En un curso de cuarto año de nivel inicial y a propósito de la conmemoración del fallecimiento del General San Martín, la maestra optó por la modalidad del dictado. Mientras los chicos escribían y en medio del lenitivo silencio que se produce cuando escuchan y escriben, la maestra optó por “colar” palabras. El recurso consiste en introducir durante el dictado y en forma imprevista una referencia ajena al contenido compartido. Mientras leía en voz alta y con ritmo pausado el texto que había elegido, que enhebraba términos como “testamento”, “pensión a Merceditas”, “su uniforme y su sable”, etc., insertaba otros completamente ilógicos o extraños a aquellos, lo cual formaba nuevos pasajes como “su uniforme, su teléfono celular y su sable”.
En el contexto del dictado como práctica común en las aulas de nivel inicial, es frecuente la falta de atención y procesamiento mental de lo que se escribe; por eso, en un primer momento, difícilmente algún alumno reaccione ante esas imprevistas apariciones. Y que suceda en cada una de esas experiencias prueba con contundencia que tomar nota de lo que se escucha acostumbra a ser para los chicos un acto mecánico e irreflexivo. Hay una clara desvinculación emotiva con esa actividad que, a priori, se propone introducir en tema, generar interés y hacer que ese conocimiento finalmente sea aprehendido. Por eso es esperable que la irrupción de un elemento extraño no llame la atención.
Pero es importante aclarar que el objetivo de la maestra no era solamente reforzar el diagnóstico de la actitud descomprometida de sus alumnos con el conocimiento, sino también provocar algún quiebre o giro transformador en esa relación. Porque después de insistir con otras palabras, algunos empezaban a advertirlo y los demás a sumarse. Ese interés renovado por la “trampa didáctica” despabilaba al grupo y lo ponía en una situación más intensa y abierta al tema. Dentro de la previsible historia que los chicos estaban registrando en sus cuadernos comenzaban a abrirse pequeñas puertitas a nuevas historias que, aunque no condijeran con el rigor documental, activaban su interés.
En definitiva, la experiencia lograba entretener y predisponerlos favorablemente a escuchar historias que resultaran más interesantes y desafiara su capacidad de sorprenderse. Por supuesto, la maestra tuvo que asegurarse antes de implementar su estrategia que estaría dispuesta y capacitada para aceptar este desafío y llevarlo adelante con creatividad.
El futuro de la escuela en la era digital
Estudiantes de todas las edades usan internet como fuente accesible y de fácil consumición y esto suele preocupar por el carácter simplificado que normalmente tienen esos materiales. Pero lo cierto es que hay historias de la historia, del arte, de la geografía, de la economía o de la filosofía, por citar los ejes más transitados, que son muy bien contadas y es necesario subrayar que la calidad narrativa es clave en la elección. Por eso, los maestros y profesores tenemos que preguntarnos una y otra vez si algunas de nuestras exposiciones en el aula no tienen una mejor versión en Google o Youtube, como oportunidad para redireccionar la tarea. Concitar la atención, que no es lo mismo que divertir, es parte de lo que corresponde a nuestro trabajo.
El dominio de los recursos retóricos y persuasivos es clave para llegar al entendimiento y despertar la sensibilidad del público. Y en esos casos, además de las impecables técnicas para organizar el discurso – y, desde ya, el rigor teórico de lo que se presenta - siempre subyace una buena historia, un relato con un claro conflicto, un desarrollo y un desenlace.
Educación para crecer y ciencia para transformar
Un riesgo que demanda la responsabilidad y maestría del docente: más allá de la fidelidad con el mundo real de los hechos que narra, toda historia funcionará si es atractiva y verosímil. Más aún, no será tan importante si es verdadero lo que se dice mientras lo parezca. Y lo más inquietante, con la sofisticación de las nuevas tecnologías será cada vez más difícil advertirlo y probarlo.
La expresión anglosajona storytelling es una de las más invocadas toda vez que se aborda este tema. En los últimos años ha cobrado una fuerza especial, quizás ante la escasez de sucesos que atrapen y dejen algún tipo de lección para aprender. O tal vez como alternativa a la sobreabundancia de historias repetidas, sin más distinción que la estridencia del que la comunica, como si realmente una voz o una edición efectistas pudiera disimular la falta de calidad del relato. El golpe con las formas puede ampliar la audiencia, pero con un resultado efímero, sin continuidad y con baja probabilidad de permanecer en las personas a que se destinó. El buen narrador es, además de alguien que se expresa con claridad, un verdadero “ingeniero de la emoción”, por la fuerza con que vincula y predispone a sus destinatarios.
Los fracasos en el eje comprensión lectora en las pruebas internacionales no solo connota la insuficiencia de la preparación de los alumnos sino también la falta de una relación amorosa con las fuentes eruditas de conocimiento. Aquí se nos presenta un reto: elegir o ensayar historias que cumplan con los principios fundamentales del arte de la narración de entretener, transferir contenido y generar un compromiso intelectual y afectivo con el otro. Las buenas historias facilitan la comprensión de las ideas y los conceptos. En ellas hay originalidad, sorpresa, conflictos que se superan y moralejas que siempre van a desafiar nuestro entendimiento, autonomía de pensamiento y capacidad de asombro.
*Por Daniel Sinopoli, director del Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades, UADE.