OPINIóN
Democracia y pandemia

Alberto lo sabe

Lo díficil que es leer a la ciudadanía en tiempos de conoravirus, entender las restricciones para evitar una segunda ola y lo fácil que es ser oposición.

El presidente Alberto Fernández
El presidente Alberto Fernández. | NA (archivo)

La política a lo largo del tiempo ha conjugado diferentes acepciones vinculantes, significa que toda aquella descripción enraizada en cualquier y tipología de gobierno desde la antigüedad; ha sufrido la metamorfosis, apoyada en los sentidos que cada época y cultura le han imprimido con el avance de la humanidad.

Desde los antiguos griegos en su clasificación de formas de gobierno, las legítimas y las deformadas, lo mítico y la praxis, un largo camino hemos recorrido. Cada gobierno se ha adaptado a su cultura y sociedad para poder funcionar. Pensemos solamente en las polis griegas y en la democracia directa (exceptuando la esclavitud) que comenzó a ser inevitable con el crecimiento demográfico de la población, y con aquellas ambiciones atadas al poder que inauguraron la era de los augustos y emperadores, las legiones militares y el hambre de conquista.

A pesar de la diferencia temporal, muchos años después la humanidad se vio otra vez embarcada en la travesía de conquistar territorios, como lo hizo con América. La conquista de territorios nace de uno de los estudios más interesantes de la política: el estudio del poder. Aquel que siempre marcará las asimetrías; entre el equilibrio y el juego de suma cero. Las monarquías, las Repúblicas, siempre marcaron las diferencias de clases, las elites y la pobreza. Resultados, las revoluciones, como la francesa, liberté, igualité y fraternité. Claro hoy, asistimos a “micro revoluciones” pero el ADN está presente.

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Ahora nos preguntamos ¿por qué?. Simplemente porque con la desigualdad se atestan las bases de la democracia; y hoy la misma está siendo vapuleada. Porque el sentido y entendimiento de la misma depende del sistema de creencias de los actores.

Un gran hito de la humanidad fue la concepción de la democracia representativa, aquel artículo de nuestra Constitución que establece que el pueblo no gobierna ni delibera sino “por medio de sus representantes”. Entonces vemos que las elecciones son la única herramienta válida que tienen los electores para legitimar a  sus representantes….y por un tiempo con un sistema bipartidista (discusión de teóricos), esto fue así. La tiranía de la mayoría era una frase hoy tibia para aquellos que se encontraban en desacuerdo con resultados u oficialismo.

Vemos que las elecciones son la única herramienta válida que tienen los electores para legitimar a sus representantes

Entonces comenzamos a darle adjetivos a la querida democracia, que tienen que ver efectivamente con la época en la que vivimos. Hace poco escuchamos hablar de “infectadura”, la verdad es que no son palabras inocuas. Están cargadas de sentidos.

Por supuesto los medios de comunicación siempre fueron actores centrales, aunque su línea editorial siempre es subjetiva.

Estas “nuevas, viejas” revoluciones (si, parece que la palabra queda grande) adquiere nuevas modalidades por la celeridad que le imprimen las redes sociales como canal predominante de comunicación. Y el mix etario de los participantes auguran que aunque la política nunca se fue, hoy está a flor de piel. En Argentina hubo una especie de “generación semi dormida” efecto de la salida de la dictadura.

Pero nos interesa la democracia, en sus pilares y la utopía de nuevas conquistas, la igualdad y la conquista de derechos. Se ha visto en América Latina; y recientemente asistimos a la horrorosa protesta de Estados Unidos que dejó como saldo cuatro muertos. Los fanatismos nunca son buenos. Vale mencionar que en este continente, los sistemas presidencialistas transformados en hiperpresidencialismos generan justamente un blanco y negro que dista de ser sano. Y volvemos a un concepto clave: la acumulación de poder, en el país del norte se vio que pasó por encima de las reglas institucionales.

Argentina también vive las mismas encrucijadas con respecto al Covid, que también sirve de telón para una diferenciación de posturas políticas que se manifiestan a través de ese eje, al igual que el económico. Las medidas del Presidente tienen respaldo de una parte de la población, pero también tienen grandes detractactores políticos, que buscan a través de la disidencia marcar una diferencia y distancia, que alimenta las argumentaciones de aquella parte población opositora.

 La acumulación de poder, en el país del norte se vio que pasó por encima de las reglas institucionales

Esta semana, en medio de la temporada turística, nace la contradicción de evitar la circulación del virus, pero también generar un aire económico para generar un movimiento de personas que reactive la economía. Los riesgos son altos, los contagios suben, pero mucha gente quiere oxigenar su cabeza después de el año que pasamos.

Claro, que es fácil ser oposición, y es difícil ser gobierno en estas circunstancias con tantos frentes abiertos. Los niveles de apoyo varían, no son estáticos, y también la responsabilidad de ir generando acciones correctivas para minimizar riesgos. Los gobernadores estuvieron de acuerdo lo cual no es un dato menor, todos temen (tememos) la “segunda ola. Un apartado aparte merece la comunicación pública, que ha ido acompañando las medidas, desde un tono más punitivo; a aquel que deposita en la población la responsabilidad de cuidarse y cuidar a otros y otras. Las últimas comunicaciones en formato de spots llamados “cuidadanos” están claramente dirigidas al sector más reacio a las medidas de cuidados, que son los jóvenes, la duda es si la misma funcionará, una vez más apuntamos a nuestro factor cultural. Las fiestas clandestinas son prueba de ello, no hay percepción de riesgo alguno.

El problema, allí anclado no son solamente las diferentes facciones políticas, sino las diferentes subculturas en las que convivimos como sociedad.

De cara a un año eleccionario, parece que la unión inicial toma distancia; y allí empiezan a tomar visibilidad la multiplicidad política que nos subyace, aquella que nos acerca o aleja de los mensajes de acuerdo a nuestra cosmovisión política.

Parece una implosión de facciones, no solamente en Argentina. Podemos tomar como ejemplo España, del Partido Popular al Partido Socialista le nacieron hijos, Ciudadanos, Podemos, Vox. Esto en parte se debe al fenómeno de la representación política y las nuevas generaciones. Por eso, al igual que nuestro país no alcanzan los partidos tradicionales, dimos luz a coaliciones y frentes electorales. No es un fenómeno nuevo, el ala conservadora parece ir construyendo de a poco pequeñas estructuras (ejemplo los libertarios). Podemos agregar también que la participación religiosa dejó de estar tras las sombras y se hizo visible. La muestra más visible fue la votación del aborto, y justamente uno de los argumentos fuertes esbozados por la ciudadanía fue “que los representantes nos representen”, allí hubo posiciones tan antagónicas, que el espacio público entró de lleno en la política legislativa. Otro actor pasivo se despertó y gritó fuerte.

Si, la democracia es igualdad, pero también es derechos. Y el derecho a la salud no es menos importante. Eso, Alberto Fernández lo sabe

Es por ello que resulta difícil leer a la ciudadanía hoy, quizá podrá ser apartidaria pero no es antipolítica. Y cuesta transformar las políticas en mensajes por la diversidad de segmentos que conforman, y su receptividad pasado el tiempo. El contexto es un gran escollo, pero a la hora de la verdad, no resulta coyuntural sólo para Argentina. Esto traerá transformaciones; cuando lo coyuntural pasa en cierto modo a ser estructural. No sólo hay malas noticias, la llegada de la vacuna y el inicio de vacunación son alentadores, y demuestra el gran esfuerzo que el gobierno está realizando.

Como dice Patricio Rey “vivir solo cuesta vida”, creo que la interpelación de la sociedad debiera enfocarse más en sostener la vida, que en el enfrentamiento entre argumentos fanáticos. Si, la democracia es igualdad, pero también es derechos. Y el derecho a la salud no es menos importante. Eso, Alberto Fernández lo sabe.