OPINIóN
Rebrote de coronavirus

El verano de los “rebeldes”

¿De qué manera pueden los adolescentes construir el sentido respecto de lo que implica el cuidado en los tiempos que éste se torna esencial?

FIESTA EN PLAYA 20210107
FIESTAS EN PLAYAS | AGENCIA SHUTERSTOCK CEDOC

Fiestas clandestinas, reuniones hasta altas horas en la playa, juntada en bares, poca distancia social, abrazos sin barbijos. Mareas de cuerpos sin bordes aparentes, en un verano que hasta el momento parece ante los ojos de muchos, “infestado” de una rebeldía Adolescente.

La adolescencia es un momento caracterizado principalmente por el desafío a las normas y a las reglas del mundo adulto. El adolescente halla en el acto de revelarse, una de las formas de encuentro con él mismo y con los otros. Un proceso por otro lado esperable y aceptable como parte del conocerse y conformarse como sujetos en su singularidad. El punto que nos invita a reflexionar aquí es cuando la rebelión se torna ante el cuidado. ¿De qué manera pueden dimensionar los jóvenes o construir el sentido respecto de lo que implica el cuidado en los tiempos que el mismo se torna esencial?

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El psicoanálisis nos enseña que la sexualidad y la muerte son los significantes ante los cuales el sujeto no tienen representación y es precisamente en la adolescencia, en este período de búsqueda de identidad, donde dichos significantes se le tornaran al joven un entramado atractivamente enigmático, y no será sino desde el Acto donde “jugara” a acercarse a ellos, intentará bordearlos, pero también los desafiará, los negará y hasta los desmentirá en la medida que le sea posible, para sortear la angustia inherente a un cuerpo sexuado y cualquier posibilidad de morir. En tal sentido, resulta necesario repensar desde qué lugar planteamos el cuidado y cómo implicamos a los jóvenes como parte de este proceso. Hasta el momento, parecen resultar infértiles las intervenciones y exposiciones que observamos en medios de comunicación, en las que exponen como en un banquillo de acusados, fotografías y videos con largas jornadas de encuentros, fiestas y celebraciones entre adolescentes. Comunicadores que increpan en entrevistas y critican de la manera más hostil la falta de cuidado. Por supuesto, que advertir esto, no implica que con el joven se nieguen los límites que se requieren a abordar el cuidado. Pero también resulta insoslayable mencionar que, en la posición imperativa, superyoica hostil, observable en algunos adultos, no hace otra cosa más que invitar a los jóvenes a gozar en su acto, y desmentir mediante la manifestación de fantasías de inmortalidad el peligro ante la enfermedad y por ende a la muerte, como se observa una y otra vez, en cada foto, en cada posteo o encada estado que publican en redes sociales. Desmentirla se les torna la forma de desafiar ya no a la enfermedad, sino a los mandatos poco amorosos para ellos. Paradójicamente, el cuidado parece tonársele lo hostil ante lo que se deben defenderse.

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El período de pandemia les ha resultado poco amigable particularmente a los adolescentes, entre los niños y las personas de la tercera edad. Los espacios reservados a uso exclusivo de los jóvenes y sus grupos se vieron invadidos repentinamente por el mundo de los adultos, que les exige quedarse, cumplir también con las tareas escolares(a la que por otro lado muchos no tuvieron acceso), se les demanda cuidado y obediencia. Repentinamente aquello que les era propio en el cuerpo a cuerpo, se le torna extraño y peligroso; se vuelve ajeno a esos espacios que le resultaban singulares y que lo constituyen en un proyecto con otros como él, en donde las coordenadas de sus tiempos, de su intimidad, se pierden en un espacio habitada todo el tiempo por otros. En muchos casos sus proyectos quedan en pausa o suspendidos para dedicarse solamente a sobrevivir, interceptados en el mundo de adultos que no deja de demandarles, en ocasiones desde el miedo, más que desde el cuidado. A propósito de ello, la psicoanalista argentina Silvia Bleichmar (2002) refiere que “en épocas particularmente desmantelantes, la supervivencia biológica se contrapone a la vida psíquica, representacional, obligando a optar entre sobrevivir a costa de dejar de ser o seguir siendo quien se es a costa de la vida biológica”.

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Asimismo, para el adolescente, los cambios del cuerpo propios de la pubertad, también se le conjugan como aquello inédito que sucumbe y los invade, sin ir más lejos podemos recordar la analogía mencionada en el libro “La Metamorfosis” de Franz Kafka, quien describe a un trabajador que al despertar se encuentra convertido en un cuerpo extraño, dentro de una habitación a la que tampoco reconoce. La pandemia, se presentó entonces, como aquello inédito también sobre un cuerpo impensado. Tarea nada sencilla la del joven, quien debe elaborar duelos que le requieren tiempos, a veces muy ajenos a de un mundo que actualmente se encuentra a más destiempo que nunca con ellos. El acto de la rebelión parece presentarse como la opción para recuperar el espacio de sus cuerpos captado por tanta extrañeza. Y allí están, en las playas, constituyendo un Gran cuerpo, con otros cuerpos. Se les demanda cuidado y ellos se resisten. El acto es la forma de expresión primordial en la juventud y el mayor desafío se presenta allí, en la manera en que los adultos interpelamos sobre estas mostraciones de descuido a nuestros adolescentes. Allí hay un llamado al Otro, que debemos alojar, pero no responder. Esto nos invita a pensar desde qué lugar abordamos el cuidado haciéndolos parte a ellos, trabajar en la construcción del sentido de cuidado. Tal vez un punto fundante implique advertir al cuidado no solo como una obligación como tantas otras que se les demandan hoy a los jóvenes, sino que también es un Derecho y como tal, ellos son los principales protagonistas en el ejercicio de este.

La adolescencia ha sido históricamente, el reservorio de todos los malestares de la cultura, de las desavenencias y el sector donde se han proyectado las mayores frustraciones del mundo adulto, ¿Se torna la juventud entonces, el chivo expiatorio ante las crisis políticas y sociales e institucionales? “Que va a ser de nuestro país con estos jóvenes?”, “Ya no hay futuro” “A los pibes no les importa nada”, “Todo les da igual”. Parece entonces, que la adolescencia es aquella a la que no se apuesta nada, pero contradictoriamente, de la que se espera todo. Que resuelva el futuro, que tenga ideas, pero principalmente que se hagan cargo de la herencia de un mundo que por otro lado se les torna inhabitable a ellos mismos. La lógica del cuidado no parece ser ajena a esta contradicción, porque si lo que se espera del Otro es cuidado, una vez más, de ellos, parece que no.

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Tal vez como pregunta, si podemos apostar a que quede alguna, de este largo proceso que nos ha puesto a todos a vérnosla con nuestra angustia sea ¿Qué confianza le suponemos a nuestros jóvenes en momentos en que lo incierto es su “free pass” a las situaciones cotidianas, más allá de ubicarlos en el ojo de la tormenta? En conclusión y en comparación, si bien, con otro momento histórico y político muy distintos a los a los actuales, pero también con la mirada puesta en el acontecer de los adolescentes, retorna el “Algo habrán hecho” de aquellos tiempos oscuros y siniestros en la que justamente nuestros jóvenes fueron los protagonistas del mayor descuido y de las perores aberraciones por parte de quienes debían garantizarles el cuidado. Por lo que hoy nos llamaría a pensar y deconstruir esa fatídica frase y replantearla desde el sentido de la posibilidad, más bien, en una lógica que habilite a nuestros adolescentes a que “Algo (mucho) pueden hacer”.