OPINIóN
Economía

Por qué no nos duele la desigualdad

El modelo financiero todavía impera en el mundo. Es intrínsecamente excluyente, concentrador, y fundamentalmente, fomenta las desigualdades y el individualismo. En nuestra América Latina hizo mella inequívocamente.

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Pobreza | NA: DAMIAN DOPACIO

El Covid19 llegó para desnudar verdades que se solapaban con la dinámica coyuntural propia de nuestro país. La pandemia expuso realidades que son la inevitable consecuencia de las libertades económicas.

Aunque jaqueado por el Coronavirus, el modelo financiero sigue vivo y todavía impera en el mundo. Ese modelo es intrínsecamente excluyente, concentrador, y fundamentalmente, fomenta las desigualdades y el individualismo. En nuestra América Latina hizo mella inequívocamente.

Diversos estudios evidencian que nuestra región es "la más desigual del planeta". Según el informe sobre desarrollo humano 2019 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el 10% más rico en América Latina concentra una porción de los ingresos mayor que en cualquier otra región (37%). Y viceversa: el 40% más pobre recibe la menor parte (13%).

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En Argentina, antes del Covid19, más de la mitad de los chicos vivían en hogares en los que los ingresos de esas familias no alcanzaban para cubrir la canasta básica. En las clases medias y medias altas había aumentado el trabajo infantil.

Pero esto va más allá de los ingresos, por ejemplo, 4 de cada 10 hogares tienen jefatura femenina, situación que aumenta en los hogares más pobres, sin contar los casos de las madres solteras. Estas mujeres son el único sostén del grupo familiar y tienen que compatibilizar trabajo doméstico y remunerado, estando a cargo de la responsabilidad sobre la crianza y cuidado de sus hijas e hijos.

En Argentina el 29% de los hogares no tiene cuenta bancaria, pero si el Jefe de Hogar tiene primaria incompleta, dicho porcentaje asciende al 40%. Y si los trabajadores hacen changas, el número llega al 56%.

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Además, el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) publicó en su último informe que el 32,3% de los argentinos sufrió problemas de inseguridad alimentaria, que implica la reducción involuntaria de la porción de comida o la percepción de manera frecuente de experiencias de hambre, y de acceso a la atención médica o medicamentos y al menos un 33,5% vive en zonas sin agua potable o red cloacal.

Personas en situación de calle, trabajadores informales, personas con discapacidad, familias en barrios populares, viven una odisea solo para conseguir agua, ¿no debe el Estado auxiliarlas? ¿Por qué reina la lógica de la vanidad que lleva a la destrucción del tejido social?

La brecha de ingresos, según los últimos datos del INDEC, es de 20 veces entre el 10% de la población que más gana y el 10% que menos percibe. Además, el 10% de los hogares más ricos concentró a fines del año pasado el 32,3% de los ingresos, mientras que el 10% más pobre solo el 1,6%. Si se observa el ingreso individual, integran el 10% más rico del país aquellos que ganan al menos $ 35.000 al mes, mientras que la mitad de los argentinos con ingresos perciben menos de $ 15.600 mensuales. A su vez, siempre según el INDEC​​​​​​, el 20% de la población con mayores ingresos -al menos $ 27.000 mensuales por persona- se apropian del 44,7% del ingreso total. Matemáticas y estadísticas que comprueban la desigualdad argentina, fruto de políticas que vienen desde la mitad de la década de los 70, con fuerte inserción en la última década del siglo pasado.

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El sálvese quien pueda, pensamiento socio-cultural preponderante desde los ’90, esconde lo anterior y lo subyuga a la falta de esfuerzo individual, omite cuestiones esenciales, entre ellas las que dice la ciencia. Joseph Stiglitz, nobel en economía, dijo alguna vez: “El 90% de los que nacen pobres mueren pobres por más esfuerzo que hagan, el 90% de los que nacen ricos mueren ricos independientemente de su mérito”.

El espejismo de la vanidad, del individualismo, de la meritocracia, está crujiendo. Aunque grupos marginales utilicen la situación para fundamentar su antipolítica y antiestado, una cuestión que empieza a hacerse carne es que nadie se salva solo, que las sociedades que perduran y crecen son aquellas donde unos y otros se sumergen en un proyecto colectivo.

El desafío es que toda esta vivencia nos genere los anticuerpos necesarios para no volver a aquellas ideas que nos llevaron a vivir las consecuencias brutales de la desigualdad. Construir la épica de la solidaridad es mucho más que un slogan, es justicia.