Dado que Javier Milei es un conocedor del Antiguo Testamento —por lo menos, lo era cuando el rabino Axel Wahnish pasaba más tiempo cerca del Presidente, antes de su nombramiento como embajador en Israel— tal vez debería repasar el tan conocido proverbio del profeta Oseas: “Sembraron vientos y cosecharán tempestades”.
Oseas, el primero de los profetas menores, condenaba así, en el siglo VIII ac, la idolatría del pueblo de Israel, un pecado que traería una consecuencia terrible: el hambre, ya que “el tallo (de trigo) no tiene espiga y no producirá harina; y si acaso llegara a producirla, se la tragarán los extranjeros”.
Claro que tampoco hay que tomar tan a la tremenda el augurio de Oseas y, por las dudas, no hablemos de hambre, una palabra horrible que nos convoca al fantasma de la crisis económica, por desgracia recurrentes en el país.
El proverbio del profeta trascendió el tiempo para indicar que las acciones, y también las palabras, no son gratis; tienen consecuencias, más aun en la política, en el manejo del poder, que siempre es una relación dinámica entre muchas personas y grupos de interés.
La derrota en la provincia de Buenos Aires, el principal distrito político del país, es consecuencia de varias malas decisiones tomadas por el propio Milei. Culpar a su hermana, Karina, o a su asesor estrella, Santiago Caputo, o a otra persona nos aleja de la figura única, excluyente, de La Libertad Avanza. Los triunfos y las derrotas de los libertarios se deben —todos, sin beneficio de inventario— al Javo, como le dicen sus fanáticos.
Hasta hace dieciocho días, la elección bonaerense parecía un triunfo seguro para los libertarios. Pero, cuando se conocieron los primeros audios de Diego Spagnuolo, titular de la Agencia Nacional de Discapacidad, y, más relevante aún, abogado y muy amigo del Presidente, el gobierno comenzó a flamear y desde esa fecha no ha podido hacer pie.
Si repasamos estos últimos dieciocho días, el gobierno ha cometido un error tras otro, como si fueran novatos o, peor aún, como si los audios estuvieran describiendo un mecanismo que realmente existe. Porque hasta ahora nada de lo que revela Spagnuolo ha sido probado y, como se sabe, la presunción de inocencia existe aún para los políticos.
Fue el comportamiento del gobierno —del Presidente, en primer lugar— el elemento que le hado verosimilitud a los audios.
Supongamos que lo que dice Spagnuolo no es cierto; entonces, la falta de capacidad de Milei y la cúpula del gobierno ha sido llamativa dado que cualquiera conoce que la mejor forma de desinflar los rumores y las versiones es impugnarlas con información verdadera o verosímil.
Pues nada de eso ha ocurrido: varios días después de un silencio atronador, Milei y sus colaboradores salieron a decir que todo era “una operación del kirchnerismo” y de los periodistas “a los que no odiamos lo suficiente”; luego, cuando trascendieron nuevos audios pero esta vez de Karina Milei, la poderosa secretaria general de la Presidencia, el gobierno corrió a solicitar a la Justicia que prohibiera la difusión de esas grabaciones —algo que logró en primera instancia— con el argumento de que “la operación” ya trascendía fronteras y nacionalidades puesto que abarcaba a agentes venezolanos, rusos y chinos.
Obviamente, esas repuestas del gobierno solo sirvieron para consolidarse no en el lugar de víctima de una conjura del eje del mal, primero local y luego planetario, sino en la incómoda posición de alguien que tiene mucho que ocultar. Ya la palabra “operación” es berreta, más aun cuando el contenido de los audios, verdadero o falso, afecta la tan mentada transparencia de quienes han llegado para combatir la corrupción y opacidad de la casta política y empresaria.
Lo que el gobierno tendría que haber hecho es utilizar a sus voceros más creíbles —tanto en el gobierno como fuera de él, por ejemplo, a sus periodistas afines, militantes, los que no están ya quemados— para destrozar los audios de Spagnuolo con hechos ciertos y comprobables. Claro había que contar con esos elementos, pero siempre es preferible creer que están siendo ignorantes, incapaces, ineficientes.
También es justo reconocer que el gobierno tiene un problema tanto de espacio como de tiempo, que siempre son las dos variables claves de un conflicto. Para mí, más que la coyuntura de las elecciones de medio término, la dificultad más grave para Milei y sus colaboradores es el contexto.
Porque la sospecha sobre un esquema de corrupción surge justo cuando el plan económico da señales de una cierta fatiga. El ajuste —necesario por la herencia recibida— fue muy duro y hecho con la motosierra, es decir, de una manera brutal hacia los sectores más vulnerables (jubilados y pensionados, claramente). Pero, las dificultades ya no afectan solo a esos grupos sino también a varios otros, como muestran los indicadores oficiales y privados de actividad económica y consumo.
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Porque, y me gustaría ser bien claro en esto, corrupción ha existido siempre, acá y en cualquier otro país del mundo. El problema es cuando un gobierno pretende hacerse el tonto en un contexto de dificultades económicas. Por ejemplo, durante el menemismo hubo una colección de denuncias, pero solo afectaron electoralmente al presidente Carlos Menem cuando el contexto varió y apareció el grave problema del desempleo en ascenso. Claro que eso sucedió luego de varios años de bonanza, en las elecciones de medio término de 1997.
Por si fuera poco, las sospechas aparecen ahora en un área que despierta la empatía de muchísimos argentinos, como el área de Discapacidad, aunque los libertarios, con Milei a la cabeza, son o se muestren insensibles. Los errores han sido tantos, y el contexto es tan complejo, que tal vez Milei tenga que encontrar ya un fusible para evitar males mayores. El problema es que las sospechas se localizan en el vértice del gobierno.
Otra incógnita es qué haré ahora Spagnuolo: la catadura del personaje permite suponer que debe estar pensando cómo hacer para negociar con el peronismo.
Ceferino Reato es periodista y escritor