A dos años y dos días del asalto del Congreso de los Estados Unidos por seguidores de Donald Trump que no aceptaron la derrota en las elecciones de 2020, miles de partidarios de Jair Bolsonaro invadieron y destrozaron las sedes de los tres poderes de Brasil en rechazo al gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva. Una turba descontrolada arribó a la capital en decenas de ómnibus previamente contratados con el fin de deslegitimar la victoria de Lula en la segunda vuelta de las presidenciales del 30 de octubre, por ajustada que haya sido. Contó con la pasividad de la Policía Militar de Brasilia.
Los ataques contra el Congreso, el Palacio de Planalto y el Supremo Tribunal Federal tuvieron como objetivo exigir una intervención militar para echar a Lula, presidente por tercera vez desde el 1 de enero. ¿Fue un conato de golpe de Estado, un acto terrorista o una insurrección? Los facciosos marcharon desde el Cuartel General del Ejército, donde permanecían acampados, a nueve kilómetros de la Plaza de los Tres Poderes, ideada por Óscar Niemeyer cuando diseñó Brasilia, a finales de los años cincuenta. Llevaban camisetas amarillas y verdes y banderas de Brasil.
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La apropiación de los colores del país, patente durante la campaña, refleja en sí mismo el nacionalismo, más allá de que no tenga que ser sinónimo de extremismo. Lula ordenó desde Araraquara, San Pablo, donde estaba de visita por la tragedia provocada por las inundaciones, la intervención federal de Brasilia hasta el 31 de enero. Acusó a Bolsonaro, ausente con aviso en la toma de posesión, de haber estimulado la invasión desde Kissimmee, suburbio de Orlando, sede del parque temático Disney, Estados Unidos, donde se encuentra desde el 30 de diciembre.
Desde allí, el excapitán del Ejército y ex diputado, cuyo partido conserva el poder en Estados clave y en el Congreso, se despegó de los incidentes. Sus gobernadores afines condenaron el ataque, pero el líder del Partido Liberal, Valdemar Costa Neto, elogió los acampes frente a los cuarteles. El doble discurso, parecido al de Trump antes de las investigaciones penales que podrían llevarlo al banquillo por el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, prima en Brasil. Un país tan polarizado como otros. Fue removido el secretario de Seguridad de Brasilia, Anderson Torres, exministro de Justicia y compañero de viaje de Bolsonaro.
Durante la transición, Bolsonaro aceptó el reemplazo al jefe del Ejército, Marco Antônio Freire Gomes, partidario de los acampes frente a los cuarteles y renuente a obedecer órdenes de Lula, por el general Julio César de Arruda. Una señal de aparente respeto, más allá de que Bolsonaro como Trump insista en denunciar un fraude electoral, pero existe una diferencia entre uno y el otro. Trump aún era presidente cuando la turba intentó evitar la certificación del gobierno de Joe Biden. No era para menos la reacción: Bolsonaro contrató como asesor de campaña a Steve Bannon, cerebro de Alt-Right y artífice de la victoria de Trump en 2016.
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La ola roja que presagiaban los republicanos para las elecciones de medio término del 8 de noviembre de 2022 terminó diluyéndose en la playa frente al triunfo de una facción republicana más moderada, encabezada por el gobernador de Florida, Ron DeSantis, potencial precandidato presidencial frente a Trump. Una semana después del fiasco, Trump anunció su postulación para 2024. Los suyos obligaron a ceder a sus pretensiones radicales al nuevo presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, después de 15 votaciones en sesiones maratonianas.
Otro indicio de la polarización, del poder que conservan y, en Brasil, del bochorno después de una campaña en la cual tanto Bolsonaro, apuñalado en 2018, como Lula debieron usar chalecos antibalas en medio de asesinatos y de episodios de violencia. El arresto del empresario George Washington de Oliveira Sousa por haber instalado una bomba dentro de un camión cisterna de combustible, así como el hallazgo de 40 kilos de explosivos, para impedir la toma de posesión de Lula confluyeron en una triste coincidencia: Washington, dos años y dos días después de que otro líder alentara en forma explícita o solapada el estado de conmoción.
JL