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Diario de la peste | Circovid

En una calle del barrio Palacio de Madrid un grafiti intenta explicar el estado de las cosas: CIRCOVID.

Coronavirus
Las paredes de Madrid y el coronavirus | Captura

Nos acercamos al millón de infectados, pero al mismo tiempo que, a hora temprana en España, las emisoras alertan de semejante cota, informan también que en Argentina se acaba de superar la misma cifra. El dato espanta porque cuando aquí estábamos sumergidos en la primera ola, confinados bajo el Estado de alarma, Argentina era un referente en el manejo de la crisis sanitaria con datos muy bajos en la región.

Hay muchas maneras de leer la crisis y merece la pena tomarse un respiro antes de sacar las conclusiones porque sin duda el virus tiene una autonomía de vuelo que escapa a todas las torres de control. Si bien esto es así, en España se cae en lo que el politólogo Fernando Vallespín define como gestión de la retórica en lugar de gestionar la crisis sanitaria . Lo señala observando los dislates de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso que desde el comienzo de la pandemia solo se ha limitado a propagar un relato libertario en el que la libertad del individuo está por encima de todo, incluso del virus. El problema es que, a diferencia de Donald Trump o Jair Bolsonaro –los espejos son inevitables– Ayuso no niega la pandemia: la incentiva por impericia. La ausencia de una estructura sanitaria adaptada, después de siete meses de crisis y atrapados en la segunda ola, y el desvío de los recursos –que no son pocos en una de las regiones más ricas de Europa– se han conseguido cifras temerarias de contagio. Por su parte, el Gobierno central, al contrario que Italia, por ejemplo, liberó antes de tiempo la responsabilidad de la gestión a cada comunidad o, si se quiere, adelantó la «nueva normalidad» cuando aún era necesario un control más estricto de los movimientos. Cuando las cifras se dispararon, comenzaron los ajustes que van desde la laxitud madrileña hasta el cierre de bares y restaurantes de Cataluña en el otro extremo.

El sábado termina el Estado de alarma en Madrid, que no ha modificado, por cierto, los hábitos y desplazamientos, salvo el cierre de terrazas a las once de la noche y la prohibición de salir de la comunidad, pero que las autoridades regionales han vivido como un ataque arbitrario a la libertad. En una clara muestra de la falta de brújula, la misma comunidad ha filtrado, hace unas horas, que le pedirá al Gobierno central el toque de queda . Señal de que las cifras que llegan a los despachos son difíciles de manejar. Más que el relato.

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Esta noche se estrena la miniserie La ley de Comey, basada en el libro A Higher Loyalty de James Comey, el exdirector del FBI que fue despedido por Donald Trump cuando el presidente dijo perder la confianza en él. Comey fue quien abrió la investigación contra Hillary Clinton por un uso indebido del correo electrónico, proceso al que muchos adjudican parte del triunfo de Trump en los comicios. Si bien la miniserie, adelantan, no se centra tanto en el mandatario como en la historia de la investigación, se relata el despido de Comey al negarse a romper su independencia y ofrecerle lealtad total, por encima de todo, al presidente. Comey no reprime sus sensaciones a la hora de narrar los hechos: «A lo largo de mi carrera tuve contacto con el crimen organizado y su trato [el de Donald Trump] era el de un capo mafioso. Lo suyo no fue una conversación, fue extorsión. Hablar con Trump me recordó a la Cosa Nostra. Un abusón, un bocazas de barraca, un mentiroso redomado".  No es difícil creer a Comey:  Trump reunió ayer a un grupo de periodistas a los que les manifestó que «la gente está cansada del coronavirus y de escuchar a [Anthony] Fauci», el principal epidemiólogo de Estados Unidos a quien definió como un «idiota» por no acertar, junto a los demás científicos en los pronósticos de la evolución de la pandemia. Circovid.

Hay otro modo de hacer las cosas. Es el que la presidenta Díaz Ayuso dice que cuesta caro. Se trata del modelo de gestión de la presidenta Jacinta Ardern en Nueva Zelanda . Ardern, antes que nadie en el mundo, cerró las fronteras, puso todos los recursos para aumentar la capacidad de ensayo y la aplicación de la localización de los contagios y concienció a los neozelandeses de que el único camino que se podía tomar era el de medidas drásticas y duras. Nueva Zelanda, a día de hoy, tiene 1.887 casos y 25 fallecidos.

Hoy, empezamos diciendo, España y Argentina alcanzan el millón de contagios. Decíamos también que el virus tiene autonomía de vuelo, pero eso no significa que las cosas no se puedan hacer mejor. Es lo que va del control al circo.