Odiar es un placer al que pocos renuncian. Pero se habla poco de sus ventajas. Veamos cuáles son.
- Odiar es una fuente de amigos. Siempre hay mucha gente dispuesta a juntarse para odiar, cualquier cosa que uno odie. Es fácil formar una comunidad en torno a una causa negativa. Uno nunca se va a sentir solo cuando saque su odio a pasear. Ese contacto con grupos de afinidades de repudio es mutualmente estimulante. A toda hora, alguien consigue nuevos y mejores argumentos para dejar encendida la brasa del odio.
- Odiar rejuvenece. Observe los argumentos de los odiadores. Generalmente comienzan bien, ya que parten cognitivamente de un nivel de quinto o sexto grado de primaria, pero pueden alcanzar edades aún menores. En el calor del embate, llegan a un odio puro, prácticamente sin lógica ni significados lingüísticos. Como el odio de los bebés frente un mundo que los incomodan y que no entienden.
El discurso del odio nació en 1810
¿Está aburrido, deprimido o bajoneado? ¿No sabe qué hacer de su vida? Vaya a odiar en internet. Eso anima. Se va a sentir vivo y palpitante otra vez gracias a la fuerza del pensamiento destructivo. El odio atrapa, llena el alma. Inclusive por las noches, el insomnio deja de ser aleatorio y vago y gana un blanco definido.
¿El mundo le parece confuso, complicado, demasiado lleno de matices? El odio facilita, simplifica, convierte todo en apenas dos campos. Abrace el odio y él será el faro de su vida. La ira es imperialista, organiza todo y apunta al culpable de su dolor. Odie y el universo se abrirá a sentidos que le demuestran que tiene razón. Cuanto más odia uno, mejor es. Odiar lo purificará y lo elevará por encima de los otros. Al final, cuanto menos valen los otros, más valor uno tiene.
- Además, el odio es totalmente gratis. Bueno, sé que los cardiólogos, los psiquiatras y esa troupe que patrulla nuestra vida no están de acuerdo. Dicen que el odio mata, estresa el organismo sin sentido, produce taquicardia y bla, bla, bla. Recuerde que fueron ellos los que ya nos sacaron el cigarrillo, persiguen al alcohol, condenaron al huevo, demonizaron al azúcar y ahora nos quieren sacar hasta las delicias del odio. ¿La meta sería llevar una vida de empatía, avena y brócolis? ¡Al diablo con ellos!
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Por último, si uno es más sofisticado, posee un estilo individualista, no gusta se mezclarse, puede optar por odiar a los odiadores. Así, uno se destaca de la masa ignorante y encima aprovecha todas las ventajas del rencor. Abra su corazón al odio y dejará de sentir el sentido de la existencia.
PS: Años atrás, yo podría terminar acá. Hoy, gracias al odio estupidizando nuestra mente, corroyendo el sentido común, es necesario avisar que esta columna incluye rasgos de ironía y sátira. Si es alérgico, ya es tarde.
*Psicoanalista y escritor brasileño. Publicado originalmente por el diario Zeta Hora de Porto Alegre.