En medio de los cuantiosos papelones generados por Donald Trump, que hubieran sobresaltado al francés Alexis de Tocqueville –autor de la célebre obra La Democracia en América–, el demócrata Joseph Biden superó los 270 electores que exige el sistema electoral de Estados Unidos para llegar a la Casa Blanca.
La elección presidencial en Estados Unidos es un proceso complejo. Posee singularidades importantes: se trata de elecciones indirectas y de un sistema no proporcional. Esto último significa que rige la regla “el que gana se lleva todos los electores en juego en cada Estado” (salvo en Maine y Nebraska, las únicas dos excepciones). Pero, además, el voto no es obligatorio, lo que dificulta calcular la cantidad de personas que finalmente votarán. Y tampoco existe un sistema electoral centralizado como en la Argentina (en Estados Unidos esto queda en manos de cada Estado). Todo esto torna engorroso efectuar pronósticos con encuestas, habida cuenta de que sería necesario efectuar encuestas en cada Estado, calcular la cantidad de electores que aportaría ganar en cada territorio, y también suponer el número de votantes que decidirá finalmente volcarse a las urnas. Son demasiadas variables inestables como para dar un pronóstico científico y serio, sin dejarse mover por meras percepciones o deseos. Un dato para nada desdeñable fue la asombrosa participación ciudadana; no se observaba algo similar desde hace más de un siglo.
Donald Trump obtuvo una ventana de esperanza cuando venció en Florida, tras golpear verbalmente a Venezuela y Cuba en sus discursos. Su estrategia sorprendió a algunos estrategas políticos de países con sufragio obligatorio, porque lejos de tratar de conquistar a los segmentos hostiles, endureció sus discursos contra las porciones del electorado donde tenía una intención de voto adversa, quizás para identificarse aún más con las minorías que lo siguen, para exaltarlos y lograr que concurriesen a votar.
Algunos analistas políticos, llegaron a pensar la poco probable situación de que ningún candidato lograra los 270 electores. En este caso, la cámara de representantes elige entre los 3 candidatos más votados –ocurrió una vez, en 1824, cuando John Adams llego a la Casa Blanca por este medio.
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Miembros del equipo de campaña de Biden, expresaron que una de las estrategias electorales importantes para la victoria, consistió en “apagar twitter”, ya que detectaron que las demandas que se observan en las redes sociales, no coincidían con las problemáticas que expresaba la mayoría de las personas en el mundo real. Salir de esa burbuja distorsionada de pocos y empaparse de los problemas de la mayoría en cada Estado, contribuyó al triunfo electoral alcanzado. Esta importante conclusión en materia de campañas electorales, invita a reflexionar, en una era cruzada por la virtualidad y el Big Data. El universo de una red social no es representativo del mundo real. Como tampoco lo son las encuestas que se realizan en programas de televisión, a la que responden personas que miran ese programa en un horario determinado, que simpatizan con la postura ideológica que prevalece, que pertenecen a un segmento con necesidades y expectativas peculiares, y que tienen ganas y tiempo para responder. Obviamente, el resultado que arrojará el estudio, será erróneo, porque la muestra está demasiado sesgada.
En América Latina, se observa, en no pocos ámbitos, una ola de opinión que pretende analizar el acontecer electoral de Estados Unidos, usando lentes empañados de reglas propias de otros sistemas electorales. Es mucho el interés que despierta el sistema electoral estadounidense ámbitos académicos y en medios de comunicación. El politólogo y prestigioso académico argentino Juan Manuel Abal Medina, catedrático de “Sistemas Políticos Comparados”, en la Universidad de Buenos Aires, en su cuenta de twitter realizó un ejercicio que posibilita observar lo que hubiera sucedido en la Argentina, si se hubiera aplicado el sistema electoral estadounidense. Los datos revelan que las elecciones presidenciales de 2019 hubieran arrojado el mismo ganador (Alberto Fernández), pero en las elecciones de 2015, hubiera ganado Daniel Scioli (y no Mauricio Macri). Siguiendo la lógica del sistema de Estados Unidos, la cantidad de electores en Argentina, sería 329 (por la suma de diputados y senadores que tiene cada provincia), lo que implica que serían necesarios 165 para ganar la elección. De los cálculos matemáticos, se desprende que Daniel Scioli hubiera alcanzado 216 electores, contra 96 que hubiera obtenido Mauricio Macri, 9 Sergio Massa y 8 Adolfo Rodríguez Saá. En 2019, en cambio, el empleo del sistema estadounidense no hubiera modificado el resultado argentino, ya que Alberto Fernández hubiera obtenido 225 electores y Macri habría logrado 104. Vale aclarar que este análisis se hizo bajo el supuesto céteris paribus, ya que es racional suponer, que una modificación de reglas del sistema electoral, es probable que acaree también, cambios de estrategias electorales de los candidatos.
En materia de relaciones internacionales, lo que se puso en juego en esta elección, es el multilateralismo, esto es, la cooperación internacional que Trump se esforzó por destruir durante cuatro años. El presidente saliente, fomentó el odio a los inmigrantes, humilló a Venezuela toda vez que pudo, rompió el acuerdo nuclear con Irán, se burló de la inoperancia de Naciones Unidas, destrozó el acercamiento con Cuba; retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático; abandonó la Organización Mundial de la Salud y la UNESCO; dejó inmerso a Estados Unidos en una guerra comercial con China (además de culpar públicamente y a los gritos, al gigante asiático por la pandemia de covid-19), e impuso en el Banco Interamericano de Desarrollo, un presidente estadounidense.
Trump tomó el unilateralismo como norte en una era en lo que los desafíos globales, como la pandemia, y las consecuencias económicas y sociales que el covid-19 dejará, requieren esfuerzo mancomunado interestatal.
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En su primer discurso como ganador de la contienda electoral, el demócrata Joseph Biden prometió que volverá al Acuerdo de París sobre el clima, a la Organización Mundial de la Salud y que eliminará la discriminación a los inmigrantes árabes. En lo que atañe a los efectos que puede tener la llegada de Biden al poder para la Argentina, es preciso decir que la Argentina en particular, y América Latina en general, no son relevantes en la agenda de Estados Unidos.
La Argentina tiene balance comercial negativo en las relaciones bilaterales con la potencia mundial, por tanto, el triunfo demócrata, más que una rotunda metamorfosis en el vínculo, puede implicar un cambio de tono y de formas, y tal vez una apertura en la agenda bilateral (temas medioambientales, por ejemplo).
No obstante, en la historia personal de Biden asoman algunos hechos que merecen atención: en 1982, durante la Guerra de Malvinas, Biden presentó como senador, la resolución de apoyo de Estados Unidos al Reino Unido, y expresó: “Mi resolución busca definir de qué lado estamos y ese lado es el británico”. Para justificar su postura aludió a la OTAN (tratado de defensa colectiva creado en 1949) y olvidó al TIAR (acuerdo hemisférico de defensa firmado en 1947, por todas las naciones de América, que brilló por su ausencia en el conflicto bélico del Atlántico Sur). También sobre sus hombros pesa el Plan Colombia, que generó millas de críticas. El mismo Biden afirmó públicamente, en plena campaña: “Apoyé firmemente el Plan Colombia y visité el país dos veces en el 2000, cuando se estaba iniciando”.
Conociendo estos datos, Venezuela espera que los impulsos de Trump sean reemplazados por mesura y racionalidad, para salir de su profunda crisis; Cuba ve en Biden una nueva oportunidad para bajar la tensión reinante estos últimos cuatro años; y el mundo anhela que su reivindicación del multilateralismo se materialice en hechos concretos.
Por lo pronto, en Estados Unidos, entre mediados de noviembre y mediados de diciembre votarán los electores en las capitales de cada Estado. El 6 de enero se proclamará el presidente y el 20 de enero asumirá formalmente los destinos del país que ostenta el presupuesto militar superior a la suma combinada de los 8 países que le siguen (según datos del SIPRIS), pero que promete reconstruir las relaciones de Estados Unidos con el mundo. A Biden lo espera un país lleno de grietas domésticas y minas automáticas de contacto, y deberá hacerse cargo de un liderazgo debilitado en el escenario mundial. Es probable que con Biden, Estados Unidos logre un mayor balance de poder interno y un estilo diferente para luchar por sus intereses nacionales, en el plano internacional.
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El demócrata de 77 años promete construir nuevos puentes. Es difícil que logre replicar con Trump, el ejemplar abrazo impregnado de grandeza institucional, con el que José Mujica y Julio Sanguinetti –dos ex adversarios políticos– se despidieron de la política en Uruguay.
Mientras las promesas de Biden coquetean con los sueños de millones de personas de diversos rincones del planeta, hoy 9 de noviembre, se conmemora un nuevo aniversario de la caída del muro de Berlín y Trump ya tiene fecha de eyección de la Casa Blanca.
*Analista internacional, especializado en la Universidad Nacional de Defensa de Washington; director y profesor de Gestión de Gobierno en la Universidad de Belgrano.