OPINIóN
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“La universidad pública argentina es nuestra más preciada joya de la abuela”

La Federación de aceiteros apoya a la universidad pública y sostiene que los que pasaron por esas aulas contribuyen a generar un entramado social virtuoso que favorece a todos. “Allí se forman los y los profesionales que, junto a los trabajadores, dan densidad nacional a nuestro país”, sostienen.

Universidad Nacional de Córdoba
. | Prensa UNC

La universidad pública argentina es nuestra más preciada joya de la abuela. Tiene calidad, está en todo el país y contribuyen a generar un entramado social virtuoso, donde incluso quienes no pueden llegar a la universidad reciben algo de ella. Las y los médicos que nos cuidaron en la pandemia y nos atienden en los hospitales, las obras sociales o las prepagas estudiaron mayoritariamente allí. Las y los ingenieros que construyen puentes y rutas también se formaron en esas aulas. 

También se estudian allí las carreras sociales, que permiten interpretar la sociedad actual, sus problemas y las raíces de esos problemas. Es la forma de encontrar soluciones en el mediano y largo plazo. Entre sus filas se encuentran las y los dirigentes políticos del futuro y eso no es un dato menor. 

La educación pública, y por supuesto la superior, es parte de nuestra identidad y es una gran carta de presentación. Es un logro colectivo construido a través de muchos años donde hoy, gracias al desmanejo político imperante está en franco peligro de perder la calidad y el prestigio que la caracteriza. Sin embargo, en cada una de sus áreas genera un gran aporte y valor agregado a futuro porque allí forman las y los profesionales que, junto a las y los trabajadores, pueden dar densidad nacional a nuestro país.

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Universidad pública: joya de la abuela

Es cierto, hay problemas de infraestructura, el presupuesto no fue lo que debió ser en el pasado y tiene muchos errores a corregir. Entonces, lo que necesita es fortalecerse, tener más recursos, tener una inserción más profunda en nuestro territorio para que más jóvenes puedan llegar a la facultad y puedan terminarla. Lo que necesitamos es hacerla mejor, no destruirla.

Cualquier presupuesto que se le otorgue -con los controles del caso- difícilmente podrá equiparar lo que las universidades generan y el aporte que día a día hacen a nuestro pueblo.  Lejos de ser un gasto, la educación superior pública es una gran inversión a largo plazo. Nadie puede cambiar la sociedad si no se cuidan aquellos lugares donde podemos pensarla y mejorarla. El ser humano tiene muchas aristas y la universidad pública se encarga de todas ellas.  Menospreciar su valor y vigencia es menospreciar al ciudadano. 

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Pero no se puede hablar ni defender a la educación pública en abstracto, separada de las condiciones reales de vida de quienes estudian. Las y los chicos que no tengan las necesidades básicas satisfechas no podrán jamás sentarse a leer ni pensar. La capacidad de abstracción necesaria para estudiar es hija de la comodidad material, la tranquilidad espiritual y el estómago con alimentación adecuada.  

No se puede defender la educación pública, gratuita y de calidad -tal como está consagrado en la Constitución nacional- olvidando la imperiosa necesidad de mejorar la distribución del ingreso y de tener salarios que permitan -como lo establece el artículo 14 bis de la Carta Magna y el artículo 116 de la Ley de Contrato de Trabajo- cubrir las necesidades de alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte, esparcimiento, vacaciones y previsión.

Sin resolver estas cuestiones de fondo, la educación pública y de calidad estará siempre en peligro. No puede haber nunca un bono de deuda que sea más importante que la deuda social interna. Hay una prioridad humana que debe atenderse primero. Los tenedores de deuda soberana pueden esperar, nuestros hijos no. Y la educación pública se defiende.

*Secretario general de la Federación de Trabajadores del Complejo Industrial Oleaginoso, Desmotadores de Algodón y Afines de la República Argentina