El 15 de marzo del año que acabamos de dejar atrás se hicieron realidad las primeras restricciones referentes a la pandemia. Las medidas no fueron sorpresivas y la preparación del sistema de salud aconsejaba, como razonable, tener un cuidado especial. Fueron varios los especialistas que explicaron la forma de contagio y las actividades que eran recomendables suspender. Y, también, aquellas que sí podían llevarse a cabo, como en el caso de las realizadas al aire libre. Sin embargo, el 19 a la noche, se daría inicio a la cuarentena más extensa aplicada a los países afectados. ¿Qué había pasado, en tan pocos días, para llegar a prohibir actividades que los mismos especialistas -decían- que no contagiaban y que eran buenas para preservar la salud física y psíquica? ¿Por qué los especialistas, que aconsejaban de esa manera, no fueron llamados a asesorar a las autoridades? ¿Qué razones justificaban su escasa presencia en los medios de comunicación durante las primeras semanas? ¿Qué fue lo que pasó?
Cumplido el primer mes de un confinamiento estrictamente respetado por la población y a pesar de que los números parecían acompañar alentadoramente su resultado, quienes sugerían un controlado regreso de actividades, serían severamente cuestionados por diversos medios, médicos asesores del Ejecutivo y dirigencia. Es, en ese contexto, y acercándonos al segundo mes de encierro, en que se plantea abiertamente el debate acerca de los “runners”. Oficialmente lo inaugura el Presidente cuando con ampuloso gesto intenta explicar hasta dónde sus exhalaciones provocarían en forma desmedida la circulación del virus. ¿Estaba realmente justificada su restricción por cuestiones estrictamente sanitarias? ¿No era mayor el daño que se provocaba obligando a la inactividad que el que supuestamente se trataba de evitar? ¿No se estaban afectando los derechos constitucionales de aquéllos que no tenían fecha cierta de reinicio de su actividad?
Así, en el debate que nos ocupa, se ven claramente planteadas tres cuestiones fundamentales en todo marco pandémico. La desinformación (“correr contagia”); la mala información (no alentar actividades que sí pueden realizarse y que ayudan, como en este caso, a su inmunización) y la afectación de las garantías constitucionales (que de un límite razonable puede alcanzar pandémicas propagaciones).
Como era de esperar, la lógica y razonable “primera vez” de los “runners” causó mala impresión. Su desahogante experiencia envalentonó a los impulsores del confinamiento, quienes auguraron consecuencias que, dada la actividad al aire libre, serían muy difíciles de comprobar. Esto llevó a una nueva prohibición y posterior apertura en CABA, en medio de una fuerte cobertura mediática. Mientras tanto, del otro lado del puente, “las pasadas”, con o sin barbijo, ya se habían impuesto pese a su prohibición, lejos de las atentas cámaras instaladas en Palermo y Parque Centenario.
El debate alcanzó niveles económico - sociales sorprendentes. Es curioso…Cuando comencé a correr, hace más de 40 años, el atletismo urbano era conocido como “el deporte pobre”. Por ser estudiante de Derecho, durante largos años de competencia era visto por otros atletas como un privilegiado. Ni en mis mejores sueños podría haberme imaginado que mucho tiempo después “los cultores del deporte más pobre” seríamos señalados por funcionarios públicos como “opulentos egoístas transmisores de pandemias”.
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Finalmente, cuando las contundentes estadísticas, informes internacionales y estudios comparativos no dejaban margen para tan injustificada prohibición, el Ministro de Salud de la Nación se apuró a declarar que el tema de los “runners” tenía, en realidad, “un significado gestual”. Sucede, entonces, lo inevitable. Si se trataba sólo “de una gestual prohibición”….¿Cuántas otras actividades que estaban dejando a miles de personas sin trabajo lo serían? Al mismo tiempo, otros “gestos sospechosos” ocupaban la agenda oficial, como la apresurada expropiación de Vicentin o la supuestamente impostergable reforma judicial. El descreimiento llegó a su punto más álgido y las recomendaciones, aún las más adecuadas como evitar reuniones sociales, fueron desoídas. El crecimiento descontrolado en el AMBA y su propagación en el resto del país nos vio sobrepasar largamente el millón de contagios y alcanzar un alarmante número de fallecidos, atendiendo a nuestra cantidad de población y a su joven promedio de edad. La misma población que hoy se pregunta: ¿Qué fue lo que pasó?
Si se buscan respuestas, en esta etapa en que parece intentarse cierta convivencia con el virus, podría recordarse el tardío cierre de fronteras, los escasos testeos, la desinformación, el largo confinamiento. Estas respuestas serán, por supuesto, materia de discusión ya que las cuestiones relativas a un virus desconocido podrán comprenderse. Su utilización y aprovechamiento político nunca deberán justificarse.
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Y será entonces, en este momento “bisagra”, en que pareciera alternarse un transitar por “senderos amesetados” seguidos de “alarmantes brotes virósicos” (junto a sus correspondientes mutaciones políticas y mediáticas), en que veremos a la “curva institucional” acercarse a su tramo más riesgoso. La interna oficialista, inevitable como “pico de pandemia”, asoma en el horizonte más temido de una postergada devaluación. Serán tiempo de definiciones. Si la utilización y aprovechamiento político del Covid-19 pretende llegar hasta la “Revolución Bolivariana”, veremos previamente la culminación del consejo que diera Maquiavelo y que tantos han llevado a cabo, aquello de que “el principado arruinado es el más sencillo de gobernar”. Si la decisión se inclina por respetar la división de poderes y los derechos constitucionales, se habrá preferido aquello otro de Platón sobre la Justicia, que “no es más que el bien y la verdad aplicadas al comportamiento social”. Tan simple como eso. Dicha elección, tanto de parte de la dirigencia como de la ciudadanía, será fundamental para quede aquí a las próximas “juntadas” del año que comienza no volvamos a preguntarnos: ¿Qué fue lo que pasó?
*Abogado. Doctor en Ciencia Política. Académico Usal.