Esperábamos con ansia y emoción a las ocho para aplaudir a nuestros médicos. Tiempos recientes en que nos sumergíamos con pánico en el bravío Apocalípsis y ellos eran nuestros salvadores. La ciudadanía vivía agradecida por tenerlos como escudo en la medieval peste del COVID.
Trabajaron en turnos increíblemente arduos y extensos. Se jugaron en la frontera del contagio: no pocos fallecieron. Demasiados. Las políticas de Gobierno encausaron, pero fueron ellos, los médicos, los enfermeros y el conjunto de profesionales y personal hospitalario que nos salvaron. Sobre todo, del hospital público. Ellos no participaron y tampoco nosotros, ciudadanos de pie, de la disputa ideológico este/oeste, ni del negocio de las vacunas - de haber habido - y menos de colarse para vacunarse fuera del turno.
Pero pasó la pandemia, cayó el velo de los barbijos junto con la vergüenza y se sigue imponiendo a médicos residentes y de planta miserables sueldos, que lleva a no pocos a pensar si no les convendría trabajar de otra cosa, quizás ¿por qué no? manejar un “mionca”. Y eso que la profesión requirió de los padres que banquen el estudio hasta los 25 años o los treinta para hacer una especialidad. La responsabilidad ética y legal, el estudio y la formación sostenidos, la angustia de lidiar con la vida y la muerte agobian, sí, pero son la marca de calidad, mérito y pasión de un noble oficio. Aun así, tener que seguir viviendo en la casa de los “viejos”, porque no da para un “derpa”, ni hablar de hacer familia. ¿O quizás sea una “deuda” por estudiar, ser comprometido o por ser de clase media?
Es que valorar su jugarse por la vida de sus conciudadanos, reconocer el valor del esfuerzo, la dedicación y el riesgo, obligan al noble gesto del agradecimiento. Tres actitudes tan poco usuales en los caminos de la vida: reconocer, valorar y agradecer. No merecen el mero aplauso, o el desprecio un “gracias pibe, bueno lo tuyo”ni el “eso ya fue”. Y menos el “te arreglo con dos mangos y no jodas más.” Duele la ingratitud.
Si no los saben escuchar bien los que tienen la autoridad de decidir–y son tres poderes – sin duda los sabe escuchar la ciudadanía, ese “gran pueblo argentino- que merece-salud”. Un pueblo que sabe ser agradecido.