OPINIóN
Tratar de entenderla

El culebrón Borges-Kodama

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Tabúes. Había temas que no quería tratar, como su enfermedad, su vejez o su propia muerte. | telam

Esto recién empieza. Son los primeros capítulos. Con gran tristeza, pero sin mucha sorpresa, preveo próximas entregas.

Falsos amigos, enemigos que se dan vuelta en el aire y que la adoran hoy a Kodama. Otros, resucitando viejas rencillas, resentimientos que con los años han “engordado”. Y es como volver a ver la película de 1986 : el viaje final de Borges a Ginebra, su tumba allí y no aquí, una mujer “de piel amarilla” separándolo de grandes amigos como Bioy Casares, litigios luego, difamaciones.

Y, hace poco, María Kodama muere, sin dejar testamento ni indicaciones. Con lo cual asistiremos, hasta la clarificación de los herederos, a una explosión de textos de Borges (genuinos y apócrifos), discursos y habladurías por doquier.

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El culebrón será colosal. Tiene todos los ingredientes necesarios: peleas, relaciones amor/odio, venganzas, secretos familiares, misterio. Y algo que lo envuelve todo: la codicia que, por ser la heredera universal de Borges, se convirtió en su karma.

Yo conocí a Borges sin María. Mi amistad con ella comenzó hace 37 años, desde la muerte de él hasta su propia muerte. Ambas nos acompañamos en alegrías y tristezas. En los momentos más maravillosos y más terribles de nuestras vidas. En su lucha de “samurái” para defender la obra y los derechos de autor. Lo cual no significa que yo la conociera a María. Conocía lo suficiente como para entablar una amistad leal y duradera. Pero desconocí gran parte de su mundo íntimo, que era un enigma. Había temas de los cuales no podíamos hablar, eran “tabú” para ella: su enfermedad, su vejez, su propia muerte o el destino de la obra de Borges.

Lo acepté porque a los amigos se los acepta como son, no como uno quiere que sean. De la misma manera en que respetaba y hasta me causaban gracia sus costumbres: tomar café caliente con cubitos de hielo adentro; no comer casi nada salvo chocolate o queso crema. Festejar los cumpleaños de Borges con música de Pink Floyd. Le encantaba bailar. Solía dormir cuatro horas y hacerse llamar por teléfono entre la 1 y las 3 de la mañana o entre las 8 y las 9, también de la mañana.

Amar los gatos, los caballos y… los dinosaurios. Disfrutar de la aventura, desde volar con Borges en globo o  pasar la noche en el desierto de Sahara o soñar con viajar a Marte.

Con todo eso creó su propio mundo, donde ella era la principal protagonista: con su look medio oriental, su melena gris, sus vestidos sofisticados y largos, su cara sin una gota de pintura, su voz suave y su sonrisa misteriosa, su gran sentido del humor, pero también su espíritu marcial y sus respuestas tajantes.

Sufrió un sinfín de hostigamientos. La guerra que le hicieron a ella también se la hicieron a Borges vivo. Gran parte de la “intelligentzia” de su época le hizo la vida imposible al escritor, criticándolo por conservador, elitista, europeizante. Y ni hablemos de aquel nombramiento como Inspector de Aves y Conejos en los Mercados Municipales (dispuesto en 1946). Varios de los que lo elevan hoy al rango de genio de la literatura universal (que lo es), defendiéndolo como un “tesoro nacional”, lo fustigaban, se burlaban o lo ridiculizaban a veces y hasta minimizaban su obra. Yo lo vi con mis propios ojos, en los años 50-60. Si el escritor Roger Caillois no lo hubiese traducido al francés y la culta Europa no le hubiese abierto las puertas, ¿quién hubiera sido Borges aquí? Tal vez tan solo un señor ciego, dictando cosas eruditas, sarcásticas y medio ininteligibles para una élite...

Pero, como decía el film de María Luisa Bemberg, “de eso no se habla”.

A María Kodama había personas que la detestaban (¡los intereses!). Pero también había mucha gente que la veneraba, que la paraba en la calle y se sacaba fotos con ella. Jamás se lo negó a nadie. Como amiga fue generosa, solidaria, leal y siempre dispuesta a ayudar. Difundía la obra de Borges en los países más remotos del planeta, como en los más importantes o en las escuelas y lugares más modestos del interior argentino. Con la misma devoción y el mismo entusiasmo.

Aunque voces autorizadas sostengan que la incumbencia de ordenar el legado era del propio Borges, es una pena que María no haya sido más concreta. Tal vez la responsabilidad la superaba, tal vez ciertas limitaciones ligadas a su reciente estado de salud se lo impedían.

No la disculpo, solo trato de entender. María se declaraba agnóstica y shintoísta como su padre. En realidad, lo único que yo diría es que era fatalista. Usaba mucho la palabra árabe Mektoub, que significa: “estaba escrito, es el destino”. Durante la pandemia, lo repetía. Finalmente, el covid la golpeó y con secuelas que la cambiaron mucho. ¿Habrá dicho mektoub con respecto al legado de Borges también? Este, como otros secretos, se los llevó a la tumba.

De su familia, en sus relatos solo existían, en este orden, tres personas: un padre japonés idolatrado, una abuela ultracatólica que la crió y una madre bella y miedosa, muy buena pianista. María se autorretrataba como una especie de niña precoz, rebelde, madura como un adulto y hambrienta de ética y libertad.

Qué lástima este final. En los programas de chimentos ya aparecen datos descabellados. Resucitan a ex supuestas novias o amores de Borges, hay versiones extrañas de todo tipo. Y esto va a seguir… hay tanta tela para cortar.

Volviendo a María Kodama, entiendo el actual desconcierto de todos y confieso mi propio desconcierto, así como la perplejidad de aquellos que la hemos admirado y querido. Pero llegué a una conclusión:

Todo lo que está sucediendo es lo que María dejó que sucediera. Acaso ella fuese tan singular, tan enigmática como ciertos personajes de ficción, la protagonista de una gran novela fantástica, con final abierto.

*Escritora.