Hace días me encontré en redes con la campaña de una organización social que acompaña a barrios populares, ellos proponen contagiar solidaridad. Qué concepto tan potente, qué manera de resignificar la realidad. También soy miembro del tercer sector y te puedo asegurar que, por momentos, la dinámica del trabajo se complica.
Nuestros indicadores no son de ventas, sino que marcan las familias que aún no cuentan con un hogar. Sin lugar a dudas, este contexto profundizó la crisis y es ahí donde la creatividad surge. Creatividad que hace que conceptos negativos adquieran otro sentido.
#QuedateEnCasa probablemente esté en el top 3 de las frases más usadas en redes en el último tiempo. Más allá de un trending topic o un slogan del momento, “quedarse en casa” es muy difícil para miles de familias argentinas. Sin embargo, también es una oportunidad para quienes están atravesando la pandemia en un entorno de privilegios. Físicamente, esta cuarentena nos ata a lugares determinados, pero a través de internet nuestro alcance no tiene límites y podemos salir de casa estando dentro.
Argentina, un país con solidaridad infinita
Soy parte de una organización que trabaja ininterrumpidamente desde hace 41 años y hemos atravesado muchas situaciones difíciles, que por momentos se tornaron una carga complicada de llevar. Aunque una crisis sanitaria mundial, debo admitir, nunca estuvo presente en nuestros planes, ni en nuestra frondosa imaginación.
Por eso, cuando esto comenzó, nos propusimos un objetivo muy claro: que la curva no se aplane. Por supuesto, estoy hablando del índice de participación a través del voluntariado, uno de nuestros pilares fundamentales como organización. Para lograrlo, activamos un rápido protocolo de acción.
En un año “normal”, recibimos a cientos de personas que desean sumarse para colaborar. “Quiero hacer algo por el otro”, “siento que desde mi lugar le puedo cambiar la vida a alguien”, “me conmueve lo que hacen, cuenten conmigo”, son algunos de los testimonios que más escuchamos -y agradecemos-. Hay quienes optan por participar de una jornada de construcción; otros acompañan a las familias de la fundación con su conocimiento técnico; y hay quienes ponen a disposición su profesión para la difusión, entre otras tareas.
Lo que el viento se llevará: pandemia y fin del individuo neoliberal
En tiempos de COVID-19 casi nada cambió, excepto las jornadas comunitarias -voluntarios que construyen junto a las familias sus casas- todo continúa con normalidad. Por ejemplo, el equipo de arquitectos realiza videollamadas con las familias para guiarlos en el proceso de mejora de sus casas. Quienes colaboran en las áreas de soporte de la organización se incorporan a nuestras reuniones de trabajo y tienden puentes para que sigamos abriendo puertas. Otros, optan por brindar sus saberes para capacitar a las personas a través de talleres online que damos en redes sociales. La lista sigue y sigue, pero el denominador común es el mismo: querer cuidar a otro, acompañarlo a pesar de la distancia.
Así se da lo que nosotros nombramos la fase del “llamado”, esa interpelación de la que uno no puede escapar y que hace que aún en esta circunstancia de crisis sean cientos las personas que deciden dar parte de su tiempo. Ser voluntario es una de las formas más eficientes de promoción y desarrollo, tanto para quien recibe la ayuda como para quien lo da. Se da una química especial entre quien tiene el compromiso y deseo de ayudar y quien recibe la ayuda, donde la gratitud dice presente en todas las partes. Saber pedir ayuda y dejar que te ayuden es un ejercicio que muchas veces nos cuesta, pero cuando esto sucede desinteresadamente se construyen lazos muy fuertes.
Por eso, nosotros no creemos en las distancias. Aprendimos a aceptar la realidad, que hay cosas que tal vez no podamos cambiar pero hay tantas otras que sí pueden transformarse. Por favor, estimado lector, no pienses que estoy romantizando este contexto. Nada hay de mágico en una dura realidad que golpea a millones de familias. Pero sí quiero destacar que, a pesar de estas circunstancias, hay quienes deciden no lavarse las manos ante la situación. Que se preocupan y ocupan.
Nos encontramos lejos, aunque hay días en los que siento que estamos más cerca que nunca de quienes más nos necesitan. Gracias al voluntariado esto es posible. No sabemos cómo continuará todo, pero sí que no estamos solo. Tal vez, mi única certeza es el deseo que lo que verdaderamente aprendamos a limpiar sean los prejuicios que no nos permiten conectarnos cada día más.