OPINIóN
Pandemia por coronavirus

Donde dice "barrio" debería decir "villa": hacinamiento y realidad de la marginalidad

Las nuevas maneras de nombrar viejas realidades posiblemente tengan que ver con que, donde se implementó la publicitada urbanización de la Villa 31, fue justamente la zona más afectada por los contagios.

Villa 31 en cuarentena-Pablo Cuarterolo 20200509
Villa 31 en cuarentena, día 50 por covid-19 | Pablo Cuarterolo

Desde hace algunos días, mientras la pandemia avanza a pasos agigantados sobre varias villas de Buenos Aires y el tema va ganando espacio en los medios, se están difundiendo formas relativamente nuevas de hacer referencia a estas partes de la ciudad. En especial, se viene generalizando el reemplazo de la palabra “villa” por el término “barrio”, y esto, cuando tiene que ver con las identidades y autopercepciones de quienes viven ahí, puede expresar un esfuerzo necesario para ir desarticulando los pesados estigmas que sufren desde hace décadas. Sin embargo, desarraigar la palabra “villa” del lenguaje, erradicarla definitivamente, también puede ser una forma de silenciar el contenido de denuncia que el término expresa.

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En ese caso, las nuevas maneras de nombrar viejas realidades posiblemente tengan que ver con que, donde se implementó la publicitada urbanización de la Villa 31, fue justamente la zona más afectada por los contagios. De ser así, sería importante aclarar que una intervención enérgica, incluso si está acompañada por un endeudamiento descomunal, no puede considerarse condición suficiente para lograr la transformación efectiva de un espacio urbano: durante la segunda mitad del siglo XX fueron incontables las veces en que el Estado construyó barrios sumamente precarios y que, además, para hacerlo tomó deudas millonarias.

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Villa 31 en cuarentena-Pablo Cuarterolo 20200509

 

Todos los Núcleos Habitacionales Transitorios proyectados durante el gobierno de Juan Carlos Onganía son evidencias claras en este sentido; también lo son los viejos barrios de la ciudad construidos bajo la autodenominada Revolución Libertadora y transformados con el tiempo en villas, como el Barrio Mitre, o el Barrio Rivadavia. Ni hablar de los grandes conjuntos de monoblocks, pensados originalmente como vivienda social y que se encuentran actualmente tan deteriorados que si no fuera por la necesidad extrema en que vive buena parte de la población de la ciudad, serían considerados inhabitables.

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La historia no es nueva, lo nuevo es que la pandemia desnudó algo que a esta altura ningún eufemismo puede velar: ahora que los contagios se dispararon en esa parte tan estratégica, tan visible para las clases medias y altas de Buenos Aires, no alcanza con decir “Barrio 31”, y mucho menos “Ex Villa 31”, para ocultar que ahí siguen existiendo niveles extremos de hacinamiento, ni para encubrir las dificultades denunciadas recurrentemente en el acceso a servicios tan esenciales como el agua potable. Justamente es la vigencia de esas mismas condiciones de vida deficitarias lo que hace que esta parte de la ciudad sea tan vulnerable a la propagación del virus y que ya no haya palabras capaces de disimularlo.

 

Villa 31

 

En cambio, para paliar esa precariedad, para dar algún sustento a futuros diagnósticos que busquen limitar la gravedad de la situación que sufren ahora mismo quienes habitan la Villa 31, primero hace falta reconocerla, remover varias capas de maquillaje y nombrarla sin aditivos ni edulcorantes. Solamente de esa forma se puede alcanzar una dimensión realista sobre la crudeza del problema y comprender su urgencia. En cambio, si se piensa que estamos ante un “barrio” ya “urbanizado”, que superó algún supuesto “proceso de integración sociourbana”, nunca va a ser posible plantear políticas de planeamiento, ni medidas económicas, ni intervenciones sanitarias efectivas, porque cuando la distorsión en la lente es tan grande la batalla está perdida de antemano.