La situación de China frente al conflicto de Ucrania es muy delicada y particular. Por un lado, Beijing tiene una alianza con Moscú que atraviesa su mejor momento histórico, en base a numerosos intereses geopolíticos, económicos y de defensa compartidos. Rusia y China están como nunca antes alineadas frente a Estados Unidos. Rusia es vital para el suministro energético y agroalimentario chino, mientras que la estrecha cooperación sino-rusa es la columna vertebral del desarrollo y la estabilidad de la región de Asia Central, crítica para ambas potencias.
No obstante, China no desea ni está preparada para una guerra en Ucrania, que por su magnitud y relevancia internacional pueda desencadenar en un conflicto a escala mundial. Los intereses globales de China están centrados en el apaciguamiento del conflicto con Estados Unidos, buscando la estabilización de la relación económica bilateral, y en la mayor expansión de su influencia económica, de la mano de la Nueva Ruta de la Seda.
A diferencia de la Rusia de Vladimir Putin, la China de Xi Jinping no plantea un revisionismo de principios fundamentales y reglas que han regido las relaciones internacionales en Occidente desde 1945 a la fecha. China respeta el principio de integridad territorial de los estados, uno de los pilares de su política exterior desde 1955. Justamente, Beijing enarbola constantemente este principio al reclamar su soberanía sobre la “provincia rebelde” de Taiwán, más allá de las diversas interpretaciones. Y por eso nos apoya en el reclamo por Malvinas.
Desde que Putin lanzó su ofensiva sobre Ucrania, China ha quedado en una posición sumamente incómoda. La línea discursiva predominante desde Beijing fue similar a la adoptada durante la anexión rusa de Crimea, en 2014: llamar al diálogo entre las partes, criticar a Estados Unidos y a la OTAN como principales culpables del problema e inclinarse por avalar los argumentos rusos. Todo bajo el presupuesto de que ahora Rusia se limitaría, en un escenario de máxima, a anexionar nuevos territorios en la región ucraniana prorrusa del Donbas, con la consecuente réplica acotada a lo económico por parte de la OTAN.
Sin embargo, esa lectura no encaja en 2022. China hoy tiene otro peso relativo comparado a 2014 y otro nivel de compromiso con Rusia. Además, Putin pareciera haber tomado por sorpresa a Beijing con esta invasión a gran escala de Ucrania. Esto puede corroborarse al analizar las ambiguas e improvisadas declaraciones oficiales de China tras el ataque ruso.
Si antes de la invasión China no tenía demasiadas alternativas, ahora, con los hechos consumados, tiene menos que nunca. De concretarse un ataque militar directo de la OTAN contra Rusia, Beijing tiene escaso margen para no involucrarse, con el agravante que sus Fuerzas Armadas no están preparadas para ese teatro de operaciones. El aparato militar chino y sus estrategias de movilización están orientadas a hipótesis de conflicto en sus zonas fronterizas y, en especial, en los mares circundantes. Un eventual involucramiento en un conflicto bélico con la OTAN en Europa del Este aparece, sin dudas, muy lejos de las aspiraciones e intereses chinos. Por otra parte, esto podría exacerbar el separatismo en Xinjiang y otras regiones de China.
Las prioridades de Xi para este año están centradas en la lucha contra la pandemia, la implementación de profundas reformas económicas en el marco de la búsqueda de la “prosperidad común” y, ni más ni menos, su entronización para un inédito tercer mandato consecutivo, prevista para octubre.
En el plano externo, Xi posee una agenda contradictoria con la de Putin en relación a Occidente: China quiere reducir el nivel de conflicto con Estados Unidos y tratar de encaminar las complejas negociaciones económicas con los principales países de la Unión Europea. Todo eso puede volar rápidamente por los aires en este nuevo escenario, tan dramático como imprevisible. China está forzada a revisar su posición y a actuar.
En conclusión, Ucrania podría ser apenas el comienzo de una catástrofe aún mayor, con un posible efecto dominó en el Mar del Sur de China y en otros escenarios actuales, donde la paz pende de un hilo o bien ya está comprometida. Quizás la propia China, por lo que hoy representa a escala global y por su especial relación con Rusia, pueda ser un factor clave para evitarlo. El presidente Xi entabló un primer diálogo con Putin tras la invasión, en el cual lo instó a negociar con Ucrania. El problema es que, a esta altura de los acontecimientos, Putin no pretende negociar sino decapitar al gobierno ucraniano y reemplazarlo por uno prorruso. Una dura prueba no sólo para la OTAN, sino también para la diplomacia china.
* Docente UCA. Director Diagnóstico Político y del Observatorio Sino-Argentino.