OPINIóN
Columna de la USAL

La necesidad de una paz perdurable en Colombia

Pese a la variopinta y cambiante historia colombiana, hay un elemento que perdura como mal crónico; la violencia como método de resolución de conflictos.

20210508_protesta_colombia_dpa_g
Piedras. El gobierno insiste en considerar como “terroristas urbanos” a quienes protestan. | DPA

Pocos países en mundo exhiben la diversidad geográfica, demográfica, social, e histórica de Colombia. Desde los turísticos paisajes caribeños hasta las alturas andinas, desde la Teología de la Liberación de Monseñor Gerardo Valencia Cano hasta la crueldad de Pablo Escobar. Todo parece convivir en un perdurable pero débil equilibrio que hace comprensible que el Realismo Mágico de Gabriel García Márquez haya nacido en estas tierras.

Pese a la variopinta y cambiante historia colombiana, hay un elemento que perdura como mal crónico; la violencia como método de resolución de conflictos. Parece estar arraigada de forma parasitaria a la mayoría de las partes involucradas en la vida social y política del país. Hasta hace pocos años, lo que primaba era la violencia organizada. Es decir, planificada y dirigida hacia objetivos específicos. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN), paramilitares, narcotraficantes, e incluso ciertos sectores de la clase política son actores organizados que recurren a este método. Son los resultados de la descomposición-transformación de voluntades aunadas con raíces históricas cuyos reclamos eran consecuencia de su percibida ubicación dentro de los diferentes esquemas de explotación económica. Lo cierto es que, pese al paso de los años, la violencia no los ha abandonado.

El presidente Duque militarizó Cali, donde no cede la violencia

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Hoy Colombia es la novedad. Se difunden las cifras de muertos, y circulan videos de los enfrentamientos entre manifestantes y las Fuerzas Armadas y de Seguridad. Es que la violencia, horroriza y atrae al mismo tiempo. Sin embargo, lo que está sucediendo no es novedoso. Lo que estamos viendo ahora es la continuidad, interrumpida por un breve lapso de endeble estabilidad, de las protestas que comenzaron originalmente en noviembre de 2019 y se extendieron hasta febrero de 2020. Los reclamos que oímos hoy son prácticamente los mismos que oímos en aquel momento, apuntan al funcionamiento de la economía y la política colombiana. A decir verdad, la mayoría están dirigidos a los mismos problemas que sufren los países de América Latina; precariedad e inestabilidad laboral; corrupción; distribución desigual de la riqueza; creciente financiarización de la economía; presión fiscal; deficiencia educativa. El más propio del país es el pedido del cumplimiento de los acuerdos de paz firmados en Cuba, por el cual se buscó una solución al conflicto, aun existente, entre las FARC y el gobierno colombiano.

Hay una diferencia significativa entre lo que sucede hoy en Colombia y lo que podemos ver en su historia. Actualmente la violencia ejercida por los manifestantes, aquellos que no se sienten representados por el Comité Nacional del Paro (CNP), en las protestas contra las Fuerzas Armadas y de Seguridad no está organizada. Incluso podríamos decir que los propios manifestantes constituyen un conjunto amorfo urbano repartido en diferentes puntos geográficos, y que no han establecido claramente cuales son sus objetivos políticos. Tampoco tienen una conducción política clara, y parecen impermeables a los intentos de organización del CNP. Se trata en su mayoría de gente joven, cuya desidia contra el sistema político se deja ver en la combatividad virulenta que usa la arquitectura local para refugiarse de la represión.  Ayudados por las redes sociales y servicios de mensajería, se autoconvocan, pero no se organizan y tampoco se dejan organizar. Esto último por su justificada desconfianza hacia una clase política que se aferra de forma hereditaria al poder, y es trituradora de esperanzas de transformación. Es esta su principal debilidad; a menos que logren encontrar quien los represente, resultará muy difícil que sus reclamos sean volcados en objetivos políticos asequibles.

Dura respuesta de Colombia a Alberto Fernández: "Es una interferencia arbitraria que busca polarizar"

Colombia enfrenta los mismos desafíos que el resto de los países de Latinoamérica en términos de su transitar social, político y económico. Pese a opiniones de especialistas técnicos dedicados al estudio de estos temas, lo cierto es que muchos de los problemas, no únicamente privativos de nuestra región, tienen raigambre en lo moral. Hasta el momento no se ha hallado otra forma de solucionarlos que no sea a través de la política. El desafío de Colombia es encontrar a quienes entiendan que, como dice Francisco I, la buena política está al servicio de la Paz.

 

* Prof. Lic. Federico G. Dall’Ongaro, USAL.