OPINIóN
Aniversario

La epopeya de los niños de la Guerra de Iom Kipur

El enfrentamiento comenzó en octubre de 1973. Los más jóvenes de entonces sufieron el horror de cerca. Y dejaron el más duro testimonio.

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En pie de guerra. El enfrentamiento se desató en el día sagrado para el pueblo judío. La sociedad y sus líderes como Moshé Dayán y Golda Meier vivieron la situación como una afrenta. | cedoc

“Estimado editor, sé que hay una guerra. Los egipcios nos sorprendieron y nos tendieron una emboscada. Me siento incómoda. Hay sirenas reales, no solo simulacros. En lugar de bajar al refugio, me quedo en casa, presa del miedo. En la radio y la televisión, todo el tiempo es guerra. Estoy pegada a la radio como un caracol a su caparazón. Espero y rezo para que haya paz y que la guerra termine”.

Anat, una nena de Tel Aviv, resumía así en una carta a un semanario infantil la situación de la enorme mayoría de los niños del país durante la guerra de Iom Kipur, que estalló el 6 de octubre de 1973 cuando, en efecto, las fuerzas armadas de Egipto y de Siria “sorprendieron” a los israelíes con una invasión en el día más sagrado para los judíos, la jornada de ayuno en la que el país se paraliza.

Ayuno. La Guerra de Iom Kipur se extendió hasta el 25 de octubre, cuando las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) ya habían logrado revertir la marcha del conflicto, recuperar los territorios por donde habían avanzado egipcios y sirios, y hasta posicionarse a pocos kilómetros de El Cairo y de Damasco.

Sin embargo, el resultado de la guerra –que en Israel tiene su aniversario según el calendario hebreo, en coincidencia con la observación del ayuno– no es motivo de celebración, en parte por el altísimo número de caídos (2.688 soldados, en un país con unos pocos millones de habitantes), por la vergüenza de haber sido sorprendidos y por las graves fallas que llevaron a ignorar reportes de inteligencia sobre las intenciones de Egipto y Siria.

De hecho, es indudable que Israel “ganó” la guerra en el terreno militar porque, en caso contrario, en este momento el país no existiría. Pero el conflicto sigue siendo motivo de amargos debates y mucha tristeza, tan profundos que muchos se siguen preguntando quién venció en realidad. 

  

Cartas. Rescatadas en los últimos días en el blog de la Biblioteca Nacional de Israel, las cartas que muchos niños israelíes enviaron al semanario infantil Haaretz Shelanu (Nuestro País) son un asombroso reflejo de lo que se pensaba en el país, una mirada comprometida de pequeños que ya sabían lo que era –y sigue siendo– tener que salir corriendo a los refugios anticohetes.

Al comenzar la guerra en Iom Kipur, que fue además un sábado, el día de descanso en el país, los editores de los suplementos para niños tuvieron obviamente poco tiempo para reaccionar. Fue por eso que recién el 8 de octubre, en su edición especial infantil para la festividad de Sucot, que comenzaba dos días después, el diario Maariv pudo dedicarle unas líneas al conflicto.

“Al cierre de este número, en vísperas de Iom Kipur, estalló una cuarta guerra entre Israel y sus vecinos: el ejército sirio cruzó la frontera en los Altos del Golán y el ejército egipcio cruzó el Canal de Suez. Se libran feroces batallas en tierra, mar y aire”, se reportaba en un recuadro en la portada del suplemento infantil.

Aunque la mayoría de los chicos y las chicas estaban muy al tanto de lo que sucedía, porque probablemente alguno de sus padres fue llamado al frente o prestaba servicios de emergencia, los periodistas de Maariv intentaron ofrecer un tibio optimismo a sus lectores infantiles.

  

Moshé Dayan. Los soldados fueron llamados al frente y “todos salieron a cumplir con su deber”, se leía en el breve artículo, con palabras que provocan escalofríos al pensar que fueron escritas para niños. “En el momento de redactar este informe –continuaba–, las FDI, con supremo heroísmo, están bloqueando el avance del enemigo y tanto el ejército sirio como el egipcio están sufriendo grandes pérdidas”.

Si bien Maariv reconocía que “las noticias del frente son todavía vagas”, el diario terminaba el recuadro con una frase del entonces ministro de Defensa, Moshé Dayan, quien aseguraba: “¡No hay duda de que la guerra terminará a nuestro favor!”.

Pero, por lo que se ve en las cartas a Haaretz Shelanu, los niños y niñas israelíes tenían una visión más profunda y cabal de las cosas. Una mezcla de patriotismo, miedo y críticas llegó a tiempo para publicarse en el suplemento infantil antes de que terminara la guerra.

En la edición del 22 de octubre, Liora, una nena de 10 años de Haifa (que hoy debe andar por los 57), mandó al suplemento unas líneas en sintonía con las declaraciones triunfalistas de Dayan.

“Estimado editor, ¡los árabes son cobardes!”, se quejaba Liora. “Nuestros enemigos pensaron en derrotarnos durante el día de ayuno y oración, pero pronto se dieron cuenta de que, a pesar de ello, estábamos dispuestos a luchar por nuestro derecho a ayunar y orar en paz”, declaró la pequeña patriota.

La victoria “está asegurada, porque nuestra lucha es una lucha por la vida”, completó, con una dosis de realismo.

Otros chicos veían las cosas de manera distinta, con un extraño sentido de culpa, como Hagit, también de Haifa, quien contaba que cuando las sirenas sonaban salía rápidamente al refugio antibombas y allí pasaba las horas entretenida con algunos juguetes, junto a su hermana.

“De repente pensé: allá en el norte están peleando, y aquí estoy yo sentada y jugando”, confesó la pequeña en su carta a Haaretz Shelanu.

Mensajes conmovedores. También había mensajes extremadamente tiernos y conmovedores, como el que escribió Meirav, de Raanana. “En tiempos de guerra, como ahora, ¿qué pasa con los animales en el zoológico? ¿Están en refugios o en jaulas? Y si se quedan, ¿qué pasa si cae una bomba sobre ellos?”, se preguntaba la pequeña.

Después de alcanzado el cese del fuego, los chicos y las chicas se atrevieron a expresarse todavía un poco más abiertamente. “Desde mi corazón, pienso en lo terrible que es la guerra”, decía –por ejemplo– el pequeño Gadi, de Tel HaShomer, una localidad cercana a Tel Aviv.

Otros se engancharon rápidamente con las ácidas polémicas que estallaron en el país tras el enfrentamiento: Talia, de 12 años, y de Bat Yam, también en la periferia de Tel Aviv, señalaba una de las principales razones apuntadas por la derrota, “la arrogancia y la desidia” de los jefes militares israelíes, quienes, en vísperas del ataque, todavía dormían en los laureles de la espectacular victoria de la Guerra de los Seis Días, de 1969.

“Aunque los árabes se vieron obligados a retirarse, no se quebraron. No crean que somos más valientes que ellos”, advertía por su lado Galil, una nena de Gvat, un kibutz en el norte de Israel.

Al terminar la guerra, las tropas israelíes ya habían repelido los avances en el Sinaí y en el Golán y la victoria militar estaba clara. Pero el país ya hablaba de un “fiasco”, el de la incompetencia del gobierno de prevenir semejante ataque, demostrando de paso una fuerte vulnerabilidad que hacía desvanecer el mito creado durante la Guerra de los Seis Días.  

También se desvanecieron en parte los halos legendarios de Dayan y de la entonces primera ministra, Golda Meir. Fueron ellos dos y un pequeño grupo de altos militares quienes recibieron todos los dardos.

No era para menos. En poco tiempo se supo que a los altos mandos militares y de inteligencia en el gobierno habían llegado varias advertencias sobre las intenciones de Egipto y de Siria. La propia Meir recibió una visita secreta en Tel Aviv del rey Hussein, de Jordania, quien le advirtió sobre los planes del presidente de Egipto, Anwar Sadat.

Hasta Jerusalén habían llegado además los avisos de Ashraf Marwan, yerno del predecesor de Sadat, Gamal Abdel Nasser, y topo del Mossad en El Cairo (aunque también posiblemente un doble agente). Marwan, cuya vida fue retratada en el film El Ángel, pasó varios reportes sobre la inminencia de un ataque egipcio sobre el Canal de Suez, pero sus interlocutores israelíes prefirieron no creerle.

También hubo mérito de Sadat, quien dejó filtrar su supuesta frustración por la tardanza en la llegada de equipos soviéticos, incluyendo aviones Mig-23, que –sin embargo– ya estaban en camino hacia Egipto.

Los israelíes pensaban que Siria no se iba a lanzar a la guerra para recuperar el Golán sin contar con el apoyo de Egipto, y que Egipto no iba a tratar de reconquistar el margen oriental del Canal de Suez sin los aparatos de Moscú.

En ocasión de este nuevo aniversario de la guerra, la prensa israelí reveló otro documento desclasificado que subrayó todavía más la desidia al interior del gobierno de Meir. Un comunicado secreto, recibido un día antes del ataque y bautizado el “mensaje dorado”, alertó al jefe de la inteligencia militar, el mayor general Eli Zeira, respecto de que los asesores soviéticos y sus familias estaban abandonando Damasco y El Cairo, una señal inequívoca de que se acercaba el conflicto.

Zeira, quien luego quedó en el podio de los acusados junto a Meir y Dayan, se sentó sobre ese comunicado por cerca de diez horas antes de pasarlo a la cúpula de las FDI, dañando así las chances de una mejor preparación ante la ofensiva sirio-egipcia.

En honor a una cierta verdad, el gobierno israelí tampoco tenía muchas alternativas: Henry Kissinger, entonces secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional del presidente Richard Nixon, le había advertido a Meir que si Israel lanzaba un ataque preventivo contra Egipto o Siria, no esperara “ni un clavo” en ayudas estadounidenses.  

Nueva etapa. El resto, por supuesto, es historia. Estados Unidos reemplazó a la Unión Soviética como padrino de Egipto, Sadat viajó a Jerusalén, hubo paz e Israel tuvo que devolver el Sinaí, abriendo una nueva etapa política en el Medio Oriente.

Al fin y al cabo, la historia se escribe a partir de éxitos y errores humanos, y así lo entendieron muy bien los chicos y las chicas que escribían a los diarios israelíes en medio de la guerra. “Es posible que Dayan sea culpable de lo sucedido, pero todos somos de carne y hueso, cualquier persona puede cometer un error, pero seguramente no lo hizo a propósito”, escribió, comprensiva, Meli, una niña de Ramat Gan.

Con gran sabiduría infantil, Meli resumió: “Debemos entenderlo, y considerar lógicamente sus acciones de la manera correcta”.

*Periodista. Trabajó como corresponsal de la agencia ANSA en Buenos Aires y Washington. Se especializa en temas de la realidad israelí.