OPINIóN
31 de mayo de 1902

Rufina Cambaceres: desde la catalepsia a la necrofilia, los mitos en torno a su muerte

La creencia en espíritus que yerran sin rumbo se renueva generación tras generación y encuentra en los cementerios un hábitat natural. Así, entre mitología y Fe, tropezamos con historias como la de Rufina Cambaceres de cuya muerte se cumple hoy un nuevo aniversario.

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Rufina Cambaceres | Cedoc Perfil

La creencia en espíritus que yerran sin rumbo se renueva generación tras generación y encuentra en los cementerios un hábitat natural. Así, entre mitología y Fe, tropezamos con historias como la de Rufina Cambaceres de cuya muerte se cumple hoy un nuevo aniversario.
Aunque suele afirmarse que nació en Buenos Aires, nuestra protagonista llegó al mundo en París, el 31 de mayo de 1883. Incluso, buceando entre las páginas del Censo Nacional Argentino de 1895, figura como una niña de nacionalidad francesa.  

Sus padres, el escritor Eugenio Cambaceres y Luisa Bacichi, mantenían un romance tórrido y clandestino, coronado con la llegada inesperada de la pequeña. Eugenio fue un afamado mujeriego, cuyo prontuario sentimental incluyó incidentes bochornosos, pero aparentemente en la tibieza de Luisa encontró calma.

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Los siguientes años los pasaron entre París y Buenos Aires. En 1887 la pareja se casó en Francia. Lamentablemente la tuberculosis, enfermedad que Eugenio sufría hacía más de una década, recrudeció y tras hacer su testamento decidió regresar a Argentina. Murió el 14 de junio de 1889 en casa de su amigo Carlos Pellegrini y de la mano de Luisa.

Cambaceres, que escandalizó a la sociedad de entonces con sus novelas, lo hizo también a través de su testamento. Estaba casi en la ruina, con algunas propiedades hipotecadas hasta dos veces. Luisa comenzó a ajustarse y a hacer frente a aquella verdadera calamidad. Rodríguez Rocha señala en uno de sus textos: “En 1893 decidió poner en arrendamiento la estancia El Quemado, de General Alvear, Provincia de Buenos Aires. Se presentó para arrendar el campo un hombre llamado Hipólito Yrigoyen. Ella lo conocía de nombre, sabía quién era, a qué se dedicaba, pero nunca lo había visto en su vida. El mismo día de la firma del contrato trabaron amistad y acordaron de palabra, sin papeles ni rúbricas. Luisa quedó cautivada por la personalidad especial de su nuevo amigo, de quien se enamoraría perdidamente”.
A partir de entonces no se separaron hasta la muerte de Luisa, sucedida en 1926 y de aquella unión nació Luis Hernán, el 7 de marzo de 1897.

 

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La joven Cambaceres encontró en el líder radical una verdadera figura paterna, lejos del mito sobre un romance entre ambos. Los años pasaron plácidamente pero la tragedia los golpeó de modo brutal en 1902. Durante su cumpleaños número diecinueve Rufina falleció súbitamente.
Al día siguiente el diario de Mitre acotó: “Después de despedir a sus amigas, la Señorita de Cambaceres pasó a sus habitaciones a fin de vestirse para ir a la Ópera y, cuando todavía vibraba en el ambiente el eco de sus risas casi infantiles, una afección fulminante la derribó, rígida y yerta entre las galas con que se disponía a ataviarse.
No intentaremos describir el cuadro. La fatalidad tiene a veces estas crueldades implacables que exceden en su ensañamiento a toda imaginación
.”
Tamaño golpe no pasó desapercibido y desde entonces diversos mitos tejieron la mortaja de Rufina. Entre ellos el que fuese sepultada viva, un temor propio de sus contemporáneos que puede apreciarse en la literatura y la legislación de entonces.

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Citando nuevamente a su biógrafo –Rodríguez Rocha– no quedan dudas: “En Argentina, la reglamentación vigente al momento que Rufina Cambaceres fue sepultada, regía desde el año 1868, y establecía que en casos de muerte repentina o con pocas horas de enfermedad, el cuerpo debía reposar durante treinta horas en algún salón de observación y con la tapa del ataúd sin cerrar. Rufina fue velada durante veinte horas (…) No obstante, tampoco hay en existencias ninguna documentación oficial que registre alguna incidencia posterior al sepulcro.”
Por su parte, el memorable Osvaldo Raffo señaló en su blog: “Las versiones de lo ocurrido son variables, al día siguiente del ingreso al cementerio, el féretro se halló ladeado, otras versiones aseguran que la tapa estaba rota, o que el cuerpo se hallaba en la puerta de bóveda.
Yo pienso que no se trató de un caso de catalepsia, sino de profanación del cadáver, con fines de robo, o lo más probable, de necrofilia (Acto sexual con cadáver)
”.

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Aún descartando la epilepsia, los relatos y apreciaciones sobre lo sucedido con Rufina no dejan de ser macabros. Quizás por esto, algunos dicen verla errar entre el mármol y el bronce de la Recoleta.