OPINIóN
Ilusión rota

Impacto del virus en el psiquismo

coronavirus
De origen aún desconocido, el SARS-Cov2 se convirtió en una pandemia mundial y una amenaza generalizada para la salud humana en los últimos meses. | CEDOC

De niño creía que los adultos sabían lo que ocurriría en el futuro. Crecimos alimentando la idea de que la vida se podía programar. Estudiar, casarnos, tener hijos, viajar o ser hippies solo era cuestión de proponérselo. Las etapas vitales estaban bien diferenciadas: niñez, adolescencia, adultez y vejez.

En consonancia con Z. Bauman (quien acuñó el concepto de “modernidad líquida” en los vínculos para referirse a la centralidad en el individualismo) propongo la metáfora del “derretimiento de los bordes”, calentamiento global junto con calentamiento mental. Me refiero, entre otras cosas, a que los niños parecen grandes, los grandes parecen niños o adolescentes y a estos les cuesta encontrar un adulto con ganas de serlo. Desapego a las normas y percepción distorsionada de la libertad. Envejecer se ha vuelto un logro y a la vez un problema a eludir (fitness, cirugías, alimentación vegetariana o vegana, ecología, etc.) para evitar lo inevitable bajo la engañosa premisa de “mejorar la calidad de vida”. Barroco vs. minimalista, tango vs. rock y rock vs. trap, detrás de todo... capitalismo vs. socialismo. En fin, la ilusión de un rumbo a elección, o tantos posibles como nuestra mente logre imaginar, se ha roto.

Hoy el Covid-19 se instaló de facto, y por defecto nos volvió a todos finalmente iguales, finalmente mortales. La dictadura de lo invisible se abrió paso haciéndonos creer que la incertidumbre gobierna y que de allí surgen la ansiedad, el pánico y el hartazgo. “Queremos saber hasta cuándo”, dicen mis pacientes. “Vos que vas al hospital, ¿qué decís?”. Claramente este virus potenció la vuelta a la infancia en la cual creíamos que los grandes podían y sabían cuidarnos. De repente todos nos quedamos sin grandes, siendo niños, algunos más revoltosos, otros sobreadaptados y unos cuantos en busca del policía de la esquina que ponga en orden el caos. El feminismo, la ecología, el aborto, la inseguridad y todo aquello que nos organizaba mudó su eje al Covid-19. No puede hablarse de otro tema, tal vez porque el Covid-19 no es un “tema”, sino un nuevo ordenador simbólico. Todo se circunscribe hoy a este microscópico virus.  Con él se alteró nuestra esencia social e individual. Cambiaron los hábitos y desempeños sexuales de las personas. Aumentaron las consultas por disfunciones sexuales. Angustia, ansiedad y desesperanza cambiaron su referente simbólico. La conciencia de muerte parece haberse transformado de advertencia en amenaza. Si bien son personas (gobernantes) los que dictan las normas, hoy están subordinados a una estructura no humana. Esto altera lo que en psicología llamamos “parámetros cognitivos” (orientación témporo-espacial, OTE). Los pacientes olvidan sus sesiones porque no saben bien en qué día viven, trabajan o estudian en sus casas sin saber bien cuántas horas. La mayoría cree que es la incertidumbre lo que los angustia. La incertidumbre nos acompaña desde el origen de la humanidad y con el tiempo desarrollamos mecanismos cada vez más operativos para desmentirla. Esta desmentida aumentaba la ilusión de control y certidumbre. Hoy la ilusión se rompió en pedazos… No hay pegamento, alambre ni artesano que la repare como antes. Como profesional de la salud mental intento en estos tiempos diseñar y construir nuevos elementos de sostén y expansión para los seres humanos basados no ya en la ilusión de completud para lograr la felicidad, sino en el desarrollo de nuevos sentidos para delinear los bordes derretidos. El Covid-19 atenta contra la grupalidad, el contacto, y por ende el amor. Los adolescentes se preguntan hoy cómo serán las nuevas formas de conocerse. No lo sabemos, pero sí es importante enfatizar en la necesidad de re-conocernos para volver a encontrarnos.

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*Doctor en Psicología. Profesor en USAL. Jefe de servicio de Salud Mental, Hospital Municipal Ciudad de Boulogne.