Cuando le mencioné esto a (Bill) Richards, se sonrió: Imaginate a un cavernícola tele-transportado al centro de Manhattan. De repente está viendo buses, celulares, rascacielos, aviones. Ahora volvé a tele-transportarlo instantáneamente a su cueva. ¿Qué les cuenta a los demás acerca de su experiencia? “Fue grande, fue impresionante, fue ruidoso…” No tiene el vocabulario para “buses” y “rascacielos”. Como mucho tendrá un sentido intuitivo de que había significado o algún tipo de orden en la escena. Pero necesitamos palabras que todavía no existen. Tenemos cinco crayones cuando necesitamos cinco mil tipos diferentes de tonos. (Michael Pollan en How to Change Your Mind -Cómo cambiar tu mente-).
Mas sea verdad o sueño…
Como primera consecuencia de una serie de experiencias de consumo de DMT (Ayahuasca), 5-DMT (Buffo), LSD (ácido lisérgico) y psilocibina (hongos psicotrópicos) en entornos naturales con las correctas condiciones de contención e infraestructura, y con gente idónea (psiconautas auténticos, amigos y shamanes), la primera pregunta que me surge, y que nos surge a todos los que pasamos por esta situación, es siempre la misma: los mundos que percibo y las experiencias que recuerdo, ¿son producto de mi subconsciente confrontado en la relación con la medicina? ¿O la medicina es un portal químico hacia otra dimensión o universo paralelo? Dimensión a la que accedo como el turista que aterriza, literalmente, en otras tierras después de haberse “tomado” un vuelo.
Noten que en la oración anterior no les puse comillas ni a la palabra “medicina”, ni a “portal químico”. Lo de “medicina” no es metáfora. Y lo de “portal químico” se convierte en una real posibilidad –como mínimo– para los que vivimos esta experiencia. Sí puse comillas en eso de “tomarse” un vuelo, pero entiendo que es solo una curiosa coincidencia (hay que tener mucho cuidado con la literalidad de las palabras y expresiones, pero me parece divertida la relación “tomarse un avión / tomarse una pepa”).
Sobre estas preguntas, aparentemente desopilantes, hago una aclaración (espero que se la tomen con hidalguía los que no han probado aun estos compuestos (¡ni hablemos de los que ni siquiera se fumaron un porro!): por favor abstenerse de prejuicios y declaraciones. Yo puedo hablar de los factores a tener en cuenta cuando se vivencia una guerra, o de cómo actuar ante la inminente llegada de un Tsunami; puedo hablar de la experiencia de ganar la lotería o de cómo supongo que se siente realizar una caminata espacial todo lo que quiera. Estoy en mi derecho. Pero si aparece alguien que la vivió en persona, me callo y escucho. Jamás le diría a alguien que estuvo prisionero en la jungla de Vietnam: “Seguro que no fue tan grave, che. El año pasado fui con mis amigos y todo el mundo te sonreía. Además hacen un arroz exquisito”. Aquí pasa lo mismo, mis amigos.
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Dolby sorround plus ultra
El ser humano es un receptáculo exclusivo de la realidad.
Lo dijo Bernard Shaw y no puedo dejar de relacionar esta cita –su verdad intrínseca– con la posibilidad de ser receptáculos de emisiones provenientes de otras dimensiones (realidades) que trascienden aquella en la que estamos inmersos.
Nadie está aquí asegurando que el cerebro pueda ser como una “antena receptora de conciencia” –como sugiere Graham Hangcock, entre muchos otros psiconautas estudiosos y shamanes comprometidos con el tema– además de ser un emisor de la misma. Pero después de la experiencia de alterar tu conciencia con la ingesta de DMT, 5-DMT, psilocibina, Mezcal o LSD, tampoco podes asegurar de que NO lo sea. Miren las obras de Alex Grey. Agreguen tridimensionalidad a sus cuadros, olores, sonidos, la brisa del aire que te rodea. Por encima de todo, o por debajo, una voz interior (o muchas) bajando data, tirando ideas, disolviendo ansiedad con reflexiones simples pero poderosas. Y en seguida te preguntas: “¿Es esa mi voz interior? ¿Dónde estoy? Esto no pude simplemente haberlo creado con mi imaginación.” Alex Grey la tiene muy clara, pero sus cuadros son como fotogramas en blanco y negro comparado con un cine 4D equipado con Dolby sorround, butacas ergonómicas y pochoclos cósmicos sabor felicidad, comprensión y frambuesa.
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Para los más interesados (y los más valientes de entre uds), aclaro que el 5-DMT encontrado como sudoración en las espaldas de los sapos Bufo, oriundos del Desierto de Sonora en México, son “las grandes ligas” entre toda la familia conocida de compuestos enteógenos, es decir, compuestos creados en la natura para los cuales nuestro cerebro YA tiene desarrollados receptores (sinápticos) electro-químicos. El efecto de fumar tan solo una pitada de este “sudor cristalizado”, dura unos 20 minutos para quienes están observando la escena desde fuera; para el protagonista, bien pueden parecer horas… Y la experiencia de disolución, revelación y exuberancia sensitiva es imposible de describir con palabras.
A modo de clarificación, el alcohol es un elemento tóxico; su efecto tiene que ver con una alteración en el balance de nuestra homeostasis metabólica. Los compuestos enteógenos, en cambio, no producen alteraciones en la conciencia por intoxicación, sino por activar canales sinápticos en las redes neuronales, como lo hacen la dopamina y la serotonina, entre muchos otros compuestos producidos en nuestros sistemas internos, en nuestros propios cuerpos (*).
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Las tres máximas de Bill
William Richards emergió de esas primeras experiencias psicodélicas en posesión de 3 convicciones inquebrantables. La primera es que la experiencia reportada tanto por los grandes místicos como por las personas que consumieron grandes dosis de psicodélicos, es la misma experiencia y es “real”, es decir, no un producto de la imaginación. “Si vas lo suficientemente lejos y profundo en tu conciencia, te vas a topar con lo sagrado. No es algo que generemos; es algo ahí fuera esperando a ser descubierto. Y esto sucede tanto a creyentes como a no creyentes.” Segundo, ya sea ocasionado por el consumo de drogas u otros medios, estas experiencias de conciencia mística son de seguro la base primordial del surgimiento de toda religión. Y tercero, que la conciencia es una propiedad del Universo, no de los cerebros. En este punto sostiene, como Henri Bergson, el filósofo francés, que la mente humana es como una antena de radio, capaz de sintonizar frecuencias de energía e información que existen por fuera de la misma. (Michael Pollan en How to Change Your Mind)
Cuando tenés estas experiencias, empezás a revisar, revisitar y reinterpretar todo tipo de relatos y creencias que permearon tu educación y marco cultural. Algunos de nosotros estamos empezando a creer que la relación con las drogas enteógenas son el responsable de las revelaciones místicas, los encuentros con dioses y santos, incluso nuestros sueños. El combustible, por decirlo de alguna manera, de nuestros momentos oníricos, producido naturalmente, en dosis variables, en la glándula pineal, ese pequeño órgano que los monjes budistas llaman el “tercer ojo”, constituye uno de los elementos sinápticos más ancestrales y misteriosos de nuestro cerebro humano.
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Un ejemplo icónico de esto es la historia de la mata ardiente del Viejo Testamento, la cual pudo haber sido una planta de cayú que al quemarse inspiró a Moisés –quien inspiró el humo lleno de DMT– a flasharla en colores, literalmente…
En la segunda parte de este capítulo seguiremos explorando otros casos como éste, y veremos de paso qué es esto de la “Serpiente Cósmica”.
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(*) Para saber más sobre estos temas recomiendo la lectura de “Cómo cambiar tu mente” (How to changfe tyou mind), el último libro de Michael Pollan, “Entangled Life”, de Merlin Sheldrake, y “Fantastic Fungi”, de Paul Stamets, Eugenia Bone, Suzanne Simmard, Roland Griffiths, Jay Harman, William Richards, Anfrew Weil y muchos otros expertos en el tema.