OPINIóN
Saber estar

El miedo a la soledad y los vínculos tóxicos

Hay personas que se compran el imperativo social de que la soledad no es buena compañía, es patológica, y que la pareja, la familia, los hijos, son los estados ideales, como si solo allí se encontraría la felicidad.

Vínculos tóxicos 20220511
Vínculos tóxicos | Agencia Shutterstock

Podría llenar esta página de frases que escucho a diario en el consultorio, en reuniones, en la calle. Palabras que tienen poder, efecto, que se imponen como verdades absolutas y que alteran la vida emocional: No seré feliz pero al menos estoy con alguien. No hay hombres. Están todos locos. Mejor estar acompañada, aunque no funcione muy bien, que bancarte la soledad. Por algo está solo. Por algo la dejan. Está llena de mambos. Solo te quieren para una noche. Nadie se quiere comprometer… 

Hay personas que se compran el imperativo social de que la soledad no es buena compañía, es patológica, y que la pareja, la familia, los hijos, son los estados ideales, como si solo allí se encontraría la felicidad. Y es por eso que con tal de no estar solas inventan y sostienen vínculos tóxicos sin sospechar que eso mismo es lo que termina dañando su salud mental, no la soledad. 

¿Cómo descubrir un vínculo tóxico? Las personas tóxicas despliegan manifestaciones agresivas sostenidas en el tiempo. Suelen ser rígidas, autoritarias, obsesivas, manipuladoras, tienen escasa tolerancia a la frustración y no soportan los desacuerdos. Nunca contemplarán el deseo de los demás, salvo que les convenga. Ante un vínculo tóxico, es imposible encontrar distensión, no se disfruta plenamente de nada y se vive en estado de alerta y de tensión permanente. Se mide todo lo que se va a decir y hacer, no hay relajación posible porque existe el temor constante de que se altere y se reinicie el circuito de violencias. La inestabilidad emocional es el campo propicio donde se instala y crece la violencia.

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Vínculos tóxicos: el costo en la salud mental

La soledad tiene mala prensa, pareciera que hay que escaparle como si fuera una peste, ¿pero hasta cuándo se puede escapar de la propia presencia?  El problema central radica en huir de la soledad olvidando que es el territorio fundamental a explorar, para conocerse y descubrir con quién se está, qué vínculos se sostienen y para qué. Se vive en el total desconocimiento de lo más íntimo, sin conectar con el yo más profundo, en hiperconexión constante con las propuestas mundanas. Exceso de estímulos, de tareas y de vida social para escaparle al silencio y por temor al aburrimiento, al vacío, a la soledad, cuando es justamente allí, en ese estado, donde se puede clarificar cómo estamos viviendo y los cambios que deseamos realizar. 

Tapar y llenar con lo innecesario

Hay personas que se llenan de cosas innecesarias, de artificios impuestos y de compañías como tapasoledades que no resultan sanas, de calidad, y que terminan siendo perjudiciales para su bienestar. Para recuperar la salud psicofísica y espiritual, hay que habitarse, regresar a la casa interior, buscar espacios de soledad, en calma, darse tiempos creativos y curativos, donde el silencio, o las palabras que surjan, sean herramientas reales de autoconocimiento. Hacer pausas, detenerse a reflexionar, abrir el diálogo interior para poder visualizar si se está viviendo de manera genuina una vida elegida con libertad, o reproduciendo un modelo condicionado. Y si no se puede salir de un vínculo tóxico, pedir ayuda, hablar con alguien de confianza. El ocultamiento potencia la toxicidad.   

Quien se sienta en armonía en su propia presencia puede luego armonizar con los demás. Solo quien se conoce puede decidir sanamente con quién estar. 

Pablo Melicchio. Psicólogo (UBA).