¿Estado o mercado? ¿Justicia social o libertad? ¿Déficit “cero” o gasto social? Son preguntas duales, polarizadas, dicotómicas, alrededor de principios de diseño institucional y gestión de políticas públicas. Cualquiera de estos principios amerita lectura, indagación, debate, argumentación. Sin embargo, la formulacion misma de la pregunta –antagónica, competitiva-- es ya un adelanto, una anticipación, una primera respuesta.
Porque su misma estructura y conformación supone una respuesta de carácter univoco, absoluto, excluyente -una o la otra. Implica elegir una de las partes de las formulaciones, y negar o desestimar la restante. Si hay mercado, no hay Estado -o a la inversa. Si hay gasto social, no hay déficit “cero” -o al revés. Cualquiera de estas supresiones excluye y relega lo distinto y, aparentemente, opuesto. Tal cual se plantea la formulación, no hay coexistencia posible entre tales principios o criterios de la organización de la vida pública en común. Es uno u otro- la prioridad de lo simple.
Esta forma dual y dicotómica de preguntas e indagación a los fines del diseño institucional y la organización del gobierno común estuvo presente en los orígenes mismos de nuestra vida colectiva como país, entre 1810 y 1860. Los congresales que participaron en las asambleas constituyentes de ese período -nuestros Padres Fundadores- la conocieron y debatieron. Y la resolvieron, aunque de una manera largamente distinta.
Si hay mercado, no hay Estado -o a la inversa. Si hay gasto social, no hay déficit “cero” -o al revés"
¿República o monarquía? ¿Centralización o descentralización? ¿Representación nacional o provincial? ¿Federación o unitarismo? Fueron las primeras formulas duales y dicotómicas alrededor de principios, criterios y mecanismosque debían bosquejar y decidir las reglas de juego fundamentales del autogobierno y la vida en común. Como formulaciones antagónicas y polarizadas, parecían obligar en principio a una respuesta única y unívoca –y por lo tanto excluyente.
Sin embargo, y aunque las historias “oficiales” de turno hayan procurado -y utilizado- tales formatos dicotómicos para sus fines e intereses, nuestros Fundadores las evitaron. O mejor, conociéndolas y debatiéndolas, a la hora de pensar la mejor configuración para el país, sus formulaciones dispusieron las aparentes dicotomías y antagonismos de manera sustantivamente diferente y superadora.
Concretamente, sus propuestas y proyectos de diseño institucional procuraron conjugar lo opuesto en vez de exacerbarlo; buscaron incluir lo diferente -no excluirlo; intentaron integrar lo distinto ¬no polarizarlo. Ensayaron lo complejo –no lo simple.
La “pócima mágica” para producir tal alquimia fue la idea de moderación -y su herramienta, la complejidad -en el diseño institucional. Además del mismo términode gobierno“moderado”, las palabras que utilizaron para expresar esa idea fueron las de fórmulas o sistemas “mixtos”, “combinados”, “equilibrados”. Y un término mucho más significativa para los tiempos que vivimos: “temperados”. Según el Manifiesto del Congreso de 1819, la tarea constituyente realizada procuró “organizar de un modo mixto los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Dividirlos y equilibrarlos de modo que en sus justas dimensiones estén como encerradas las semillas del bien público”.
En los términos de los Fundadores en el Congreso de 1824-1826, “deslindar y balancear los poderes, con el mayor y justo equilibrio posible”. De esto se trata el gobierno “moderado” cuyo diseño conviene configurar para un buen gobierno. Esta fue una meta de los Fundadores para concebir y bosquejar la república deseada.
Un diseño moderado era la respuesta al monopolio excluyente de cualquier forma o mecanismo puro o simple de gobierno y organización. Al decir de uno de los Fundadores más prominentes, Valentín Gómez, “… ningún gobierno simple es bueno; porque las formas simples son degradadas y viciosas”.
Ello puede suceder con la monarquía, “que es la supremacía de un monarca que todo lo refiere a sí mismo”; también con la oligarquía, que es “la supremacía de los ricos, de los nobles, de los excelentes, que todo lo refieren a estas calidades, a costa de la opresión de los pobres”; y finalmente con la democracia, que es “la supremacía de la multitud que, engreída de su número y de su fuerza, desconoce la propiedad, el saber y la virtud, y quiere gobernar con el desorden”.
En cambio, decía el representante por Buenos Aires en el Congreso al presentar el proyecto de la comisión redactora en 1826, y luego de enumerar las ventajas y desventajas de cada forma de gobierno –monarquía, aristocracia y democracia--, “las formas mixtas convienen a las sociedades modernas; porque separando los vicios de cada una, acumulan las ventajas de todas”. Este era el criterio y objeto del diseño institucional.
Algo similar habían intentado poco tiempo anteslos representantes ante al Congreso de 1816-9 al redactar la Constitución. El Manifiesto entregado al final de aquella asamblea, al explicar y destacar el diseño finalmente acordado, recuerda que no es “ni la democracia fogosa de Atenas, ni el régimen monacal de Esparta, ni la aristocracia patricia o la efervescencia plebeya de Roma ni el gobierno absoluto de Rusia, ni el despotismo de la Turquía, ni la federación complicada de algunos estados”. Es que la prevalencia o exclusividad de cualquiera de estas formas podía tener la “funesta” consecuencia de “convertir a la Nación en un mar borrascoso por las agitaciones intestinas de la simple democracia, o en un vasto y silencioso calabozo por la arbitrariedad y despotismo…”.
La simpleza de un diseño conduce a la inmoderación. Y esto a su vez a la anarquía o el despotismo. Su combinación y convivencia, en cambio, podía transformar los beneficios particulares de cada forma de gobierno en un esquema colectivo superior --y más conveniente. Por ello, los congresales de 1819 consideraban que el diseño acordado produjo “un estatuto que se acerca a la perfección: un estado medio entre la convulsión democrática, la injusticia aristocrática, y el abuso del poder ilimitado”. Alejándose de la inmoderación que producía lo simple, el pretendido “estado medio” procuraba en cambio los beneficios de lo complejo: la “unidad y celeridad de los planes”, propios de la monarquía; la administración de los “eminentes”, “distinguidos” y “talentosos”, propios de la aristocracia; la “eminencia”, “distinción” y “talentos”; la “participación” electoral y legislativa de los ciudadanos, propios de la democracia. La moderación –y sus beneficios-- surge de tal complejidad.
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De manera parecida sucedió con las formas de organización territorial: federación o unitarismo. Para los Fundadores, la búsqueda, los debates y el diseño final no se realizó como opción absoluta –y excluyente-- por uno u otra de las formas posibles. Su indagación discurrió entre más o menos federación, o más o menos unidad –y a cada una de estas les llamaron, de vuelta, formas “mixtas” o “temperadas”. Desde la elección de los gobernadores en las provincias hasta las competencias entre el Legislativo y el Ejecutivo o entre provincias y nación, todas las formulaciones de organización territorial procuraron mecanismos de concertación y acuerdo. El diputado por Santa Fe, José Amenábar, expresa en 1824 que se debía buscar una “constitución bajo la forma de gobierno temperado; quiero decir, no adoptándose del todo al sistema de federación ni de unidad y que combinándose ciertos puntos principales, según se descubra la intención de las provincias, se eligiera un sistema mixto de ambas formas”. Al decir del diputado Gomez en el mismo Congreso, “dada la base de unidad o de federación, las variaciones que puedan hacerse, serán fácilmente combinables”.
Al interior de cada una de ellas, y entre ellas, los congresales buscan “mixar” mecanismos cercanos y propios de una y otra forma. Según Juan Bautista Alberdi respecto a uno de estos diseños, “como liga, como unión, la federación puede ser más o menos estrecha. Hay diferentes grados de federación.” En 1860, el informante del proyecto que revisa la Constitución de 1853 en la Convención provincial de Buenos Aires, recuerda que el afán de los congresales que la diseñaron fue un sistema –federal-- “mixto”.
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Procurar lo “mixto”, “temperado” o “equilibrado”no era una convicción meramente conceptual ni un deber de principios –aunque para algunos quizás lo fue. Era lo mejor a los fines de dos metas concretas y específicas. La primera, inmediata, conformar la unión tan deseada. Gran parte del acuerdo final alrededor de la unión procurada descansaba en la firma de los signatarios –los gobiernos provinciales--, y la negociación alrededor de estos mecanismos podía procurar la satisfacción de algunos intereses particulares que eran necesario para el arreglo final.
El segundo objetivo no era menor –por sobre todo a los fines del país anhelado y las instituciones procuradas. Procurar lo “mixto”, “temperado” o “equilibrado” era parte de una estrategia cuyo objetivo consistía en organizar y eliminar –o por lo menos controlar—cualquier forma despótica de gobierno a través de su contraparte –la “moderación”. El despotismo era una amenaza que los Fundadores percibían como el riesgo principal en el devenir institucional del país. Y esta forma inmoderada de gobierno e interacción institucional podía surgir cuando el diseñoinstitucional exacerbaba alguna de las formas de gobierno –democracia, aristocracia o menarquia--, o algún poder del estado –legislativo, ejecutivo o judicial, o alguna jurisdicción territorial –nación o provincias-- en desmedro de la otra. Cuando las formas no son “mixtas”, “temperadas” o “equilibradas”, se corría el riesgo de que algunas de esas otras partes fuera exclusiva –y excluyente—y se erigiera en “arbitraria”, caprichosa”, “discrecional”. De esto se trataba el despotismo.
Ninguno de estos los diseños constitucionales acordados pudo efectivamente organizar la nación entre 1810 y 1859. Las armas lo resolvieron finalmente. Pero ello no sucedió por el afánde nuestros Fundadores. Sino a causa de otro conflicto –alrededor de disputas materiales y distribución de recursos- que lo impidieron. Quizás, otra forma de despotismo. Su análisis no es parte de este artículo.
En tiempos de reformulación de diseños de políticas y de formas y fondos que en ocasiones ponen en vilo la convivencia democrática, evocar a nuestros Fundadores no es mero recordatorio ni homenaje. Es considerar nuevamente estrategias ciertas y alternativas de pensamiento, debate y decisiones de aquellos que nos antecedieron en la configuración del país.
Las modernas teorías de la decisión racional implican considerar alternativas varias a la hora de una elección final -y medir sus costos y beneficios. La de nuestros Fundadores bien merece ser considerada como una estrategia conveniente a la hora de seguir decidiendo el diseño de políticas que procuren el bien colectivo y controlen el riesgo de las formas varias -y causales- de despotismo.