Cuando se enumeran las penurias económicas que condujeron a la Revolución francesa –como las malas cosechas y la excesiva presión impositiva–, suele omitirse la debacle ocasionada por una de las grandes burbujas financieras de la historia, el quiebre de la Compañía del Misisipi (del francés: Compagnie du Mississippi).
Fundada en 1684, la Compañía era una corporativa estatal y privada que contaba con el monopolio de la explotación de las colonias francesas en América, especialmente en el área de la desembocadura del Río Misisipi, un delta pantanoso e inhóspito que los encargados de la compañía describían como parte del Paraíso Terrenal.
Entre los encargados de elogiar las bondades de esa zona estaba el director del Banque Générale Priveé, un escocés llamado John Law quien incorporó al patrimonio de su banco a esta Compañía del Misisipi, en 1716.
Compañía del Misisipi
John Law (1671-1729) fue una de las figuras más “pintorescas” del siglo XVIII. Su importancia suele simplificarse sintetizando su accionar como “el inventor del papel moneda”, aunque Law fue el primero en imponer la idea de que el dinero es un medio de intercambio y no constituye una riqueza en sí mismo y que “la riqueza de las naciones depende del comercio”.
Como el metálico limitaba la capacidad comercial, Law promovió el uso del papel moneda en un momento muy particular de la historia de Francia, cuando muere Luis XIV dejando una deuda de 3.000 millones de libras (el ingreso anual nacional apenas rozaba los 150 millones).
Madame Tussaud, la revolución francesa y el marketing del horror
El regente del reino, Felipe II de Orleans, había conocido a John Law cuando éste se vio obligado a huir de Inglaterra después de haber matado a «Beau» Wilson en el curso de un duelo por los favores de la futura condesa de Orkney. El padrino de Law en este lance de honor había sido el escritor Daniel Defoe –célebre por su relato sobre la vida solitaria de un náufrago en su novela Robinson Crusoe.
El desastre financiero que condujo a la Revolución francesa
Como la deuda de Francia resultaba impagable, Felipe II atendió la propuesta de Law de emitir papel moneda a través del Banque Générale Priveé de su propiedad. Para apalancar la operatoria propuso incorporar la Compañía del Misisipi promovida con una gran campaña publicitaria donde se exaltaba el potencial de esas tierras y su gran futuro. Esto creó una especulación desenfrenada. La gente hacía cola frente a las puertas del banco para adquirir las acciones que multiplicaban su valor con el paso de las horas. Este furor obligó a más emisiones sin respaldo. De hecho, Felipe de Orleans imprimió 3.000 millones de libras ¡sin el consentimiento de Law!
Los rumores comenzaron a correr y la gente, por desconfianza, quiso cambiar sus billetes por metálico. La prohibición del gobierno de tener joyas o metálico en la casa, solo sembró el terror y en dos meses el imperio que a Law le había llevado años construir, colapsó.
Con este estallido de la burbuja, también perdió toda credibilidad el uso de papel moneda como forma de intercambio comercial. A su vez los títulos franceses perdieron gran parte de su valor y sus deudas debieron refinanciarse creando una pesada carga de intereses al erario público.
Sin embargo, esta escasez y la crónica falta de dinero no fueron obstáculo para continuar con el ostentoso despilfarro de la monarquía o aventuras armadas como el apoyo francés a las luchas de independencia de las colonias angloamericanas en el marco de la guerra de los Siete años.
En 1789 más de la mitad del gasto de la corona se destinaba a pagar la deuda contraída por el estallido de la burbuja de la Compañía del Misisipi.
El Estado francés estaba al borde de la cesación de pagos cuando, en esa instancia tan dramática fue convocado el banquero suizo Jacques Necker, quien ya había sido ministro de Luis XVI desde 1776 al 1781.
En esa oportunidad, Necker había tratado de imponer cierto orden en la recaudación impositiva –que estaba en manos de un grupo de inversores unidos bajo la denominación de Ferme générale.
Como esta intromisión había creado cierta incomodidad entre los miembros del órgano recaudador, existieron fuertes presiones para alejar a Necker de su cargo.
Ante la inminente crisis de 1789, Necker volvió al gobierno y convocó a los Estados Generales, circunstancia que dio lugar a un aumento de su popularidad entre las clases menos acomodadas.
El Obelisco de Luxor llegó a París tras vencer 18 meses de maldiciones faraónicas
El apoyo de Necker al llamado Tercer Estado –la burguesía que se oponía a la nobleza y al clero– le ganó una vez más la animosidad del rey quien, el 11 de julio de 1789, lo destituyó por la “extremada condescendencia” que Necker había mostrado hacia los representantes del pueblo.
El descontento por la destitución del ministro condujo al levantamiento popular del 14 de julio, cuando el pueblo tomó la Bastilla, una cárcel de la monarquía donde solo se albergaban siete prisioneros, cuatro eran estafadores, uno era el conde de Solages, acusado de incesto, y los otros eran el conde de Malleville y Auguste Tavernier, ambos encarcelados por pedido de su familias al considerarlos insanos. Era la conquista de un símbolo más que un logro trascendental.
Como ven, no solo fue la libertad, la igualdad y la fraternidad la consigna que guió al pueblo revolucionario, sino la furia por el manejo arbitrario y espurio de los recursos, una constante que se repite con perseverancia suicida.