Parece insólito, pero el fútbol nos puede enseñar muchísimo. Por más que insistamos en reducirlo a once jugadores y una pelota, el otro día, en la final del Mundial, empezó a sonar el himno y en mi mente —como seguramente, en las de muchos otros— entraron reflexiones que tenían que ver con el destino de la Argentina, la historia y la ilusión.
Queramos o no, nos vemos reflejados en los jugadores: por ello, las derrotas han tendido a hacer que nuestra identidad nacional entrara en crisis —que había que copiar el orden de Alemania, la audacia de Brasil… En 2018, realmente, el trago había sido amargo: divisiones internas, volantazos y la falta de una visión clara llevaron a que un equipo con algunos de los mejores jugadores del mundo se fuera antes de lo esperado.
Y luego, algo cambió.
Durante este Mundial, la selección no acusó enfrentamientos entre miembros del cuerpo técnico, ni entre éste y el plantel, ni entre éste y la prensa: tenían claro que competían contra el mundo, no entre sí. Si la prioridad de todos hubiera sido obtener el premio al Jugador del partido, quizás a más de uno le habría tocado recibir ese honor, pero así, seguramente, no habrían logrado todo esto.
También está la cuestión, inevitable, del paso del tiempo: en su momento Scaloni asumió la responsabilidad de refundar un plantel desgastado porque había entendido que, para poder ser realmente competitivos, algunos símbolos de la selección iban a tener que dejarles sus lugares a jugadores nuevos. La sangre joven ha sido una de las grandes apuestas de este cuerpo técnico y también uno de sus grandes aciertos.
Y aunque nos cueste creerlo, la Argentina unida, fuerte y revitalizada que vemos en el equipo de Scaloni es posible. Personalmente, veo reflejadas en ese espíritu renovado muchas de las ideas que creo que, como nación, debemos evaluar.
Como muchos saben, vengo impulsando una visión de lo que pueden ser las relaciones de trabajo en nuestro país, una solución superadora llamada Mochila Argentina, la clave para que volvamos a la senda de la prosperidad y el crecimiento.
Nuestro marco laboral actual no sólo se aferra a un mundo que ya no existe —lo cual explica los alarmantes niveles de trabajo informal—, sino que además genera antagonismos innecesarios en la sociedad. Hemos naturalizado el hecho de que los empresarios estén enfrentados con los gobiernos, que por su parte están enfrentados con los sindicatos que, a su vez, mientras sostienen sus propios enfrentamientos con los empresarios, desatienden los reclamos de toda una generación de trabajadores que preferirían estar amparados por la ley en vez de tener que ocupar empleos precarios sin seguridad alguna.
Y mientras seguimos divididos, la pobreza y la inflación, lamentablemente, siguen en alza. A veces nos vemos obligados a preguntarnos si las esperanzas que ponemos en el fútbol están relacionadas con las carencias que padecemos en otros ámbitos de la vida. La Mochila Argentina descomprimirá este contexto acuciante porque donde ahora hay tensiones, ofrece soluciones: mayor previsibilidad y estabilidad para las empresas en un contexto de ampliación
de los derechos de los trabajadores.
Con la implementación del Seguro de Garantía de Indemnización (SGI), estos podrán llevar su antigüedad de empresa en empresa (como en una mochila) y cobrar su indemnización incluso si decidieran renunciar a sus empleos. Los resarcimientos, además, se cobrarán sin necesidad de hacer juicio porque la distinción entre despido con y sin causa desaparecerá —con lo cual los trabajadores, además, cobrarán el 100% de lo que les corresponde, sin tener que dividirlo con abogados.
Las empresas, por su parte, se desharán del pasivo laboral, uno de los aspectos más inauditos del marco legal actual y, en rigor, la principal causa de la baja propensión a emplear por parte de los empresarios nacionales.
La Mochila, en definitiva, llevará a una economía con empresas más pujantes y trabajadores con mayor seguridad para moverse en busca de mejores salarios. Todo eso se traducirá en un aumento de actividad generalizado y traerá aparejado el dinamismo que necesitamos para entrar definitivamente en el Siglo XXI.
Sigamos el ejemplo de la selección: es hora de apostar a nuevos proyectos, sacarnos el velo del conflicto permanente y reconocer el potencial enorme que tenemos. Renovemos estos esquemas vetustos e implementemos sistemas con incentivos saludables, que generen círculos virtuosos, para terminar con la inflación y la pobreza en nuestro país.
En cuanto al Mundial, que nuestra selección haya salido campeona es una de las grandes alegrías de nuestra historia. Pero incluso si, el día de la final, el destino no hubiera estado con nosotros, el proceso de Scaloni habría dejado huella —algo que dice mucho acerca del poder transformador de un buen sistema. Y eso está a nuestro alcance fuera del fútbol también: sólo hay que animarnos.
*Teddy Karagozian, dueño de la empresa textil TN&Platex.