OPINIóN
Elecciones 2021

La psicología kirchnerista

Como toda fuerza muy militante, el kirchnerismo tiene un sentimiento del todo o nada, el cual, en su caso, tiene origen en un temor basado en un falso dilema: seguirlos a ellos o volver al trauma del 2001, y a veces a situaciones como las dictaduras previas a 1983.

Bunker Frente de Todos 20210912
Alberto y Cristina Fernández en el bunker del Frente de Todos | Presidencia

Como toda fuerza muy militante, el kirchnerismo tiene un sentimiento del todo o nada, el cual, en su caso, tiene origen en un temor basado en un falso dilema: seguirlos a ellos o volver al trauma del 2001, y a veces a situaciones como las dictaduras previas a 1983.

Debido a un punto ciego (no saber que no se sabe) creado por la visión militante, cometieron un error de diagnóstico fundamental: no percibir que, desde la caída del comunismo, el paradigma mundial se había vuelto liberal en el sentido filosófico del término. Esto llevó a la Argentina a un camino a contrapelo del mundo.

Los Kirchner podrían haber creado un partido social democrático y progresista (como en Chile, en Uruguay o en cierta manera el PT de Lula), pero no ocurrió, entre otras cosas porque ese modelo no estaba en la experiencia política de vida de los Kirchner (así como tampoco en la de Perón).

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Esto los llevó a creer que, el conservadurismo que les causó su trauma durante su juventud en los 70s y contra el cual suponían luchar, aún existía. Pero desde los 90s en adelante hubo una tendencia a la transformación de sus antiguos enemigos: las fuerzas armadas en el mundo se volvieron profesionales y ya no tuvieron lugar los golpes de Estado, la “oligarquía terrateniente” local dio lugar a una nueva generación de emprendedores agropecuarios, la iglesia conservadora perdió una importante parte su antiguo poder y empezó a tomar carácter social, los medios se modernizaron y la industria dejó de ser el gran dador de trabajo.

Por el hecho de no ver todo esto, los Kirchner llevaron a sus seguidores a luchar contra imágenes mentales del pasado y por lo tanto invencibles dentro del terreno de la objetividad política. Y también llevaron al país –en un ciclo post 2001 sin oposición– a un modelo que trajo decadencia por no encajar en el mundo.

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Mientras China crecía vertiginosamente al adoptar el capitalismo, Argentina se empeñaba en una estrategia que ya no tenía lugar. Esto se hizo evidente al excederse el distribucionismo de los Kirchner para sostener su base política, generando déficit, inflación y deuda.

El mismo punto ciego que operó con los Kirchner, lo hizo con alguna parte de la clase media pensante con sensibilidades sociales, a la cual ellos mismos pertenecieron. Este sector los idolatró, quizás porque la clase media de izquierda no logra crear una fuerza política funcional que les otorgue identidad (una social democracia).

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Habiendo vivido el trauma de la dictadura del 76, estas personas quedaron fijadas en ese tiempo, sin poder reconocer que el nuevo liberalismo implicaba justamente lo contrario a una dictadura. Siempre se confundió en Argentina el liberalismo económico con el filosófico, el cual implica, entre otras cosas, la libertad de elegir diversas políticas económicas.

La política de los Kirchner generó entonces distintos dilemas, contradicciones y círculos viciosos relacionados con su psicología, la cual fue mimetizada por sus seguidores:

Construir o mandar: Al vivir justificado por un temor a un evento del pasado no se puede construir, porque la acción no surge de una visión superadora y abierta a la realidad, sino de una concepción cerrada que justifica su trauma a partir de explicar cómo funciona el mundo. A eso se lo llama ideologización, algo de lo que carece en gran medida el liberalismo, ya que este consiste solo en ciertas premisas y, ante todo, en reglas de relacionamiento entre partes diferentes en base a una plataforma de igualdad legal.

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Este trauma irresuelto le impide al kirchnerismo desarrollar e incluir a los marginados (un movimiento por definición está excluido del sistema), generando lo que se llama “pobrismo”: si los marginados pudiesen desarrollarse, adquirirían un sentido crítico que haría que dejen de seguir al líder apasionada y ciegamente.

La necesidad de enemigos: para consolidar seguidores ciegamente leales, se busca constantemente un enemigo a quien culpar, perdiéndose la capacidad de autocrítica y el sentido de responsabilidad. Esta lucha contra un enemigo que representa todo el mal, le da un sentido a la vida de los militantes, al sentirse héroes participantes de una épica. Esta épica se vuelve tragedia por el hecho de que nunca podrán vencer a sus enemigos, pues los necesitan para sentirse justificados.

Dividir el mundo entre buenos y malos facilita la vida a simple vista, pero el costo es perder el sentido de realidad, que consiste entre otras cosas, en poder ver lo positivo y lo negativo de cada parte de una dialéctica y construir con lo mejor de ambas lo que llamamos síntesis.

Si se desboca este círculo vicioso, tanto el líder como sus seguidores pueden caer en psicologías de tipo paranoico, en las cuales la enorme inseguridad del yo se compensa solo al encontrar enemigos a quienes culpar de los males que ella misma les provoca.

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La insoportable existencia de los no alineados: la necesidad de tener enemigos por parte del kirchnerismo, hace que los que mantienen un pensamiento independiente les resulten más insoportables que sus propios enemigos, ya que estos son funcionales a su explicación del mundo, mientras que los independientes la invalidan.

Cualquier evidencia que intente mostrarle la realidad a una personalidad de este tipo, aumenta su agresividad ya que sienten que corren peligro las barreras que los defienden de su propia inseguridad, basada en el trauma original. Por esto mismo tratan de convertir a los independientes en enemigos, acusándolos de odio o tibieza.

La democracia hostil: el kirchnerismo no valora la democracia por sí misma, sino que valora a aquello que se opone a la dictadura de derecha, lo cual no puede ser otra cosa que la dictadura de izquierda. Por eso mismo no pudieron crear una social democracia. Sufren entonces una contradicción que consiste en creer ser democráticos y al mismo tiempo no poder serlo por dividir el mundo entre buenos y malos.

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Para ellos, si la democracia sirve al pueblo, bien. Pero si falla, se la descarta –dentro de sus posibilidades– como un valor. Es probable entonces que, frente al resultado de las recientes elecciones, su liderazgo quiera desatar todos los demonios del peronismo y del kirchnerismo, a fin de librar esa lucha sucia a la que su psicología siempre los lleva y a la que nos tiene acostumbrados.

En ese caso, en lugar de mejorar la democracia a través de la aceptación de la realidad, impedirán que sus seguidores se desarrollen a largo plazo, independizándose de ideologías cerradas por sus traumas, adquiriendo una verdadera capacidad crítica y un mejor sentido de realidad.