos necesarios para pasar leyes. El resultado: un mapa legislativo sin proyecto intermedio y sin liderazgo capaz de articular una alternativa sistémica.
Una oposición sin brújula ni territorio común
El peronismo transita su crisis más profunda desde 1983 y la centroderecha tradicional también está en recomposición. Ninguno de los dos bloques logró construir una identidad nítida frente al mileísmo sin caer en la polarización directa. Los gobernadores priorizan su supervivencia fiscal antes que una estrategia nacional común; los intendentes cuidan su territorio; los partidos históricos discuten liderazgos sin resolver su narrativa. La moderación, en este contexto, perdió atractivo electoral y visibilidad pública.
La presión del ecosistema mediático
El clima mediático profundiza la tendencia al blanco o negro. El Gobierno impone agenda a través de redes, streaming y conferencias de alto impacto; la oposición responde desde la denuncia y el dramatismo. En ese ring de golpes rápidos y posicionamientos fulminantes, la política moderada -la de los matices, la de las explicaciones, la que requiere tiempo para argumentar- desaparece del radar. Los actores que intentan ocupar ese espacio quedan reducidos a un rol testimonial.
Javier Milei participó en la ceremonia de la entrega del Nobel a María Corina Machado
El resultado: un país en modo dual
Con un oficialismo que gobierna con el impulso del 55% que lo votó y una oposición que se organiza en torno a la resistencia, el tablero argentino quedó reducido a dos fuerzas gravitacionales. La tercera vía no murió: fue asfixiada por la lógica del sistema. Para resurgir necesitaría tres condiciones hoy ausentes: un liderazgo claro, una propuesta programática distinta a los extremos y un clima social dispuesto a escuchar alternativas que no prometan ni la motosierra ni la restauración del pasado.
Mientras esas condiciones no aparezcan, Milei seguirá gobernando en un país ordenado bajo su propio mapa moral: revolución o resistencia, ruptura o continuidad. En esa cartografía, no hay lugar para el punto medio.
RM/ff