Llegando a casa, de noche, veo a un anciano que avanza sin prisa hacia mí con una bolsa de súper vacía en la mano. Si llevara una guadaña me entregaría sin más. Baja su mirada, busca algo y cuando lo encuentra, se detiene para hurgar en una papelera.
De pequeños, nos asustaban con el hombre de la bolsa para que estuviéramos en casa a la hora de la cena, o no nos alejáramos del barrio. Esta pedagogía basada en la intimidación, se sustentaba en los pobres indigentes que vagaban por la ciudad, arrastrando una bolsa cargada con lo que pudieran conseguir a lo largo de la jornada.
Frente a la Scuola Italiana de Madrid –un colegio del Estado italiano, pero que aquí opera con el protocolo de la enseñanza privada–, se ha instalado un indigente que utiliza un carrito de supermercado en el que acumula bolsas llenas con todo lo que colecta y que se ha naturalizado en la ancha acera de la calle Ríos Rosas, igual que la inspectora del estacionamiento municipal o el cartero. Cuando salen los chicos y las chicas del colegio a media tarde lo sortean sin verlo para invadir la heladería, también italiana, que hay en esa vereda.
La educación infantil ha eliminado traumas, pero la bolsa se ha convertido en una herramienta del emprendimiento low cost.
Otro día, me topo con un nuevo mendigo que extiende la mano en la puerta del supermercado Mercadona de Chamberí, con discreción, sin llamar la atención, a pocas cuadras del colegio italiano.
Hace años, en la primera década de este siglo, la cadena de supermercados Día de España, exhibía los artículos en el lineal sin quitarlos de su embalaje de cartón, arrancando solo la parte frontal para que se pudiera agarrar una lata de tomate o un frasco de mayonesa. La limpieza era mínima y el diseño evocaba a un súper de frontera.
El objetivo comercial era connotar costo mínimo. Se decía, entonces, ¿un chiste?, que el mendigo de la puerta era un empleado más.
Mercadona, por el contrario, no convoca, pero tampoco espanta al indigente de la puerta.
Es más, en el ingreso hay un espacio para que los trabajadores de la zona que compran allí su almuerzo puedan calentar en un microondas los alimentos y sentarse a comerlos.
Como el comedor de la fábrica, pero coqueto, cuidado, aséptico. Un trampantojo clasista.
Mercadona también es un súper coqueto y representa un curioso caso de marketing (un case history, al decir de los técnicos) ya que ha posicionado su marca blanca por encima de todas las marcas líderes del mercado. El nombre de sus productos es Hacendado y en Mercadona, fuera de esta referencia, solo se pueden conseguir marcas incontestables en su nicho como Coca- Cola, los lácteos de Danone y poco más. Se sabe que una marca
blanca es la oferta más barata de un producto cualquiera. Hacendado, por el contrario, remite a opulento. (La RAE lo define como propietario, terrateniente, latifundista, estanciero, afincado.) Será por eso que los precios de Mercadona son bajos desde la percepción, pero elevados en términos objetivos.
“El principio de riqueza (de la levedad de la riqueza) puede medirse por esto: servirse de una estantería de productos alimenticios, sin mirar antes el precio”. (Mira las luces, amor mío, Annie Ernaux).
En American Beauty una bolsa vacía flota en el aire delante de una pared desangelada, acompañada por un remanso de hojas resecas que se despegan del suelo poco antes de que caiga la nieve. “La miro para recordar la belleza del mundo”, dice un personaje de la película. Es verdad, hay belleza en una bolsa de plástico, porque en su levedad también se podría leer insurrección.
*Escritor y periodista.