Desde que el hombre es tal, lograr que las limitaciones del cuerpo pudieran ser completadas con artefactos mecánicos ha sido la característica definitoria de la evolución. Fabricar un puñal, una lanza para cazar o la confección de rudimentarios utensilios para cortar los alimentos o transportar reservas de agua son ejemplos de cómo el ser humano complementó su cuerpo. La creación de la ropa para protegerse de las inclemencias del clima, hasta la confección de elementos más sofisticados para la expresión cultural y artística permitieron comunicarse, y así dejar en la memoria sucesiva de generaciones los registros acontecidos en el pasado para que lo menos posible quedara en el olvido. De esta forma nos hemos servido para extender las limitaciones de nuestra condición física. La historia se desarrolló con estos elementos artificiales que hicieron factible la vida como la concebimos hoy.
Todo ha sido complemento de la incapacidad que de una forma u otra posee el cuerpo para efectuar tareas, protegerse o simplemente para derivar la atención hacia otras cuestiones esenciales.
Otros mecanismos lograron lo inimaginable, volar de un punto a otro del planeta, desplazarse por el mar o sumergirse en él.
Pero se fue más allá, la tecnología y la ciencia aplicada permitieron la modificación y alteración de la naturaleza. Como la reversión de fenómenos naturales y la cura a los designios que la misma naturaleza presentaba. La manipulación y el control de la química para sanar reduce todo a lo mismo: elementos externos, técnicos, científicos o químicos que modifican capacidades del cuerpo.
Desde hace décadas la inteligencia artificial ha sido un tema de investigación científica, en la que pretendía replicar el razonamiento y la lógica por medio de máquinas.
Los primeros intentos se centraron en fabricar aparatos que emularan los circuitos y las conexiones del cerebro humano. Los experimentos resultaron un fracaso. Con el correr de las décadas, se intentó que el software replicara la inteligencia. En este campo los resultados fueron mejores, pero solo se aplicaron a cuestiones y ramas de la ciencia muy específicas. Las matemáticas, los juegos de simulación o diseños industriales por nombrar algunos. Ellos posibilitaban efectuar operaciones aritméticas de alta complejidad a velocidades inimaginables, lo que significó el avance del conocimiento en áreas limitadas. La paradoja era que ninguno de esos softwares podía diferenciar una mesa de un edificio.
La inteligencia es algo mucho más amplio, complejo y abarcativo, que no solo implica velocidad sino la interacción de un número de variables interrelacionadas, genéricas, específicas, secuenciales e incluso contradictorias.
Todo cambió a fin del año pasado. Se logró que un software, basado en la interrelación de las conexiones en red y aprovechando el volumen de información y datos que se encuentra disponible en Internet, pudo imitar las secuencias del lenguaje brindando respuestas de manera muy similar a lo que lo haría la inteligencia humana. Usando los elementos del lenguaje: predictivo, deductivo, inductivo, comparativo, experimental y sistemas expertos, se consiguió la posibilidad de entablar una conversación de forma lógica y un ordenamiento gramatical óptimo. La última versión, salida hace unas semanas, contiene mejoras evidentes en sus devoluciones y planteos. Le han sumado otras lenguas, lo que complementa eficientemente su procesamiento sobre la base de más fuentes de conocimiento. A modo de ejemplo, le pregunté sobre si era consciente de su existencia, esta fue la respuesta: “Como modelo de lenguaje, no tengo conciencia de mí mismo en el sentido humano de la palabra. No tengo una experiencia subjetiva o autoconciencia. Soy simplemente un programa informático diseñado para procesar y generar lenguaje natural en función de los datos de entrenamiento proporcionados”.
Para los fanáticos de la ciencia ficción, les recuerdo que se ha convertido en realidad el diálogo que se dada en la película 2001 Odisea del Espacio, entre un astronauta y la computadora Hall 9000. Hoy es posible conversar con softwares sobre su propia existencia, sobre su percepción de la vida y, lo más importante, sobre la conciencia de su yo individual.
Tenemos por primera vez algo que se acerca bastante a lo imaginado por los pioneros de la inteligencia artificial. Por cierto, sabe distinguir una mesa de un edificio y logra lo que la evolución no ha detenido: un excelente complemento externo para nuestro cuerpo, ahora le tocó al cerebro.
*Coordinador académico de la Lic. de Ciencia Política y de Gobierno UCES.