Muchos quedaron estupefactos en la mañana del jueves 24 de febrero de 2022 cuando la invasión de Ucrania por Rusia inundó las noticias como un torrente descontrolado.
Para algunos es una acción que muestra el retorno del poderío ruso. Sin embargo, no todo lo que reluce es oro. Tiene razón Slavoj Zizek cuando señala que la invasión rusa de Ucrania es un indicador de debilidad y no de fortaleza. Desde el punto de vista del sof tpower de Joseph Nye, Rusia no ofrece atractivo para la mayoría de los ucranianos.
La atracción, los valores, las políticas rusas no incentivan a los ucranianos para sumarse a Rusia o ser su satélite. Quizás Bielorrusia y hasta ahí. Los países bálticos (Lituania, Letonia, Estonia) o Polonia, ni hablar. La atracción para ellos es Alemania, Austria, Escandinavia, Países Bajos, Bélgica, Francia o el Reino Unido.
Rusia bajo Putin no ofrece una cultura, una sociedad, un estilo de vida que movilice a las ex repúblicas soviéticas a retornar al redil. La Unión Soviética fue un atractivo hasta el comienzo de la colectivización de Stalin y un poco más allá. No más.
Luego de la II Guerra Mundial y con la explosión en Europa Occidental de la democracia liberal y el Estado de Bienestar, la única forma de mantener integrado el bloque comunista fue mediante la opresión. Como señala Emmanuel Todd, la URSS dejó de ser una amenaza ideológica para Occidente para pasar a serlo una de tipo militar. De allí el Muro de Berlín. La migración fue desde la Alemania comunista a la capitalista. La ficción del flujo inverso lo dejamos para la película “Goodbye, Lenin”. A comienzos de los años 1960s el drenaje de personas se volvió insostenible y de allí la imposibilidad de reconciliación entre los dos modelos alemanes.
Los soldados rusos vieron la diferencia entre los niveles de vida cuando derrotaron a la Alemania nazi. En Praga, Budapest, Bratislava, ni hablar Viena o Berlín, se vivía mejor que en Moscú, Leningrado, Minsk o Kiev. Las reformas de Mikhail Gobarchov en la segunda mitad de 1980 y la caída definitiva de la Unión Soviética no pudieron revertir el fracaso del modelo soviético. Incluso fue peor, se agravaron los problemas.
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El fin de la Unión Soviética resultó en una catástrofe demográfica, económica, política y social. Ni Boris Yeltsin primero ni Vladimir Putin después pudieron generar un orden en Rusia que fuera atractivo para sus vecinos. Volvió el orden zarista imperial de conquista porque la sociedad rusa no alentaba la reconstrucción de un país integrado de modo voluntario, asociativo.
La invasión de Ucrania por Rusia que maquinó Putin es el paso más arriesgado y duro. El problema al que se enfrenta el líder ruso no es tanto que Ucrania se integre a la OTAN sino que se sume a la Unión Europea. En estas décadas de independencia, Ucrania no terminó de cristalizarse como Estado por lo que nunca pudo tomar una decisión de orientarse hacia Europa Occidental o hacia Rusia.
Paradójicamente, la ocupación de Crimea por Rusia y el fomento de milicias prorrusas de control irregular del territorio en el Este de Ucrania, le dieron al país bajo control de Kiev una mayor homogeneidad europeísta, lo cual hubiera facilitado su integración a la Unión Europea. Putin había creado las condiciones de lo que teme y le resulta amenazante.
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Ahora debe ir por ocupar el gran territorio pro europeo de Ucrania y sostener un gobierno títere prorruso bajo un gobierno despótico o bien que Ucrania viva en un caos permanente que le impida un Estado consolidado que se integre a la Unión Europea. Cualquiera de los dos escenarios le sirve.
Se vienen semanas, meses de inestabilidad para Europa. Rusia y Putin no tienen nada que perder. El modelo ruso de autoritarismo político más capitalismo de amigotes ("cronycapitalism") está agotado. Putin ya no puede ofrecer nada nuevo hasta que enferme o muera. Se quedó sin cartas nuevas para jugar. Ahora está construyendo un cerco de seguridad hacia Europa fundado en la mediocridad, que se lo ofrecen Bielorrusia y Ucrania. Un colchón necesario para que los valores europeos no permeen en la sociedad rusa.
El riesgo es que Putin es un oso acorralado. Y puede tomar decisiones catastróficas para sus vecinos, para Europa y para el resto del planeta. No es una película de Netflix. Es nuestro futuro.
* Christian Schwarz. Dr. en Sociología. Docente en UCA, UNTREF y UCES