OPINIóN
Ficciones

La crisis también es política

En situaciones como la pandemia, los líderes necesitan buscar un equilibrio entre las distintas variables para morigerar sus efectos combinados.

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Epidemiólogos. El político debe consultar a técnicos y expertos para no recaer en un irracionalismo omnisciente, pero con la preponderancia que evite la unilateralidad. | presidencia

“La capacitación especializada se ha convertido en las actuales circunstancias en requisito indispensable para el conocimiento de los medios técnicos que llevan a la consecución de fines políticos. Pero fijar objetivos políticos no es un asunto técnico, y la política no la debe determinar el funcionario especialista como tal”. 

Max Weber

 

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En 1973 el ex teniente Julián Licastro fue nombrado secretario político por Juan Domingo Perón. En tanto se trataba de un cargo recientemente creado, Licastro le preguntó al jefe justicialista qué tareas debía llevar adelante desde la flamante secretaría. El presidente le contestó: “Ah, si no lo sabe usted, que es el secretario político”. Con su gracia la anécdota viene a poner de relieve un elemento nodal de la actividad política: la misma demanda una buena dosis de imaginación e inventiva. No casualmente, el libro Conducción política (al que se le podrían discutir muchas cosas, pero no precisamente una ignorancia del autor en esas lides) distinguía a la política de la técnica para homologarla con el arte. Porque para Perón ambas dependían de virtudes propias del talento innato, que muy en su estilo invocaba con la metáfora sobre el “óleo sagrado de Samuel”. 

Desde luego el argumento no estaba disociado del propósito del militar populista por rodear con un halo de misterio a su propio carisma. Aun cuando en verdad resultara en alguna medida intransferible, no menos cierto era que buena parte de sus habilidades retóricas encontraban orígenes menos enigmáticos: las había ejercitado en tiempos de su desempeño como profesor en la Escuela Superior de Guerra. 

Técnicos y expertos. Se lo considere un artista, o en una versión más burocratizada como un profesional (para Weber un “genio político” podía esperarse solo cada cien años), lo cierto es que el político necesita consultar a los técnicos y los expertos para no recaer en la imprudencia de un irracionalismo omnisciente, pero sin dejar de mantener la preponderancia que evite la unilateralidad. Después de escuchar al epidemiólogo y al economista, un político sabio concluirá que en la Argentina no se puede hacer lo que recomienda uno, ni lo que recomienda el otro. El político estará obligado, a través de una mirada holística, a buscar algún tipo de equilibrio entre las diversas variables para morigerar los efectos combinados de una crisis insoslayable en las actuales circunstancias. 

El historiador estadounidense Edmund Morgan planteó que la representación política se basa en la suspensión de la incredulidad por parte de los representados. En definitiva, sostenía Morgan, el rey siempre está desnudo, y para vestirlo resulta necesario construir algún tipo de ficción política. Una política enteramente transparente sería un oxímoron. Por tanto, constituye una redundancia tendenciosa usar el término “relato” para cuestionar a un sector en particular, porque indefectiblemente todos los políticos tienen un relato y, de no tenerlo, sería recomendable que se lo inventen. 

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Esto no significa que todo el asunto se reduzca a meras habilidades discursivas. Con una economía y el nivel de vida de la población en crecimiento hasta un mal discurso puede pasar desapercibido, o incluso dar buenos resultados. O bien porque no se le prestará mayor atención, o bien porque la predisposición positiva tiende a embellecer las carencias. El discurso más elaborado puede resonar a cáscara vacía si no se sostiene en guarismos favorables. Una ficción política establece una negociación con la realidad, pero para resultar efectiva nunca podrá negarla plenamente.

Sin ingenio. El contexto pandémico es particularmente desfavorable para la construcción de ficciones políticas. En consecuencia, los representantes necesitan más que nunca aguzar el ingenio y, al respecto, se perciben debilidades en las actuales élites dirigentes. Se advierte una reiteración de lugares comunes tanto en el oficialismo como en la oposición, mientras la inventiva política brilla por su ausencia. 

Entre las fuerzas opositoras ello se revela en una conducta de oposición cerril a todas las iniciativas del oficialismo esgrimiendo planteos que, en más de una oportunidad, carecen de la más elemental sensatez. Pareciera que un sector político y periodístico se ha acostumbrado a decir cualquier cosa y a hacer un uso impune de la palabra. Además, algunos razonamientos beben en las aguas del más ramplón sentido común, olvidando el papel de educar al soberano que también corresponde a los representantes. Quizá esto ocurra porque se han achicado las diferencias culturales entre los representantes y los representados. Décadas atrás el país tuvo otros problemas, en algunos aspectos más graves porque la grieta no era únicamente discursiva, pero circulaba un bien humano hoy escaso: cuadros con formación política y bagaje cultural.

Por su parte, el presidente Alberto Fernández y el gobernador de la provincia de Buenos Aires Axel Kicillof gustan presentarse como los generales de una guerra contra el virus. Desde luego que se trata de una situación excepcional y el problema adquiere forzosamente una centralidad. Pero cuidado, porque como se ha mencionado antes, el rol del dirigente político es administrar un cuadro de conjunto. Un político no es un epidemiólogo, ni un economista: está compelido a desempeñar una función más estratégica. Recursos trillados como los discursos reiterativos en inauguraciones de obras de menor envergadura, o el exceso de posteos en las redes sociales, no alcanzan a conformar una agenda política, sino que más bien vienen a revelar su falta. 

Además de sanitaria, económica y social, la crisis es también de inventiva política. Si, según se dice, las crisis abren oportunidades, su aprovechamiento reclamará más imaginación de parte de la clase política, incluyendo a posibles figuras emergentes y aquellas que hoy ocupan posiciones expectantes entre sus elencos.

*Doctor en Historia (UBA-Conicet).