El fin de semana estuve, un poco de casualidad, en la AGS (Argentina Game Show) y me sentí una extraterrestre. Y, justamente por ese motivo, se me presentaron agolpadas diez mil preguntas en la cabeza que voy a tratar de sintetizar, resumir y organizar.
Para empezar, la AGS es una convención de gaming. Y si bien –más o menos, porque tampoco me voy a hacer la entendida en la materia cuando ando bastante lejos de manejar el expertiz- no soy una completa ajena al mundo de los videojuegos, la virtualidad, la tecnología y los esports, me sentí bastante nueva entre los tres pabellones enteros dedicados a esto. Quizás un poco como les pasaba a mis viejos cuando empecé a escuchar música gótica y a ‘disfrazarme’ (discutiré el término con énfasis con cada uno que desee hacerlo) de punk.
El primer hecho que me llamó positivamente la atención fue el despliegue de juventud. O sea, si bien no esperaba encontrarme con un público mayoritariamente conformado por gente grande (paréntesis aclarativo: entiéndase por grande gente como yo, mayor de 30 pero menor de 35, y al infinito y más allá también), tampoco imaginé estas olas gigantes de sub-22, pibes en edad escolar. Y me pareció increíble. Me sentí un poco intrusa en un mundo que ya no me corresponde, pero la verdad es que fue muy bueno estar viendo los mano a mano que se producían entre ellos, porque soy docente. Trabajo con juventudes y trato de hablarles en su idioma. Está claro que aún me falta un trecho por recorrer.
Un poco como debatía con una amiga también profe la semana pasada: los docentes de Prácticas del Lenguaje (especificamos ahí porque es la fibra que nos toca) a veces nos sentimos muy cool cuando damos género lírico usando las letras de Spinetta. Y tal vez (maestro, entienda: honor eterno a la poesía hermosa de Luis Alberto) es hora de que la batuta de la métrica empiece a quedar en las manos de Lit Killah o Tiago PZK, qué sé yo. Y eso es parte del problema: sí que tengo que saber. O al menos no sentirme súper basada y ATR si trabajo con Barro tal vez, ¿no? Nadie puede ni atreverse a quitarle un porcentaje del mérito que tiene el bello poema, pero tampoco puedo pretender que todo un curso se entusiasme con eso. Es como cuando a mí me daban Cambalache en el colegio: y... la verdad es que recién con el tiempo entendí y comencé a apreciar la hermosura profunda que implica todo texto escrito por Discépolo. A los 15 años quería escuchar Marilyn Manson y ver al mundo caerse.
Pero, volviendo a mi sentir brechtiano de extrañamiento total en esa convención, disfruté mucho siendo espectadora de la mezcla de cosplay y videojuegos entrelazados con mate. Mención aparte a la cantidad y cantidad y cantidad de termos y mates compartidos entre pibes y pibas que no llegaban a los 20. Una postal (tecnológica y para el Instagram, obvio).
El gaming, claramente, es joven. Y está buenísimo que sea así. El disfrute genuino de ver partidas stremeadas in situ, el estar pasándola bien entre computadoras de mil colores y ruletas con premios, y los ojos de amor desesperado por cada stand de esports (¡los pabellones plagados de camisetas de equipos de este estilo, y contadas con la mano las de fútbol!) constituyen una cosmovisión adolescente muy propia del 2022. Adelante con eso, chicos.
Videojuegos: el chivo expiatorio de la violencia
La cuestión es cómo asomarnos (sin ser intrusivos, sin buscar apropiarnos de algo que –está clarísimo- no nos corresponde) para revitalizar la gran cantidad de contenidos que les aburren a los pibes en las escuelas. Cómo tenemos que hacer para tomar un poco de eso y ofrecerlo en las aulas. Hay miles de secuencias didácticas que atraviesan la programación y el mundo de los videojuegos; hay capacitaciones docentes que están muy buenas en serio; hay ganas reales y trabajos ya comenzados al respecto para transformar la currícula a partir de un interés legítimo que los estudiantes traen a las clases.
Nos queda, pienso, dar el salto real y completo, y afianzarnos como andamiaje vigotskiano (pero no literal, eh, lejos de eso: acá sería totalmente entrecruzado, porque los que están habilitados a poner el know-how técnico son ellos, mientras que nosotros complementaríamos con prácticas educativas moldeables, nada más).
Entonces, como docente inmersa medio de prepo en la AGS, me llevé tarea para el resto de la semana. Una premisa, también: el gaming es joven y eso es copadísimo. ¿Reflexiones? Miles. Pero, sobre todo, que la currícula de todas las asignaturas se tiene que amoldar para que los aprendizajes sean, siempre -y subrayamos esta palabrita-, realmente significativos. Que esa linda frase no nos quede para las jornadas pedagógicas de la sala de profesores y nada más.