Si pudiéndolo hacer no votás, aun así, estás votando. Dejar vacante dicha decisión tiene una única y clara consecuencia: ayudar al candidato que la gente más haya votado. Con lo cual, inexorablemente, estarás votando a favor de lo que la mayoría decida.
Decidir no votar, se traduce en considerar que cualquier voto, de cualquier persona, es más importante que el suyo propio. Lo cual, constituye un acto radical de auto subestimación y también, eventualmente, de incapacidad.
Incapacidad en discernir cuál de las opciones son mejores o peores. Y auto subestimación, al permitir que los votos del resto de los ciudadanos tengan más peso que el de uno.
Impugnar el voto, votar en blanco o faltar a la votación, pudiéndolo hacer, es también votar. No hay salida: votás igual.
Repitamos juntos: Un voto no es un tatuaje. Un voto no es una definición existencial, tampoco una afirmación espiritual. Un voto no es una declaración ontológica de principios.
El voto no tiene que ser perfecto. El voto no tiene que ser cómodo. El voto no tiene, necesariamente, que contentarme.
Votar a alguien no implica que lo tengas que querer, ni que “bancar”. No es quedar “de un lado”. No significa ni siquiera que confíes en él. Menos significa que le tenga que ir bien.
Balotaje: ¿qué pasa si uno de los dos candidatos se baja?
Votando a alguien no quedás “emparentado”, “pegado”, “asociado” con eso.
Votar es simplemente una expresión transversal de preferencias. En el aquí y ahora. Esa preferencia, con el tiempo, puede cambiar.
Las preferencias no son siempre entre algo bueno y mejor. Tampoco entre algo bueno y algo malo. A veces -y más de lo que quisiéramos- nos toca elegir entre algo malo y algo peor.
Queriéndolo, no queriéndolo, siendo indiferente; votá. Porque, hagas lo que hagas, estarás votando igual.
*Escritor.
