OPINIóN
Análisis

Lo que el viento se llevará: pandemia y fin del individuo neoliberal

No podemos saber cómo será el mundo pero todo nos permite señalar qué ideas ya no podrán sostenerse, como la noción de "individuo" en su versión neoliberal.

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Aislamiento social | Two Dreamers / Pexels

No podemos saber cómo será el mundo en el que viviremos una vez que hayamos atravesado esta pandemia, pero todo lo acontecido hasta ahora nos permite señalar con un alto grado de seguridad qué ideas ya no podrán sostenerse. Dentro de esa lista ocupa un lugar destacado la noción de “individuo” en su versión neoliberal.

De todas las ficciones creadas para regular las dinámicas de lo social, de todas las figuras que la modernidad occidental y capitalista propuso como modelo subjetivo, pocas han causado más daño. Quizás a causa de eso, ninguna haya sido más evidenciada en sus falencias por este virus que se expandió globalmente poniendo en riesgo la vida de poblaciones enteras y mostrando al mismo tiempo que la existencia humana se fundamenta en su condición comunitaria.

Desde su origen moderno, la figura del individuo ha sido capaz de reunir múltiples aristas: ha funcionado como base de la experiencia racional, objeto del derecho positivo y protagonista de elecciones democráticas. Pero esta figura tan cara a nuestro imaginario también ha funcionado como base de proyectos sociales articulados desde criterios economicistas. Así, echando mano de los conceptos básicos de la física newtoniana, el individuo fue definido como un átomo social que actúa impulsado por una fuerza a la cual los padres del liberalismo británico bautizaron con el nombre de “interés”. Esta comprensión del individuo en clave de “átomo interesado” fue exacerbada durante las últimas décadas del siglo XX hasta terminar equiparándolo con una partícula de capital que debe autoadministrarse con eficacia y eficiencia, y que debe autogestionarse buscando la maximización de sus posibilidades. Dicha maximización se desplegaría en base a dos condiciones: la elección y la libertad.

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Según la propuesta de grandes referentes teóricos del neoliberalismo como Friedrich Hayek o Milton Friedman, la elección supone la capacidad de optar entre dos o más posibilidades predeterminadas a partir de un cálculo racional que considera ventajas y desventajas. Cada persona expresaría su individualidad en base a la particular del criterio de la conveniencia. El acierto estaría garantizado por el hecho de que sólo el individuo cuenta con la totalidad de la información que su situación involucra. Cualquier condicionante, como por ejemplo la posición que cada persona ocupa dentro de la sociedad, quedaría incorporado en esta operación como un dato más, dando lugar a un particular modo de la igualdad: no todos los individuos cuentan con las mismas condiciones materiales, pero todos por igual son capaces de decidir de acuerdo a su conveniencia, por lo cual deben ser igualmente responsables de los resultados que consigan a partir de sus decisiones.

La idea de la libertad, por su parte, genera un consenso universal. Pero bajo su nombre se establecen concepciones muy diferentes cuyas consecuencias bien podrían entenderse como contrapuestas.El neoliberalismo rodea la noción de individuo con una versión de la libertad que se articula en torno a la posibilidad de elegir. El ejercicio de la libertad neoliberal se concreta en el momento de la elección, la cual debe poder realizarse de manera “incondicionada”. El individuo es libre cuando nadie decide por él.

Es comprensible entonces que nada repugne más a ese individuo neoliberal que la planificación que se realiza desde la centralidad del Estado; en efecto,ella atentaría al mismo tiempo contra la elección y contra la libertad: en lugar de dejar que cada individuo elija según su criterio, un grupo minoritario (gobierno del Estado) estaría decidiendo qué es lo que la totalidad de las personas puede o no puede hacer. Desde su núcleo dogmático, el neoliberalismo pretende un “Estado restringido” –lo que no significa exactamente lo mismo que un “Estado reducido”– que ofrezca a la sociedad un servicio de administración al tiempo que mantenga sus intervenciones dentro de límites muy estrechos, pues la concentración de poderconduciría irremediablemente a un abuso del mismo,según advierten quienes suscriben este credo. Ante una infección viral generalizada, el gobierno el Estado debería dejar que cada persona decida la mejor manera de cuidarse, se haga cargo de los resultados de su decisión y aprenda de sus errores.

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Estas coordenadas de la elección y la libertad que definen al individuo neoliberal han sido literalmente atravesadas por la pandemia. En las presentes circunstancias, dejar librado las estrategias del cuidado a la prueba y error de cada individuo sería sencillamente ridículo cuando no grotesco: cada “error” afectará la vida del individuo responsable de la “mala decisión” pero también, indefectiblemente,la vida de otros individuos, ya sea por contagio directo, por fomento del descuido y la indolencia, o por la utilización de recursos sanitarios que podrían haberse ahorrado.

En el contexto pandémico no hay nada más necesario que una coordinación central: ni siquiera el más necio ignora que cada acción particular muestra su inserción en una red de afecciones recíprocas y responsabilidades colectivas.Reclamar una “liberalización de las acciones individuales” es tan necio como abogar en favor de una situación en la que cada ciudadano pueda decidir si entrar o no entrar en guerra contra una nación enemiga, como si luego aquellos que eventualmente votaran por el “no” pudieran quedar inmunizados frente a bombardeos, saqueos o invasiones.

Desobedecer la cuarentena para probar suerte frente a la pandemia de manera individual no es una posibilidad real. Quien se expone a contagiarse se expone a contagiar. Y exponer la vida de terceros nunca podrá ser reivindicado como un ejercicio de la libertad, en ninguna de sus acepciones. En ese sentido, las protestas que invocan la defensa de la individualidad son contestadas por las filmaciones de las fosas comunes. Estas imágenes muestran el límite irrebatible contra el que choca la impronta neoliberal: la vida humana comprendida como valor universal.

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Antes de terminar, una palabra sobre la igualdad. Como su nombre lo indica, la pandemia totaliza ya nadie puede resultarle indiferente. Pero esto no quiere decir que afecte a todos por igual. Considerando la diferencia en el acceso a tratamientos médicos adecuados, queda claro que la igualdad que el neoliberalismo postula, es decir, la igualdad comprendida en relación con la capacidad de calcular conveniencias, no existe. No se puede decidir cuando la alternativa es entre la vida y la muerte. Dejar a un individuo por fuera del alcance de una protección básica como debiera ser la del servicio de salud, en este presente pandémico pero también en general, equivale a haber decidido por él. Por ello la función del Estado no debe reducirse a la lógica de la administración y de la prestación de servicios salvo que se admita que lo que se realiza en nombre de la libertad no es otra cosa que una forma de abandono.

Teniendo en cuenta estas tensiones, vemos hasta qué punto la extensión global del coronavirus pone en jaque la forma neoliberal de plantear la articulación de lo social. Pero esta evidencia se extiende más allá de la excepcionalidad que la pandemia genera: todo planteo que tome por base al individuo comprendido de esa manera está errado pues la comprensión de las dinámicas de la producción humana no puede darse sobre una base tan simplista. Existen variables macroeconómicas, desigualdades estructurales, condiciones geopolíticas, lazos afectivos, identidades culturales, historias, necesidades, tradiciones. En pocas palabras –mal que le pese a la penosa memoria de Margaret Thatcher– hay sociedad y no sólo individuos.

Sabemos que, a pesar de todo lo que dejará esta experiencia, el discurso neoliberal no se resignará y seguirá insistiendo con sus postulados nefastos. Pero será inútil: su crisis es irremediable. Para cuando todo esto termine, la estadística de muertos e infectados habrá dibujado un terrible planisferio que mostrará, sin dejar margen para ninguna discusión, los resultados conseguidos allí donde los Estados procuraron articular formas de protección y lo que terminó ocurriendo allí donde los Estados así no lo hicieron.

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La pandemia desnuda al individuo neoliberal de sus ropajes igualitarios y libertarios, y nos lo muestra como lo que es: una figura malintencionada e inviable que se perderá en las aguas oscuras de la historia, no sin antes verse obligado a admitir los siniestros designios que escondía: una forma –en el mejor de los casos elegante y refinada, por lo general desembozada y violenta– de legitimar privilegios de clase, y un profundo desprecio por la vida humana y por su defensa comprendida como valor universal.

Por último, se vuelve necesario aclarar que nada de todo lo antedicho supone necesariamente el fin del individualismo comprendido como una tendencia moral, aunque será interesante ver qué ocurrirá con dicha tendencia cuando pierda una gran parte de su fundamento histórico. En buena medida, será nuestra responsabilidad disputar los sentidos que vendrán a llenar el vacío que dejará la figura del individuo neoliberal tras su desvanecimiento.

 


* Profesor en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales. Docente universitario. Investigador de Centro de Estudios sobre el Mundo Contemporáneo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.