Nuestro país dio fábricas muy prolíficas como Aguila, Noel o la textil Piccaluga, pero hubo una industria fuerte como pocas porque estaba directamente relacionada con eso que podríamos tratar de definir como la esencia del porteño: pituco, compadrito y, ¿por qué no? un poco agrandado.
Me estoy refiriendo a aquellos visionarios que se lanzaron a la tarea de fabricar sombreros. Mejor dicho, a uno en particular. Téngame un poco de paciencia
Vea usted: en 1910, un periódico puso en evidencia a un ciudadano que paseaba por Florida sin sombrero. ¿Se da cuenta?. El diario no decía que había cometido algún delito. Sin embargo, ese paseante despreocupado se convirtió en noticia y tuvo su medio renglón de fama.
Si bien no era para mandarlo a la sección de "Policiales", lo cierto es que en la época del Centenario, no llevar sombrero era casi un pecado mortal.
Pero incluso mucho después, en la década del '30, si un caballero iba a visitar a un recluso a la cárcel, era menester usar sombrero para diferenciarse de aquellos que se habían perdido por los caminos del hampa.
A los vigilantes -que todo veían desde sus garitas- el sombrero les venía muy bien para poder esconder unas hojas de lechuga fresca y así enfriarse la sabiola los días de verano. Y a las mujeres, “dejarse el sombrero puesto” les hacía ahorrar grandes sumas de dinero en peluquería.
Me fui por las ramas y aún no mencioné quién fue ese señor que entendió que había que fabricar sombreros para hacer la diferencia. ¡Y vaya que la hizo!
Fue don Pascual Maxera, un inmigrante genovés que le dio glam a los porteños de menores recursos con su modelo autóctono de copa alta, cinta ancha, moño plisado y ala de cuatro centímetros con ribete de seda al tono.
Sí señor, este funyi (sombrero) ideado en estas pampas en 1895 era apto para el compadrito o el cafisho y costaba seis veces menos que los que se exhibían en las vidrieras de los elegantes locales de la calle Florida.
“Uso funyi a lo Maxera, calzo bota militar”, decía Carlos Gardel cuando cantaba la “Milonga del 900”
¿Así que Maxera no era otra cosa que el creador de los sombreros?
Nada más, ni nada menos.
Una anécdota muy pintoresca señala que el encargado del guardarropa de “Lo de Hansen” se apersonó en la sombrería para comprarse un funyi Maxera porque la noche anterior guardó mas de cuatrocientos de esa marca.
“Funyi veo, funyi quiero”, habrá pensado don Pascual.
¿Y sabe también a quién le vendió un sombrero el visionario genovés?
Al general Bartolomé Mitre
¿Y a dónde quiero llegar con toda esta cháchara?
A que es posible que usted me diga que ya no queda nada de toda aquella elegancia en el reino de las caps o gorritas con visera. Pero no es tan así. Aún nos queda esta historia, cuyo testimonio fiel es el ladrillo (en este caso, el viejo comercio)
Me fui a La Boca a ver si lo encontraba. Tenía algunos indicios. Y lo encontré. Lo reconocí inmediatamente. El local se convirtió en un conventillo del siglo XXI. Tiene las puertas de ingreso deterioradas, con cerraduras nuevas y signos de algún atraco, pero conserva sus rejas intactas.
En el hierro forjado, dentro de un círculo, pude divisar la P y la M, inequívocas iniciales de ese inmigrante que vino a hacerse la America y se la hizo.
¿No me diga que no es para sacarse el sombrero?
*Periodista.