Semanas atrás las noticias nos volvieron a sumergir en el mundo de Banksy. Esta vez por el reclamo del London Club de Inglaterra debido a la remoción del mural Pintor de Flores con Líneas Amarillas (Yellow Lines Flower Painter) de una de sus paredes, el cual fue llevado a Estados Unidos.
Según pudimos leer, la obra había sido comprada al club en 2019 por quien era su programador de eventos, con el beneplácito de quien ejercía el cargo de secretario. El supuesto comprador habría encargado la extracción y restauración del mural, el cual fue enviado en préstamo a una galería en Colorado, Estados Unidos.
Más allá del conflicto sobre si el mural fue legítimamente adquirido por quien dice ser su comprador, se suscitó una controversia respecto a la autenticación de la obra dado que la oficina de autenticación de Banksy (Pest Control), a pedido de él, no certifica aquellas obras removidas de su ubicación original, lo cual genera complicaciones relacionadas a su comercialización.

La actitud de Banksy nos conecta con el derecho moral que tienen los autores a que se respete la integridad de su obra. Me atrevo a sostener que el artista británico concibe su obra como un todo formado por la calle, las paredes y las pinturas, y que cualquier remoción de sus murales altera su significado.
El derecho de autor que nace en el momento mismo de la creación lleva consigo el derecho moral a que se respete su integridad y a que se reconozca su paternidad sobre la obra, es decir, a ser reconocido como autor de la obra.
Este derecho moral que tienen los autores no se debilita por el soporte “especial” en el cual se plasman sus murales; muy por el contrario, parece potenciarse.
La paternidad de los murales de Banksy no parece resquebrajarse por el hecho que rodea al misterio de su figura: no se sabe a ciencia cierta quién es realmente Banksy ni su nombre real; sin embargo, la paternidad de sus murales traspasa ese misterio.
Buenos Aires, al igual que muchas ciudades del mundo, tiene el privilegio de sumar murales que retratan buena parte de nuestro sentir y parecer. Los murales del Barrio de Once que encarnan la tragedia de la AMIA nos interpelan con dramatismo y belleza.
Su ubicación, sin duda, es parte esencial de estas obras que atestiguan tanto horror a la vez que nos dan un ejemplo irrefutable de lo que implica el respeto a la integridad de una obra de arte urbano. Si ellos alguna vez fueran removidos de su ubicación original, los mensajes de sus autores, Mariano Antidoménico, Martín Ron y Mariela Ajras, perderían gran parte de su esencia y propósito, y se alteraría la integridad con la que fueron concebidos.
De los murales callejeros a los espacios de exposición
Los artistas de arte urbano nos muestran que el reconocimiento a su esfuerzo creativo manifestado a través de los derechos morales, es tan contundente como la dimensión de sus obras y la fuerza de sus testimonios.