Los sucesos del 6 de enero en Washington trajeron tristes recuerdos a muchos en Israel, adonde todavía resuena la participación del ahora primer ministro, Benjamin Netanyahu, en las manifestaciones de 1995 contra el proceso de paz con los palestinos y el entonces jefe de gobierno que lo llevaba adelante, Itzjak Rabin.
En aquel momento, cuando se preveía un programa de salida israelí de los territorios palestinos ocupados en base a los Acuerdos de Oslo, la derecha -incluyendo al Likud de Netanyahu y los partidos ultraortodoxos- respondió con virulencia contra cualquier “entrega de tierras judías”.
Líderes religiosos decretaron que Rabin era un blanco posible, calificándolo prácticamente de traidor, y Netanyahu llegó a participar de una marcha que incluyó un féretro “dedicado” al entonces primer ministro.
Pocos meses después, el 4 de noviembre del mismo año, un extremista judío ortodoxo, al que se percibió como alentado por ese contexto nacionalista y religioso, acabó de dos tiros con la vida de Rabin tras un acto por la paz en Tel Aviv.
Como en el caso de Trump y el ataque sobre el Capitolio, no hay forma de comprobar la relación entre las declaraciones de Netanyahu y el asesinato de Rabin. Pero sí está clara la presencia y el efecto del discurso del odio.
La muerte de Rabin “nos tomó por sorpresa, porque si bien veíamos la creciente polarización, nadie se imaginaba que un judío iba a matar a un héroe nacional”, explica a PERFIL el israelí-uruguayo Alberto Spektorowski, profesor titular de la cátedra de Ciencias Políticas en la Universidad de Tel Aviv.
En cambio, “lo de Trump no sorprendió a nadie, como tampoco sorprende nada de lo que sucede en Estados Unidos”, afirma Spektorowski. “El cuento de Estados Unidos como modelo de democracia liberal, ya murió hace tiempo”, estima este profesor israelí. Spektorowski tiene más opiniones revulsivas y estimulantes. Sobre Twitter y los nuevos medios de comunicación social dice que “poco hay para agregar”, porque -a su juicio- “le sirven al populismo y a los demagogos más que a los que quieren propagar un discurso racional”.
Lo mismo ocurrió en el pasado “con la radio y en cierta forma con la televisión”, continúa. “A pesar de que en un principio se puede asociar el desarrollo de la tecnología con el del racionalismo y la moral -es decir, más racionalidad moral acompañada de más racionalidad tecnológica-, en realidad la ecuación puede ir a la inversa”, señala Spektorowski, citando el concepto de “modernismo reaccionario” acuñado en los ‘80 por Jeffrey Herf.
En cuanto al rol que los dueños de las redes sociales pueden cumplir para frenar el “hate speech”, el profesor de la Universidad de Tel Aviv cree que “Twitter o Facebook podrían hacerlo si es que sus directorios tienen responsabilidad social”.
“Pero para eso hay que confiar mucho” en las capacidades de esos empresarios, hace notar.
Según Spektorowski, un populismo al estilo de Trump, anclado en gran parte en el discurso del odio, “es difícil de erradicar”, en especial porque “ese sentimiento es hoy más fuerte que nunca”.
El maridaje entre populismo y redes sociales “no se detiene, se acrecienta porque el poder de la anarquía tecnológica no va a poder parar”, asusta Spektorowski.
Para poder enfrentar este problema con eficacia, desafía, “hay que terminar con el estado liberal y hacerlo parecido a una China, quizás un poco más civilizada”.
“Paradójicamente, y contra todos los criterios conocidos de las ciencias políticas, sería un fenómeno nunca visto: un estado autoritario protector de minorías”, completa, alborotador, el profesor Spektorowski.