Suele repetirse casi con fruición que uno de los grandes problemas de la Argentina es la anomia. El filósofo y jurista Carlos S. Nino denominaba “anomia boba” a la desorganización social que surge de la colectiva inobservancia de normas y que, por ineficiente, se vuelve en contra de nosotros mismos. Tanto el fenómeno como el concepto parecen admitir nuevas lecturas, por lo que aquí se introducen algunos matices e hipótesis.
El primero es acerca del carácter bobo de este caos. Si lo opuesto a bobo es lo inteligente, el adjetivo que usa Nino presupone que el respeto de las normas es de ilustrados. Si así fuese, los abogados o eticistas deberían llevarnos siempre la delantera moral. Empero, el corrupto suele dejar que los deseos que nos mueven atropellen el cálculo racional que podría anticipar el impacto de sus decisiones en el conjunto social.
El personaje de Kendall Roy, en el anteúltimo episodio de la serie Succession (HBO), describe esa fuerza arrolladora y vital que mueve el mundo de los negocios como el deseo de ser, el deseo de ser visto, el deseo de hacer; un fuego -constructor y destructor- cuyo acelerador es el dinero.
Altas esferas bajo el "triángulo de la conveniencia"
El segundo matiz es acerca de lo que denota el concepto de anomia boba. Esta se refiere a un cierto estado general de las cosas, al sistema, al juego agregado de las decisiones individuales que, a su vez, conforma una restricción para las futuras decisiones.
Sin dudas, la fuerza del entorno es muy significativa en tanto condicionamiento o en tanto excusa. Ahora bien, si espiamos el reverso de este bordado, quizás veamos los hilos de una contagiosa discrecionalidad caprichosa.
“Discrecionalidad” etimológicamente significa tanto “separación” como “sabiduría” -en el sentido de estar ubicado en la realidad. Aquí significaría distanciarse de la norma para actuar con realismo -como cuando cruzamos con el semáforo en rojo a las tres de la madrugada en una zona peligrosa.
Hoy, se suele considerar que el “actuar de modo discrecional” y “el decidir injustamente” son sinónimos. Sin embargo, parece que no siempre fue así. Los antiguos griegos denominaban epiqueya a la posibilidad de separarse de la letra de la ley, para cumplir con su verdadero espíritu.
En las diversas organizaciones en las que trabajamos, no solo rigen las leyes, sino sus propias normas internas. En toda descripción de un puesto de trabajo se definen no solo tareas y responsabilidades sino también espacios para la decisión discrecional.
Estos espacios son los sobrevolados con incienso por los Códigos de Ética para exorcizar la arbitrariedad en la toma de decisiones mientras se predica la independencia y la objetividad.
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Si corriésemos el velo del concepto de anomia - ¡andá p' allá boba! -podríamos ver lo que está detrás: la discrecionalidad caprichosa. El capricho no es ni ilustrado ni bobo y ni siquiera parece injusto, pero es contagioso. El capricho se podría definir aquí como un estado psicológico de invulnerabilidad por el que un sujeto tiene la certeza de que su deseo es un derecho.
Bajo ese estado, no duda en aferrarse, por ejemplo, a un alto cargo arbitrariamente conseguido sin ningún mérito. Al fin se le dio, la supo ver, la vida le sonrió. Consiguió una de las disponibles: una cantera, una quinta, una fuente de la que manará privadamente, al menos por un tiempo, la ventajosa oportunidad para la discrecionalidad caprichosa.
Si corriésemos el velo del concepto de anomia- ¡andá p' allá boba! -podríamos ver lo que está detrás: las decisiones que impactan en la vida de los otros tomadas bajo un criterio inescrutable, no revelable, no compartible, no objetivable, carente de contenido. No lo sabremos, pero puede ir desde la pereza conservadora hasta la destrucción creativa -no importa, es deseoso, es vital, es random.
Anomia ¡vení p´acá! no nos hagamos los bobos. Todos, en cierto grado, imitamos el capricho que alguna vez nos barajó la suerte injusta y tomamos secretamente revancha cuando nos bendice con un cargo la Diosa Ocasión -quien, en este contexto de tan pocos pelos, suele pintar calva.
* Dra. en Filosofía (Universidad de Navarra). Investigadora CEC, FCE, UCA