OPINIóN
Desde Madrid

Diario de la peste: el ciudadano Juan Carlos y las plantas

El rey emérito se refugió en Emiratos Árabes, un país que no tiene convenio de extradición con Suiza donde se realzan las investigaciones.

King Juan Carlos Attends 'Corrida de la Beneficencia' Bullfights
King Juan Carlos Attends 'Corrida de la Beneficencia' Bullfights | Photographer: Carlos Alvarez/Getty Images

En las primeras horas de la mañana escucho en París las radios españolas que vuelven a dar prioridad al rey emérito en sus tertulias políticas. Como es sabido, ayer, la Casa Real emitió un comunicado en el que se informa sobre su paradero: "S.M. el Rey Don Juan Carlos ha indicado a la Casa de Su Majestad el Rey que comunique que el pasado día 3 del presente mes de agosto se trasladó a Emiratos Árabes Unidos, donde permanece en la actualidad". Como se ve, sobran caracteres en el caso de utilizar la frase en un tuit. Además de ofrecer la novedad del lugar donde se encuentra, el hecho de que aclare que permanece allí, en Abu Dabi, abre la lógica duda de que puede no ser un destino definitivo.

No se ahorran críticas los analistas matinales. A las ya expresadas por la inoportuna opacidad sobre la operación que se mantuvo todo este tiempo acerca del sitio en donde se encontraba el monarca, se suma el hecho de que el régimen de los emiratos es una dictadura, carece de convenio de extradición con Suiza y es un país fronterizo con Arabia Saudí, lugar del que proceden las comisiones por las que la fiscalía suiza investiga el rey.

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Diario de la peste: el boceto del futuro

Esto pone en mayores dificultades a la Casa Real y también al Gobierno español que participó, como es lógico, en la organización de este traslado. Al ser, a todas luces, desafortunado es previsible que se impusiera el criterio de Juan Carlos por encima de todas las demás opiniones, tanto de la Corona como del Gobierno. ¿Por qué, entonces, el rey emérito toma esta decisión? No hay quien descarte que por despecho ante un exilio que no compartía con los demás actores. Pero tampoco hay que desestimar que se ha refugiado en un país que, por su sistema político, constituye un palacio en toda su extensión territorial, blindado a cal y canto, con lo cual está advirtiendo de dos cosas. Una es que prevé un futuro judicial complejo y dos, lo cual es peor aún, que no piensa asumirlo.

Este mensaje, de ser así, contiene una crisis para la Casa Real y la monarquía parlamentaria española de proporciones difíciles de calcular. Otra razón, también atendible, es que la contención emocional que le proporcionan los emires es abundante, ya que tiene con ellos una relación, se podría decir, cuasi familiar. Si se atiende la crisis personal, psicológica, que está atravesando el monarca, este detalle no hay que obviarlo. Se dirá que a pesar de su estatus es un ciudadano más ante la ley –él no se cansó de repetirlo cuando la justicia reclamó la comparecencia de su yerno que hoy cumple condena en prisión–, pero esa, justamente, es la cuestión.

En Francia dos exjefes de Estado tuvieron que enfrentar a la justicia por temas económicos: Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy. Este último, incluso, llegó a ser detenido por las fuerzas policiales para ser interrogado. Este detalle, el de someterse de manera cruda a la justicia –¿hay otra?– hace la diferencia. Porque lo primero que hay que atender es al hecho de sostener una corona en el siglo XXI y, una vez dada esa respuesta, discutir el marco legal en que esa figura regia debe moverse: los reyes españoles, hoy por hoy, no son iguales al resto de los ciudadanos. El tema es complejo, pero la vida lo es y más hoy cuando la vida, covid-19 mediante, ya no es lo que era ni lo volverá a ser.

Diario de la peste: un hogar real

En Francia, ante las cifras imparables, nuevamente, de los contagios, el presidente Emmanuel Macron ha tenido que volver a advertir sobre el peligro, también aquí –¿dónde no?–, de una segunda ola (las últimas tres semanas la curva ha subido y ayer alcanzó las 15.726 personas infectadas), sobre las temibles consecuencias sanitarias, económicas y sociales que acarreará.

Mientras tanto, en Normandía, en una casa rústica donde vive David Hockney desde hace dos años, pinta, día a días, con su iPad las estaciones. Con la ayuda de un matemático de Leeds ha ido incrementando las posibilidades de la tableta al punto de poder trabajar en tiempo real y captar cada instante de luz y, aquello que el pintor considera más importante, la mutación de las plantas, lo cual, mediante la tecnología no escapa a su registro. Escucharle contar su experiencia artística recuerda la razón por la cual el detective que interpretaba Gene Hackman en La noche se mueve de Arthur Penn [5], rechaza ir a ver una película der Éric Rohmer: "Ver una película de la Nouvelle Vague es como mirar crecer un árbol". Eso hace Hockney. Y comenta que la covid-19 ha hecho que mucha gente haya experimentado lo mismo: "Sabés", le dice al periodista de Le Monde que lo entrevista en su casa, "mucha gente recordará la primavera de 2020 porque por primera vez en sus vidas la han podido ver día tras día, de principio a fin. Tengo una amiga de mi edad, ochenta años, que recientemente me dijo que la ha visto llegar por primera vez...".

Todos, desde la ventana de casa, durante la cuarentena, hemos visto, como quien ve crecer una planta, el juego de luces y sombras del día con sus crepúsculos. Es curioso, hemos aprendido a mirar algo que no veíamos y de lo que nos estamos despidiendo. Una forma de vida.

MR/FeL/FF