En las últimas décadas, observamos una tendencia perversa: votamos en elecciones libres a líderes que deterioran la democracia. La amenaza no llega desde golpes militares. Son demócratas los que erosionan la democracia.
Lo hizo Hugo Chávez desde 1998. En Nicaragua, Daniel Ortega, antes de las elecciones presidenciales de 2021, encarceló, inhabilitó o empujó al exilio a 19 precandidatos a la presidencia. Pedro Castillo en Perú en 2022 intentó disolver el Congreso. En Argentina, el deterioro democrático se percibe en la politización de la Justicia y su incapacidad para resolver casos como el atentado de la AMIA, la desaparición en democracia de Jorge Julio López o la muerte del fiscal Alberto Nisman.
Las politólogas y politólogos tratamos de encontrar las razones por las cuales se legitima el autoritarismo en democracias. Se analizan diferentes causas: China y Rusia promueven líderes autoritarios; la polarización política que traba el diálogo o la pérdida de legitimidad de democracia por no garantizar crecimiento económico.
A China o Rusia no les preocupa el sistema político de sus socios. Es más importante analizar procesos internos. La polarización deteriora el diálogo y el respeto al disenso. Pero los ciudadanos nos polarizamos porque nos dividen los políticos.
Otra razón para legitimar el deterioro de la democracia son las crisis económicas. Los líderes se presentan como capaces de mejorar la situación a través de la concentración de poder. Así, desmantelan la democracia y lo hacen con el apoyo de muchos ciudadanos. Usurpan el poder de otras instituciones -Poder Legislativo o Judicial- y las vacían de contenido.
Algunos líderes justifican este desmantelamiento para acabar con la pobreza. El año 2022 finalizó, en América Latina, con 201 millones de ciudadanos en situación de pobreza de los que 82 millones se encuentran en pobreza extrema. Estos ciudadanos tienen como prioridad satisfacer sus necesidades básicas y, algunos, se convierten en víctimas de las promesas de Daniel Ortega o Nayib Bukele.
En 1983, Raúl Alfonsín repetía “con la democracia se come, se cura, se educa”. Años más tarde dijo: “con la democracia se come, se cura y se educa, pero no se hacen milagros”. Aprendimos que la democracia no necesariamente trae crecimiento económico, ni justicia en la distribución del ingreso, ni mejoras en salud o educación públicas. La democracia no garantiza igualdad de oportunidades, pero sin democracia no se come, no se cura, no se educa, no se habla, no se piensa.
¿Quién debería controlar a los políticos para evitar que desmantelen la democracia? La respuesta, creo, está en los ciudadanos. Paradójicamente, aquellos que viven en dictaduras, quieren ser ciudadanos y, muchas veces, los que vivimos en democracias no ejercemos nuestra ciudadanía.
¿Cómo podemos ejercer nuestro rol de ciudadanos? Pensemos en qué hacemos cuando nos enfermamos: dentro de las posibilidades que tenemos vamos a buscar el mejor médico. Si sabemos que hay un médico sobre el que recaen dudas buscaremos otro profesional priorizando nuestra salud. Cuando nos enfermamos, intentamos entender lo que nos pasa, aprendemos sobre los tratamientos, los remedios que tomamos y el futuro que nos espera.
Cuando votamos, estamos eligiendo a los que cuidan de nuestra economía, la educación de nuestros hijos, la salud de la familia. Debemos conocer a quién votamos. Ser ciudadano es un deber que no empieza y termina con el voto. Debemos estar informados, participar en asociaciones de la sociedad civil, votar, monitorear las acciones de los gobiernos locales y nacionales y asegurarnos que los corruptos no vuelvan a participar en las elecciones.
Un neurocirujano inglés, Henry Marsh, escribió un libro titulado Do no harm (No hagas daño). Esta frase es parte del juramento hipocrático de los médicos. Quizás deberíamos pedir que los demócratas realicen un juramento similar: no robes recursos del Estado, sé honesto, no te eternices en el poder, no cierres los ojos ni los oídos a las críticas, sólo promete lo que puedes cumplir, fortalece las instituciones del Estado, no polarices el discurso. Ante todo, no hagas daño.
*Profesora de Saint Louis University / Madrid Campus.
Red de Politólogas - #NoSinMujeres.