OPINIóN
Efemérides 2 de septiembre

La muerte de don Bernardino Rivadavia, el “sapo antediluviano”

Antes de morir en 1845, el primer presidente dejó por escrito su voluntad de que sus restos “no volviesen jamás a Buenos Aires y menos a Montevideo”. Sin embargo, Salvador María del Carril y Bartolomé Mitre lo rescataron como mártir unitario y Sarmiento los aplaudió. ¿Qué hizo para que su gestión fuera tan controvertida?

Bernardino Rivadavia
Bernardino Rivadavia | Domino Público

El 2 de septiembre de 1845, falleció Bernardino Rivadavia, triunviro, diplomático, ministro y primer presidente de los argentinos. Deberíamos decir letrado, aunque nunca obtuvo el título habilitante y, sin embargo, ejercía como tal, para queja y pesar de Mariano Moreno.

Murió lejos de su patria, a la que juró jamás volver. Paradójicamente, falleció en Cádiz, España, país del que asistió a independizarnos, aunque no lo haya hecho con mucha convicción, ya que cuando sus compatriotas declaraban la independencia, Bernardino andaba en tratos con los ministros de Fernando Vll para continuar bajo la égida española o un príncipe de esa nacionalidad.

Pasó siete años en Europa, donde se codeó con personajes como el filósofo Jeremy Bentham y trabó relación con banqueros como los de la casa Hullet y la Baring Brothers. Estos vínculos le fueron de utilidad cuando surgió el espinoso tema de las minas de Famatina.

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Volvió al país después del conflictivo año 20 y, gracias a su prestigio, se convirtió en el factótum del gobierno de Martín Rodríguez.

Le cupo a Bernardino gestionar el empréstito con la ya mencionada Baring Brothers, préstamo con el que se inicia la larga y triste historia de la deuda externa argentina. Ese dinero destinado a modernizar al país tuvo un “dudoso destino” (para usar una expresión benévola) y  para 1827 no se podían pagar los servicios de la deuda…

Bernardino Rivadavia, el “sapo antediluviano”

Como ministro, trató de emular lo que había visto en Europa, creando lo que el gobernador Juan Gregorio de Las Heras llamó “la feliz experiencia”. Después de años de desorden económico, favoreció el progreso de las instituciones creando la Universidad de Buenos Aires, la Sociedad de Beneficencia y el cementerio de La Recoleta entre otros emprendimientos.

Siguiendo el ejemplo secular que imperaba en el Viejo Mundo, quitó a la Iglesia muchas de sus prerrogativas y fuentes de ingreso, lo que creó un malestar entre los prelados, aunque algunos como Agüero secundaban las medidas del “Mulato”. Este era uno de los apodos con el que lo llamaban sus enemigos políticos, que se acumulaban a medida que se hacían evidentes sus desatinos. El más destacado de sus opositores era fray Castañeda, un cura flamígero que bautizó a Rivadavia como “el sapo antediluviano”.

Como ministro creó la Bolsa de Comercio –que solo existió en los  papeles– y también el Banco de Descuentos, institución dominada por comerciantes ingleses, aunque la provincia hubiese aportado el 60% de sus fondos. 

Después de las guerras de independencia, casi todas las naciones sudamericanas pidieron empréstitos a bancos ingleses, quienes así lograban su cometido: adueñarse del comercio de las ex-colonias españolas. Los criollos pusieron la sangre y las ganancias se las llevaron los británicos. Este “boom” crediticio terminó en 1825, cuando el Banco de Inglaterra subió sus tasas, generando una crisis bursátil que se tradujo en un default de la deuda en todas las naciones latinoamericanas. 

En 1821, Rivadavia sancionó la Ley del Sufragio Universal, el primer intento democrático en Latinoamérica, aunque excluía a mujeres, personas de escasos recursos, deudores del Estado, etc., etc.

Para pacificar al país, dictó la Ley del Olvido que permitió el retorno de Saavedra, Dorrego,  Alvear y Sarratea, entre muchos otros, firmada el mismo día que San Martín entraba triunfal a Lima. 

Y ya que lo mencionamos, la relación con el Libertador fue tensa desde un principio, cuando en 1812 participó en una asonada que concluyó con el Triunvirato integrado por Rivadavia. A lo largo de los años se sumaron más diferencias, especialmente cuando Rivadavia se negó a sostener la Campaña del Perú como reclamaba San Martín. 

Cuando don José volvió al país, Rivadavia quiso juzgarlo por no haber actuado durante la invasión de López y Ramírez del año 20. San Martín finalmente retornó a Buenos Aires para sepultar a su “esposa y amiga”  y mantuvo una entrevista con Rivadavia, a quien le regaló la campanilla de la inquisición limeña. ¿Por qué don Bernardino se comportó tan amablemente? Porque había llegado a sus oídos que Estanislao López estaba dispuesto a arrasar Buenos Aires en caso de que tocasen a San Martín.

El general Las Heras proclamó la capitalización de Buenos Aires, como había propuesto Rivadavia. A continuación, defenestró al entonces gobernador y con el apoyo del Congreso fue consagrado presidente de la República Argentina. 

Una de las primeras medidas que tomó fue modificar la Ley de Enfiteusis que se había dictado en tiempos de Martín Rodríguez, por la que se habían repartido 95.000 km2 entre 583 enfiteutas. Rivadavia había integrado una sociedad que usufructuaba más de 200.000 hectáreas. 

La Constitución de 1826, unitaria y oligárquica, fue rechazada por gobernadores como Bustos y Quiroga. Estaban a punto de rebelarse cuando se desató la guerra contra el imperio del Brasil a fin de auxiliar a los orientales en su intento de reincorporarse a la Argentina. El alzamiento perdió fuerza y pudo formarse un contingente para luchar contra el imperio.

Rivadavia había integrado una sociedad que usufructuaba más de 200.000 hectáreas. 

Aunque la guerra se ganó en el campo de batalla, el lamentable manejo de la diplomacia malogró el esfuerzo del ejército y la armada. A pesar de haberle dado precisas instrucciones al ministro García para llegar a una paz a toda costa, Rivadavia negó haber impartido esas órdenes para que García cargase solo con la culpa. A esta paz vergonzosa se agregaba la conflictiva actuación de Rivadavia que favorecía sus negocios en  el espinoso tema de las minas de Famatina, denunciados por Dorrego.

Sin haber llegado a los dos años de gobierno, Rivadavia renunció a la primera magistratura, dejando vacío un sillón que le había resultado muy incómodo.

Desde las sombras, Rivadavia urdió la revolución decembrista de 1828 que puso fin al gobierno de Dorrego y, meses más tarde, a su vida.

Por pedido de Cristina, ascendieron post mortem a Manuel Dorrego

Fracasada la gestión de Lavalle, Bernardino vivió un tiempo en París, donde “distrajo sus tristezas” traduciendo obras de Tocqueville, y un curioso tratado sobre la cría de gusanos de seda.

En 1834, escaso de recursos, volvió a Buenos Aires, donde permaneció pocas horas ya que ese mismo día el gobernador Viamonte le exigió que se retirara de la ciudad. Curiosamente, la voz de Facundo Quiroga se alzó en defensa de su antiguo adversario.

Rivadavia se estableció en Uruguay donde se dedicó a la producción agropecuaria, pero en 1836, en medio del conflicto entre Rivera y Oribe, fue apresado y recluido en Santa Catalina donde permaneció hasta fines de 1838.

Después de esta penosa experiencia se dirigió a Río de Janeiro donde murió su mujer, Juana del Pino, hija del ex virrey, leal compañera que la había seguido en la gloria y la adversidad. Don Bernardino volvió a Europa y pasó los últimos años de su vida en su casa de Cádiz donde vivió con sus sobrinas adoptivas Clara y Gertrudis Michelena, quienes no le ahorraron penurias cuando se enteraron que habían sido excluidas de su herencia. Falleció de un accidente cerebro vascular el 2 de septiembre de 1845. Antes de morir, dejó por escrito la voluntad de que sus restos “no volviesen jamás a Buenos Aires y menos a Montevideo”.

Sin embargo, seguidores como Salvador María del Carril y Bartolomé Mitre quisieron rescatar la figura de Rivadavia como la de un mártir unitario. La Sociedad de Beneficencia que había creado durante su presidencia instó al retorno de sus restos a pesar de su expresa prohibición. En 1857, llegaron a Buenos Aires, donde fueron recibidos por una exultante multitud y los discursos laudatorios de Mármol, Sarmiento y Mitre.

Rivadavia fue consagrado como “el más grande hombre civil de los argentinos”. Esta afirmación grandilocuente no resistió los embates del tiempo ni los hechos históricos, y las posteriores generaciones devaluaron la gesta del proclamado prócer. 

Puntualizar los aspectos sobresalientes de su gestión y remarcar los oscuros episodios de su accionar merecen ser evocados a fin de formar la conciencia histórica que el país necesita, más allá de los fanatismos y exageraciones que a veces requiere el relato fundacional de las naciones.